La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.
Psicothema, 1997. Vol. Vol. 9 (nº 1). 001-015
Carlos Yela García
Universidad Complutense de Madrid
En un trabajo reciente (C.Yela, en prensa) se puso a prueba un modelo teórico estructural del amor, fruto de la introducción de ciertas matizaciones en el modelo de Sternberg (1986), verificando empíricamente cuatro dimensiones básicas: Pasión Erótica, Pasión Romántica, Intimidad y Compromiso. En éste, contrastamos la parte dinámica del modelo, es decir, el curso temporal de dichos componentes a lo largo de la relación de pareja. Para ello aplicamos las mismas escalas (con ítems de Sternberg y otros autores) a una muestra de 412 sujetos. El análisis de los datos confirmó en buena medida las hipótesis planteadas aunque también obtuvimos algunos resultados inesperados, de los que ofrecemos distintas alternativas de explicación. El análisis global de los componentes parece sugerir la existencia de tres fases fundamentales en la evolución del amor: "enamoramiento", "amor pasional" y "amor compañero". Finalmente, se recuerdan algunas limitaciones del estudio, así como posibles sugerencias de cara a investigaciones futuras.
Temporal course of basic components of love along the couple relationship. In a recent work (C.Yela, in press) a structural theoric model of love was proposed, introducing some variations on Sternberg’s model (1986), verifying four basic dimensions: Erotic Passion, Romantic Passion, Intimacy and Commitment. In this work, we try to test the dinamic side of the model, that is, the temporal course of the components along the couple relationship. So we applied the same scales (including ítems from Sternberg and other authors) to a sample of 412 subjects. Data analysis confirmed in a considerable degree the hypothesis developed acording to the specialized literature. Nevertheless we obtained some unexpected results for which we offer different explanations. Global analysis of components evolution seems to suggest the existence of three main stages on loving relationships: "Being in love", "Passional love" and "Companionate love". Finally, we pay attention to some limitations and consequences of our study, making some suggestions for further research on future.
En un reciente trabajo (C. Yela, en prensa) formulamos un modelo teórico sobre las dimensiones básicas del amor basándonos en la Teoría Triangular de Sternberg (1986; 1988), e incorporando en ella ciertos matices, entre los que destaca la doble dimensión del componente pasional, expuesta previamente con mayor o menor énfasis por muy diversos autores, desde los tratados clásicos sobre el tema (p.ej. Rougemont, 1938) hasta los investigadores actuales (p.ej. Carreño, 1991 o Fraia, 1991). De este modo postulamos la existencia de cuatro componentes fundamentales, que denominábamos Compromiso, Intimidad, Pasión Erótica y Pasión Romántica, obteniendo apoyo empírico a la estructura del "nuevo" modelo mediante análisis factorial. De este modo, tratábamos de superar las contradicciones en las que incurría el modelo original de Sternberg, entre la definición, evaluación y evolución temporal de los componentes postulados por el psicólogo norteamericano.
Una vez contrastada la estructura del modelo es el momento de tratar de contrastar empíricamente su dinámica, es decir, la fluctuación de los componentes con el paso del tiempo. Ciertamente, los intentos por elaborar un modelo teórico sistemático sobre el amor que incorpore la absolutamente esencial dimensión temporal no son muy abundantes. Lo más parecido a ello son los trabajos de Kerckhoff y Davis (1962), Levinger y Snoek (1972), Altman y Taylor (1973), o Murstein (1977), aunque ninguno de ellos evalúa específicamente los cambios en la intensidad de los componentes amorosos (postulados como modelo teórico y verificados previamente de forma empírica) a lo largo de la relación.
Hipótesis
Una revisión extensa de la literatura especializada permite conferir una base teórica más detallada (y confiamos en que más sólida) a las hipótesis sobre la evolución de los componentes amorosos que la ofrecida por Sternberg (1988). En el mencionado trabajo (C.Yela, en prensa), obtuvimos un factor que etiquetamos como "Pasión Erótica" (PE a partir de ahora), cuya estructura factorial y contenido aparecían como nítida y fuertemente diferenciados de la "Pasión Romántica", y que se refería a la dimensión física-fisiológica del amor: activación general, deseo sexual, taquicardia, atracción física...etc.
Dicha PE crecería rápidamente ante los estímulos que, tanto de forma innata como aprendida durante la socialización, tenemos asociados con esas respuestas de atracción física, activación fisiológica y excitación erótica. Pronto alcanza su nivel máximo, para comenzar a descender sin demora, en virtud de fenómenos psico-biológicos como el del proceso oponente (Solomon, 1980) o el denominado efecto "Coolidge" (preferencia por estímulos sexuales novedosos; Wilson y Nias, 1976; Dewsbury, 1981; Wilson, 1981; Liebowitz, 1983; Cáceres, 1986; Fisher, 1992; Buss y Schmitt, 1993), y debido a ciertos procesos relacionados con leyes generales del aprendizaje como la habituación y la saciación (Skinner, 1953), tal y como explica contundentemente la ley de la ganancia-pérdida (Aronson y Linder, 1965) -que los alumnos del primero rebautizaron agudamente como la ley de la infidelidad-.
El factor que denominamos como "Pasión Romántica" (PR) agrupaba un conjunto de ideas y actitudes vehementes sobre la pareja (propias del estereotipo del romanticismo de nuestra cultura, sobre el que volveremos en un trabajo posterior): pensamientos intrusivos, idealización (del otro y de la relación), creencia en algo "mágico" en la relación, identificación de la pareja con el ideal romántico, creencia en la omnipotencia del amor (como vehículo que debe conducir inexorablemente a la felicidad)...etc.
La PR tendría un crecimiento algo más prolongado que la PE (aunque más breve en comparación con los componentes no pasionales). En su surgimiento jugarían un importante papel: la atribución de la activación fisiológica y/o de la atracción física sentida hacia el otro (generalmente inconsciente, y que ocupa un papel central en las primeras etapas de la relación -como pone de relieve la Teoría Bifactorial de Berscheid y Walster, 1978-), la atracción personal (incentivada por la similaridad, la obtención de refuerzos, el efecto halo...etc; Byrne, 1971; Dion, Berscheid y Walster, 1972; Wilson y Nias, 1976; Cook y McHenry, 1978; Griffitt, 1979...), y nuestras propias expectativas románticas (generalmente asumidas de forma inconsciente durante el proceso de socialización; Averill, 1975; Good, 1976; Averill y Boothroyd, 1977; Iglesias de Ussel, 1987; Simon, Eder y Evans, 1992...).
Su disminución, más leve y paulatina que la de la PE, será debida básicamente a la convivencia en pareja, que supone la progresiva reducción de incertidumbre y de la atención selectiva (Berscheid, 1983), aumentando los efectos de la habituación-saciación (Skinner, 1953), la ley de la ganancia-pérdida (Aronson y Linder, 1965), la ley del cambio de las emociones (Frijda, 1988), la atracción por lo novedoso y los deseos de seducir y ser seducido.
Por otro lado, el factor al que llamamos "Intimidad" (I), agrupaba aspectos recíprocos relativos a un "vínculo especial de unión afectiva" (C.Yela, en prensa) como apoyo afectivo, comprensión, comunicación, confianza, autorrevelaciones, seguridad y comfort junto a la pareja...etc. Tal factor I tenderá a crecer con la convivencia y el discurrir del tiempo, fundamentalmente debido al aumento continuo de la reciprocidad de autorevelaciones y del número de episodios, metas, amistades, emociones, lugares...etc compartidos (Rubin, 1973; Levinger, 1988, Sternberg, 1988...), tendiendo a estabilizarse en su punto máximo en una hipotética asíntota. (No hace falta insistir en que estamos hablando del amor romántico normativo en la cultura occidental del s.XX, y no de otros estilos de otras culturas o épocas históricas -como el amor lúdico, o el pragmático-, donde posiblemente no exista esa reciprocidad de autorrevelaciones, ni en general el curso de los acontecimientos que aquí se describen).
Finalmente el factor que designamos como "Compromiso" (C), aludía a la decisión de mantener la relación por encima de los problemas que pudiera conllevar, debido a la importancia especial conferida a la otra persona y a la propia relación. Este factor, conceptual y empíricamente distinto del otro componente no pasional (la I), tenderá a manifestar un crecimiento más demorado y paulatino, a medida que va creciendo progresivamente la interdependencia -tanto personal como material- entre uno y otro miembro (Levinger y Snoek, 1972; Altman y Taylor, 1973), sobre lo cual tienen no poca importancia las normas y presiones sociales.
Su alto nivel asintótico, ya sea como resultado positivo del balance costos/recompensas (Levinger, 1979) -en otras palabras, de la satisfacción en la relación-, o por influencia de procesos como la disonancia cognitiva (Festinger, 1957), el nivel de comparación de alternativas (Thibaut y Kelley, 1959), o la autopercepción atributiva (Bem, 1972), va a ser el principal responsable de que la relación se mantenga (aunque ésta bien pudiera permanecer en ausencia de un C amoroso, por motivos de otra índole: los hijos, la dependencia económica, el temor a la soledad, al "qué dirán", la falta de fuerzas para empezar otra vez "de cero"...etc).
Lo veremos más claro en la siguiente figura, que resume nuestras hipótesis respecto de la evolución de los componentes amorosos básicos a lo largo de la relación amorosa (gráfica de la evolución conjunta, que no ofrece Sternberg ni ninguno de los autores que han tratado de contrastar empíricamente su modelo: Carreño, 1991; Fraia, 1991; Acker y Davis, 1992).
Trataremos de verificar hasta qué punto la gráfica de la evolución temporal de los componentes amorosos obtenida empíricamente se ajusta a la propuesta teóricamente, así como determinar las cifras numéricas concretas que se corresponden con los puntos de inflexión tanto en el eje de abscisas (duración de la relación; medida en años) como en el de ordenadas (intensidad de los componentes amorosos). En otras palabras, entre qué valores de intensidad amorosa oscilan los distintos componentes a lo largo de la relación, y cuáles son los momentos temporales en los que se produce un cambio, ya sea aumento, estabilización, o disminución, en la evolución de cada componente. Nuestra revisión de la literatura especializada nos permite afirmar, con la reserva lógica que implica toda aseveración de este tipo, que dicho análisis es inédito hasta la fecha, no solo en nuestro país sino también allende nuestras fronteras.
Por otra parte, en lo que se refiere al análisis global de todos los componentes, cabe postular la existencia sucesiva de tres fases principales, paulatinamente más largas, en las relaciones amorosas, siendo conscientes de que dicha evolución dependerá, además, de un numeroso conjunto de variables biológicas, histórico-culturales, sociológicas, demográficas, interpersonales, y psicológicas, que acabarán haciendo que, strictu sensu, cada pareja sea diferente (pero lo que la Ciencia Psicológica busca es precisamente captar ciertas regularidades en la conducta humana, por encima de pequeñas o grandes variaciones, que nos puedan ayudar a comprenderla mejor -y en el mejor de los casos a poder aplicar ese conocimiento para la mejora del bienestar y la satisfacción en nuestras relaciones-):
Una primera fase de enamoramiento -desde el inicio hasta t2 en la figura 1- (fundamentalmente PE + PR), una segunda fase -entre t2 y t4-, de amor pasional (I + PR + PE, con un C creciente), y finalmente una tercera fase -desde t4 en adelante-, más duradera, de amor compañero (I + C; con un nivel moderado de PR y bajo de PE). En términos de la que es sin duda la más citada tipología amorosa (Lee, 1973, 1976), esta evolución se correspondería con el paso del estilo Eros al estilo Storge, pasando por el que denomina "Storgic Eros" (aunque la fase de enamoramiento también tiene ciertas similitudes con el estilo que Lee denomina "Manía").
A partir de aquí, la relación podría estabilizarse en ese amor compañero, o desembocar en lo que podría llamarse un "amor amistoso" (I + C, sin ningún grado de ningún tipo de P), o convertirse en una simple relación de conveniencia -por los motivos anteriormente esbozados- (solo C), o acabar produciéndose la ruptura de la relación (donde desaparece también el C). Estas últimas etapas corresponderían más bien al fenómeno del "desamor", complementario del estudio del enamoramiento y el amor, y que trataremos de abordar en posteriores investigaciones.
En definitiva, pues, vamos a tratar de poner a prueba la dinámica del modelo propuesto, contrastando si el curso temporal de los componentes básicos del amor se corresponde con el que suponen nuestras hipótesis, y conforman las 3 fases principales, anteriormente reseñadas. Es evidente que la metodología empleada (muestra, diseño...) obligan a ser extremadamente prudentes cualesquiera que sean los resultados. Sirva el presente trabajo como un primer paso en el camino apuntado.
Método
Sujetos
La muestra está compuesta por 412 personas que en el momento de recoger los datos estaban implicados en una relación amorosa (del tipo y duración que fuere). Se trata de una muestra bastante equilibrada según el género (54 % de mujeres) y compuesta en su gran mayoría por universitarios, menores de 25 años (con una media de 22.9 años), de clase media (91 %), solteros (92 %), que llevan un promedio de 2.9 años con su pareja, no viven con ella (88 %), no son económicamente independientes (casi un 68 %), y no tienen hijos (97%).
Instrumentos
Las variables evaluadas fueron las siguientes:
- Existencia de relación amorosa (condición necesaria para formar parte de la muestra)
- Duración de la relación (en años y meses)
- Componentes básicos del amor: Pasión Erótica, Pasión Romántica, Intimidad y Compromiso
- Variables socio-demográficas (las mencionadas al describir la muestra)
Para la evaluación de los componentes amorosos se emplearon escalas tipo Likert, de 15 ítems por cada componente, con 5 alternativas de respuesta, en función del grado de acuerdo-desacuerdo con el enunciado del item. Las escalas empleadas, las mismas que empleamos para contrastar la estructura del modelo (C.Yela, en prensa), fueron elaboradas al efecto con ítems de las escalas de Sternberg (1988) y de otros autores (Hatfield y Sprecher, 1985; Critelli, Myers y Loos, 1986; y Fraia, 1991). Los índices de fiabilidad de las subescalas (consistencia interna mediante el índice α de Cronbach) oscilan, en nuestra muestra, entre el .89 y el .93.
Procedimiento
Los cuestionarios fueron cumplimentados, de forma voluntaria, por alumnos de Psicología y Trabajo Social de la U.C.M. El investigador se aseguró de que todos los sujetos comprendieran las instrucciones de cumplimentación, trabajaran sin prisa, y no comentaran sus respuestas con otros compañeros, asegurando asímismo el anonimato.
Técnicas de análisis de los datos
Qué duda cabe que para contrastar un modelo que incluya la dimensión temporal lo más pertinente sería contar con una estrategia longitudinal, que abarcase decenas de años, pero, como sucede en no pocas ocasiones, dados los medios disponibles ello no fue posible en esta ocasión (esperamos poder realizarlo en un futuro). Ello habrá de ser tenido en cuenta a la hora de analizar el alcance de los resultados.
Con un diseño transversal, pues, establecimos determinados "cortes" en la variable "duración de la relación", y calculamos y construimos las gráficas de la evolución temporal mediante la combinación del suprograma "Graph del SPSS for Windows" (versión 6.12) y el programa "Harvard Graphics" (versión 2.3). Calculamos, así mismo, el análisis de la varianza, el ajuste o desviación de la linearidad de las curvas de cada componente, y el estadístico de correlación apropiado en cada caso (r para las correlaciones lineales y η para las curvilíneas) que nos indicará si la relación entre las variables (componente amoroso y duración de la relación) que refleja cada curva es o no estadísticamente significativa (siempre con un N.C. del 99 %, representado con un asterisco).
Resultados
Los valores de la variable "duración de la relación amorosa" oscilaban desde apenas unos días hasta 34 años. En la tabla I figuran los estadísticos descriptivos de dicha variable según los "cortes temporales" aplicados para realizar los análisis.
Teniendo en cuenta esos cortes temporales en la duración de la relación en el eje de abscisas (que, conviene resaltar, varían en duración, por lo que no forman una escala uniforme), y la intensidad de los componentes amorosos (con rango 1-5) en el de ordenadas, veamos cuáles fueron las curvas obtenidas empíricamente (figura 2), así como los resultados de los distintos tipos de análisis (tabla II):
Discusión y conclusiones
Evolución de cada componente
A primera vista llama la atención el considerable parecido existente entre las curvas predichas y las obtenidas, siendo la diferencia más destacada un menor descenso de la PE. Por otro lado, vemos que los promedios de los valores reales oscilan entre 3.24 (en el C al mes de relación) y 4.41 (en la I a los 10 años de relación). Quizá no resulte sorprendente ya que se trataba de personas implicadas de hecho en una relación amorosa, y cabe suponer que si las puntuaciones estuvieran muy por debajo del 3 -el punto medio- la relación tendería a disolverse (ello, por cierto, podría ser materia de una próxima investigación). Quizá también la juventud de la muestra, y el hecho de contar con pocos sujetos en etapas ya tardías de la relación pueden haber contribuido a esos altos promedios, en general. Pero vayamos punto por punto:
La curva del C es muy similar a la esperada. Por un lado, las diferencias entre los grupos son significativas (F = 12.69 *). Por otro, el análisis del ajuste de la curva revela que también resulta significativa la desviación de la linearidad (F = 8.17 *) -aparece un componente cuadrático -indicando que hay, en este caso, dos períodos de evolución: uno de crecimiento continuado, hasta (aproximadamente) los 4 años; y otro de estabilización, a partir de ese momento. Por otro lado, la correlación curvilínea también resulta significativa ( η = .37 *) confirmando la significación estadística de la relación entre ambas variables (es decir, de la evolución del C a través de la duración de la relación amorosa).
Vemos que el C es el componente menos importante al principio, y que paulatinamente va aumentando su intensidad, incluso más rápidamente de lo esperado (extremo que habrá que contrastar en próximos estudios, tratando de seleccionar una muestra representativa de la población española), hasta estabilizarse -hacia el cuarto año aproximadamente- en un nivel de notable magnitud.
La curva de la I, en nuestra muestra, también es bastante similar a la predicha. Como en el caso anterior, resultan significativas las diferencias entre los grupos (F = 4.79 *), la desviación de la linearidad o componente cuadrático (F = 3.26 *), y la correlación curvilínea ( η = .24 *). Hay, como puede apreciarse, una primera etapa de crecimiento rápido y continuado (también hasta los 4 años aproximadamente), y una segunda etapa de crecimiento leve y estabilización -a partir de esos momentos-.
Llama la atención, como ocurría en menor medida con el C, que el crecimiento de la I es más brusco del esperado en los primeros momentos de la relación. Es posible que tal resultado se deba a un rápido establecimiento de la percepción de reciprocidad de autorrevelaciones y de un gran número de experiencias compartidas (factores responsables del crecimiento de la I, según el modelo), o bien a cuestiones metodológicas, como determinadas características de la muestra (p.ej. su juventud o escasa duración de la relación en promedio) y/o sesgos del autoinforme (es más fácil y seguro para la propia autoestima pensar/decir que todo va muy bien, y que uno ha logrado un estrecho vínculo con la pareja muy pronto). Otra explicación que nos parece bastante plausible estriba en que la condición necesaria para formar parte de la muestra era precisamente estar ya implicado en una relación amorosa, con lo que los sujetos ya habrán establecido una cierta intimidad con su pareja, en lugar de partir de cero (como se partiría en el intervalo que va desde que la persona se enamora de otra hasta que establece -si puede- una relación amorosa con ella). Futuras investigaciones, empleando muestras representativas e incluyendo personas que se autocalifiquen como "enamoradas" pero aún no implicadas en una relación de hecho, podrán apuntar cuál explicación resulta correcta (o cuáles).
La curva de la PR también se asemeja a la curva predicha. Resulta también de carácter cuadrático (F = 4.27 *), manteniendo una relación sistemática con la variable "duración de la relación" ( η = .23 *), y estableciendo diferencias significativas entre los distintos momentos temporales (F = 4.26 *). Como se observa, al principio la PR crece paulatinamente y continúa aumentando progresivamente hasta mucho después de que la PE haya alcanzado su máximo -sobre los 4 años la PR y hacia el medio año la PE, lo cual, de paso, constituye una razón más para diferenciar entre ambos tipos de pasión, como indica el modelo teórico del que partimos, contrastado empíricamente con anterioridad (C.Yela, en prensa)-. El descenso de la PR no alcanza valores tan bajos como el de la PE. Todo ello se ajusta, bastante aproximadamente, a lo que predice el modelo.
Sin embargo, un dato que discrepa de los resultados esperados es el menor crecimiento de la PR en las primeras fases de la relación. Quizá se deba a que, en términos comparativos, el nivel de la I manifestado en dichas fases es mayor de lo esperado por los motivos aducidos anteriormente, o a determinados sesgos metodológicos -características de la muestra o del instrumento de recogida de datos-, o a que, efectivamente, la PR se establezca progresivamente, de forma más pausada en los primeros meses de la relación (extremo éste que nos resulta menos plausible, pero que hay que considerar también). Como en los casos anteriores, resultaría extraordinariamente interesante comprobar qué niveles medios alcanzaría la PR tanto antes de establecerse la relación (enamoramiento no consumado o no correspondido) como a partir de los 7 años en adelante. Será materia de posteriores estudios.
Finalmente, la curva de la PE, por contra, es la que peor se ajusta a las hipótesis formuladas, no ofreciendo el análisis de la varianza resultados estadísticamente significativos (con ese N.C. del 99 %), aunque sí una correlación lineal (ya que no resulta significativo tampoco el componente cuadrático -aunque se intuye dicha tendencia-) negativa y significativa (r = -.20 *), que apunta a la paulatina reducción de este componente pasional.
Efectivamente, constatamos cómo en las primeras fases de la relación la PE se dispara por encima de la PR y del C, según lo esperado, pero no por encima de la I (quizá por los motivos sugeridos sobre ese mayor valor de la I inicial). Tal y como se predijo, la PE alcanza su nivel máximo relativamente pronto -alrededor del medio año-, pero luego no se produce el drástico descenso esperado sino una fase de estabilización, seguida de un descenso leve aunque continuo, aproximadamente hacia los 4 años (son varios los autores que coindicen en señalar esa fecha como la del inicio notable del descenso de la pasión amorosa; p.ej. Fisher, 1992).
De inmediato surge la pregunta: si los fundamentos teóricos para predecir la notable disminución de la PE -ya sea hacia los 4 años, o más temprano- son tan aparentemente sólidos como los expuestos en el apartado de las hipótesis (Aronson y Linder, 1965; Solomon, 1980; Wilson, 1981; Liebowitz, 1983...etc) ¿por qué se ha obtenido una disminución mucho más suave en nuestro estudio? Las respuestas pueden ser varias:
Por un lado, puede deberse a la influencia de ciertas características de nuestra muestra, como su excesiva juventud (más del 90 % de la muestra es menor de 30 años), el hecho de que más de un 90 % sean solteros, y que cerca de un 90 % no convive con su pareja. Estos factores, que caracterizan al 90 % de nuestra muestra -aproximadamente- son buenos predictores de la PE, en contraste con sus contrarios: mayor edad, convivencia en pareja, y estar casado, relacionados inversamente con la PE, como hemos podido comprobar en nuestra propia investigación (la edad con p < .01, la convivencia con p < .05, y el estado civil con p < .10). Parece que estas características de la muestra constituyen motivos suficientes para explicar ese inesperado resultado.
Pero además, poco sabemos sobre lo que sucede a partir de los 6 o 7 años de relación, ya que en nuestra muestra hay pocos sujetos en los grupos de larga duración (y, no menos importante, todos ellos jóvenes), frente a los numerosos sujetos y subdivisiones realizadas en los intervalos de menor tiempo de relación. Es posible que la curva continúe descendiendo en esas etapas más tardías. Ello será materia también de una próxima investigación.
Por otro lado, la constatación de unos valores de PE mayores de los esperados en etapas avanzadas de la relación, en nuestra muestra, puede deberse también a la influencia de una serie de sesgos en las respuestas, como el de "defensividad del yo": mucha gente se niega a reconocer ese descenso de la PE sentida hacia su pareja, o al menos le cuesta mucho aceptarlo (por la existencia de ciertos mitos románticos, entre los cuales no es el menos importante el de la creencia de que la pasión debe perdurar "si el amor es verdadero"), y no parece precisamente un cuestionario la mejor técnica para detectar dicho descenso. Otros sesgos que pueden estar influyendo en esa mayor evaluación de la PE son el de "deseabilidad social" (dado que lo normativo tácitamente -y en ocasiones no tan tácitamente- es sentir "eternamente" la misma pasión que el primer día), la influencia de la "disonancia cognitiva" (evaluación positiva en todos los sentidos, de algo que se ha elegido "libremente" y supone un considerable esfuerzo conseguir y mantener), o el propio sesgo de "aquiescencia" (la evaluación positiva de los ítems relativos a la I y el C, entre los cuales se sitúan los de PE, puede contribuir al mantenimiento de ese patrón de respuesta en los ítems correspondientes a la PE).
Cualquiera de las razones mencionadas, o posiblemente la combinación de varias de ellas (o quizá de todas), podría dar respuesta a esa discrepancia entre los resultados predichos y los obtenidos, respecto al descenso de la PE. Desde luego, siempre cabe la posibilidad de que -en último término- todos nuestros presupuestos teóricos sobre el descenso acusado de la PE sean falsos, pero esa nos parece la alternativa más inverosímil e imprudente en este caso. Como suele ser habitual en nuestra disciplina científica, hemos de esperar -como hemos señalado repetidamente- que posteriores investigaciones arrojen algo de luz sobre estas cuestiones1 (ver nota al final del artículo).
Evolución conjunta de los componentes: etapas de la relación amorosa
Una lectura muy interesante de los resultados empíricos proviene del análisis global de la gráfica. Los resultados obtenidos en nuestra muestra parecen conferir cierto apoyo a la hipótesis de las 3 fases principales en las relaciones amorosas: una fase inicial y breve de "enamoramiento", una posterior de "amor pasional", y la más larga fase de "amor compañero". En nuestra investigación, los momentos concretos que delimitan esas fases, como puede apreciarse en la figura 2, son los 6 meses (0.5 años) y los 4 años (siempre de forma aproximada, por supuesto). Veamos algo más detenidamente cada una de las fases:
La 1ª fase comprendería los primeros meses de la relación; en nuestra muestra, aproximadamente, hasta el medio año. La denominaremos, como es sólito en la literatura especializada, "Enamoramiento" (un enamoramiento recíproco, ya que, insistimos, con nuestra muestra no podemos conocer la intensidad de los componentes amorosos desde el enamoramiento unilateral hasta el establecimiento de la relación, momento en que empieza propiamente esta fase de enamoramiento recíproco). Es un período relativamente breve en que se produce un vertiginoso aumento de todos los componentes amorosos, especialmente de la PE, que llega a alcanzar su punto máximo, y de la I, lo que indica que la persona se ve envuelta en un cúmulo de emociones nuevas e intensas hacia el otro, tanto de activación fisiológica general y sexual, como de deseos paulatinamente satisfechos de establecer un vínculo afectivo especial con dicha persona. En este período el componente de menor importancia es el C, especialmente en los primeros meses.
La 2ª fase, etapa intermedia entre el enamoramiento y el la larga fase ulterior, comprende en nuestra muestra desde los 0.5 años hasta los 4 años aproximadamente. La llamaremos fase de "Amor Pasional" dado que durante este período oscila la PE alrededor de su punto máximo, y continúa aumentando paulatinamente la PR. Se diferencia del enamoramiento principalmente en que, junto a esos componentes pasionales cobran mucha mayor importancia el C y la I, que continúan aumentando paulatinamente.
Finalmente, en nuestra muestra la 3ª fase comienza alrededor de los 4 años, cuando empiezan a descender ambos componentes pasionales. La designaremos como "Amor Compañero", término que emplean, entre otros, Berscheid y Walster (1978), Duck (1983), y el propio Sternberg (1986, 1988), para sustituir al clásico término de "amor conyugal" que implica una unión matrimonial que no tiene necesariamente por qué acontecer (aunque en nuestra sociedad siga siendo, con mucho, lo más frecuente). Durante esta fase, alcanzan su nivel máximo la I y el C, y descienden paulatinamente la PR, y más aún la PE.
Como hemos comentado anteriormente, en nuestra investigación tan solo un 8 % de los sujetos llevaban más de 7 años de relación (un total de 34 sujetos, con un promedio de aproximadamente 10 años de duración), con lo cual a partir de esas fechas no podemos afirmar nada con suficientes garantías. Ya hemos señalado en nuestras hipótesis las posibles alternativas teóricas de las relaciones a muy largo plazo. Sería de gran interés tratar de verificar, en una próxima investigación, la incidencia diferencial de dichas alternativas, e indagar qué factores son los principales responsables de que la relación amorosa transcurra por uno y otro camino (a saber, a grandes rasgos: la estabilización en la fase de "amor compañero" -con un mayor o menor descenso paulatino de los componentes pasionales- o el deterioro hacia una fase de "desamor" -con o sin ruptura final, en función de variables de otra índole-).
Consecuencias
Entre las consecuencias teóricas de la presente investigación se cuenta el ofrecer un cierto apoyo empírico al modelo propuesto (basado en la introducción de ciertas matizaciones en el modelo de Sternberg, 1986, 1988), que trata de dar cuenta de la estructura (dimensiones básicas -C.Yela, en prensa-) y dinámica (evolución temporal -en el presente trabajo-) del fenómeno amoroso. La falta de representatividad muestral, las características concretas de la muestra (juventud, escaso tiempo emparejados...), y el hecho de no contar con un diseño longitudinal hacen que el apoyo empírico al modelo sea escaso e incierto. Pero constituye un primer paso. La confirmación de dicho modelo en posteriores estudios, con muestras representativas y diseños longitudinales, contribuiría a una mejor comprensión, explicación, e incluso -en alguna medida- predicción del fenómeno amoroso.
Por otro lado, además de sus consecuencias respecto a la comprensión y explicación teórica del fenómeno amoroso, la confirmación del modelo en posteriores estudios, y la relación del mismo con una serie de variables relevantes (celos, fidelidad-infidelidad, atractivo físico, diferencias entre hombres y mujeres, satisfacción amorosa y sexual...) podría suponer cuando menos potenciales aplicaciones prácticas, tanto en el amplio campo de las terapias de pareja, como mediante una "simple" función divulgativa.
Si buena parte de los problemas en las relaciones amorosas y sexuales tienen su primer origen en la ignorancia y en falsas creencias (que provocan decepciones, frustraciones y desengaños), seguramente el conocimiento de qué es lo que suele acontecer en esas relaciones amorosas, y por qué, tenderá a provocar un cuestionamiento de esas viejas creencias erróneas, y tenderá a contribuir, previsiblemente, a un aumento en la satisfacción en las mismas (o a una reducción de la insatisfacción, según se mire).
Si la gente (en general; o la pareja que acude a terapia) reconoce que en una relación amorosa existen distintos tipos de factores, unos pasionales y otros no, y que en función de muchas variables (tanto internas a la relación como externas a ella) éstos variarán en intensidad, quizá esté en mejores condiciones para afrontar esos cambios.
Si la gente (en general; o la pareja que acude a terapia) aprende que la intensidad de los distintos componentes amorosos tiende, en general, a fluctuar de una determinada manera a lo largo de la relación amorosa, dando lugar a tres fases principales (una fase de amor romántico precedida por una breve fase de enamoramiento pasional, y seguida por una larga fase de amor compañero no pasional -pero de máxima Intimidad y Compromiso-), quizá no se produzcan tantas expectativas incumplidas, ni se viva con gran pesar y decepción lo que son procesos absolutamente normales (como, p.ej. el deterioro progresivo de la pasión sentida los primeros meses -o años-).
Si la gente (en general; o la pareja que acude a terapia) aprende a reconocer que la reducción de la pasión es algo natural e inevitable, y que posteriormente la relación amorosa entra en otra fase en que esa pasión (aunque quizá no desaparece totalmente) es sustituida por otra serie de factores positivos que no existían antes o existían con menor intensidad (sentimiento de unidad y vínculo estable, confianza en la disponibilidad del otro, comprensión mutua, compromiso de apoyo incondicional, entrega total, compenetración máxima, conocimiento profundo, apertura total, muchas experiencias compartidas...), entonces no debería atormentarse -como suele acontecer- al comprobar que después de "x" años (2, 5, o 28) ya no siente la pasión desenfrenada del primer día, ni deducir de ello -como también es habitual- que ya no "se quiere" a la pareja, y que se debe terminar la relación, puesto que no hay "verdadero amor".
Por idénticos motivos, si se es consciente de la fugacidad del enamoramiento y de la pasión (que no del amor), es de suponer que no se debería establecer una unión estable (el matrimonio o la convivencia) sobre ese enamoramiento pasional (pasajero por naturaleza), sino esperar a que la relación amorosa haya entrado en una fase más sólida y estable, para evitar los tan frecuentes desengaños que se producen una vez remitida la pasión inicial. Somos conscientes de que tal consecuencia atenta contra las creencias tradicionales de la inmensa mayoría de la población sobre el amor romántico-pasional como base del matrimonio, pero también lo somos de los enormes sufrimientos que muchas de esas creencias producen, como la creencia comentada, de fundamentar el matrimonio -o la unión estable- en el enamoramiento pasional, inevitablemente fugaz, paradoja que han reflejado con mayor o menor énfasis muy distintos autores (Ortega, 1917, Rougemont, 1938; Wilson y Nias, 1976; Kinget, 1979; Masters, Johnson y Kolodny, 1982; Liebowitz, 1983; Simpson, Campbell y Berscheid, 1986; Iglesias de Ussel, 1987; CIRES, 1992; Hendrick y Hendrick, 1992...).
Limitaciones
Como en toda investigación, existen en nuestro estudio ciertas limitaciones básicas. Además de otras más o menos puntuales, es importante subrayar tres principales: por un lado, y como ya se ha apuntado repetidamente a lo largo del trabajo, las características de la muestra -incidental y no representativa de la población española- van a suponer un fuerte freno en la generalización de los resultados (tal y como sucede, por otra parte, en la gran mayoría de las investigaciones en nuestra disciplina).
Por otro lado, como también hemos señalado, una limitación importante dentro del análisis del curso temporal de los componentes amorosos a lo largo de la relación, consiste en la utilización de un diseño transversal en lugar de un diseño longitudinal, más apropiado para ese objetivo. Desgraciadamente esta limitación también es muy común en las investigaciones psicosociales -y psicológicas en general- debido a la escasez de recursos (tanto económicos como temporales).
Por último, hemos de tener en cuenta las limitaciones de la técnica del autoinforme (a pesar de sus múltiples ventajas) frente a otras técnicas de recogida de datos, que se basan sobre todo en que lo que se evalúa no es propiamente la conducta de los sujetos sino la opinión de éstos sobre su conducta (ya externa o interna), con el posible sesgo que ello supone. Dentro de las técnicas de autoinforme, la utilización de un cuestionario, supone también ciertas limitaciones (a pesar, nuevamente, de sus múltiples ventajas): una menor profundidad que otro tipo de instrumentos (como la entrevista), la incertidumbre acerca de la motivación y la sinceridad de los sujetos, la duda sobre si el sujeto entiende cada item de la forma en que el investigador ha previsto, así como la posible influencia de ciertos sesgos de respuesta (de deseabilidad social, defensividad del yo, disonancia cognitiva, aquiescencia ...).
Sugerencias
No queremos concluir sin apuntar, siquiera brevemente, algunas sugerencias que se desprenden directamente de nuestro estudio, de cara a investigaciones futuras.
Quizá la tarea más importante sea la de seleccionar una muestra representativa de la población española, sobre la cual obtener resultados fiables y generalizables a toda la población. Esta es una asignatura pendiente en la investigación sobre el comportamiento amoroso en nuestro país. Por otro lado, la inclusión en la muestra de ambos miembros de cada pareja (tal y como hacen, p.ej. Serrano y Carreño, 1993) permitiría contrastar todas aquellas hipótesis sobre la prevalencia e importancia de la similaridad a lo largo de la relación amorosa.
Así mismo, sería especialmente deseable emplear un diseño longitudinal a la hora de evaluar la evolución de los componentes amorosos a lo largo de la relación, para tratar de eliminar los posibles sesgos de los consabidos "efectos de cohorte".
Otra sugerencia interesante consistiría en la tan solicitada estrategia multimetodológica en la recogida de datos: con algo de imaginación (desde luego, supeditada al rigor del método científico), y siempre que se salven los imponderables éticos y técnicos, es posible elaborar diseños experimentales que, aunque de alcance muy limitado y dudosa validez ecológica (como siempre, nos veremos enfrentados a la tensión entre validez interna y externa), supongan un avance firme en la obtención de relaciones causales entre variables; ejemplos insignes de ello son las investigaciones de Dutton y Aron (1974), Dermer y Pyszczynski (1978), Fisher y Byrne (1978), o Clark y Hatfield (1989). Otras posibilidades, no excluyentes entre sí, son la realización de una observación sistemática (p.ej. en un pub, en una discoteca, en una fiesta... -aunque es obvio que determinadas conductas íntimas de la interacción de pareja no serán accesibles al investigador-), el registro de respuestas psico-fisiológicas, las entrevistas en profundidad, y el uso del análisis de documentos (cartas románticas, diarios íntimos -lógicamente, con el consentimiento de los implicados-, "spots" publicitarios, letras de las canciones más populares...etc).
Otra tarea a realizar es la mejora de las características psicométricas de las escalas de los componentes amorosos: por ejemplo, reducir el número de ítems de cada subescala manteniendo la fiabilidad, mayor validez de constructo y validez predictiva, depuración de las escalas -obtención de ítems con mayor saturación en su factor y menor en el resto-...etc.
Por otro lado, resultará de especial interés tratar de constatar si se verifican o no los resultados no esperados de nuestro estudio, fundamentalmente la mayor intensidad de lo esperado en los componentes no pasionales (especialmente la I) en las primeras etapa de la relación, la menor intensidad de la PR en esa misma etapa, y los menores descensos de lo esperado en los componentes pasionales (especialmente de la PE) durante fases ya avanzadas de la relación. En este sentido, convendría, como ha quedado dicho, incluir en la muestra:
1) personas enamoradas pero que no hayan establecido aún una relación amorosa, para verificar si, como se deduce de nuestros presupuestos teóricos, presentan mayores niveles de ambos tipos de Pasión (especialmente de PE) que de I.
2) un grupo numeroso de personas que lleven 5, 10, 15, 20 y más años de relación, con el objeto de verificar si, como se deduce de nuestros presupuestos teóricos, continúan reduciéndose paulatinamente los componentes pasionales (y en qué medida lo hacen, y cuándo tienden a estabilizarse).
y 3) personas que acaben de sufrir la ruptura de su relación, con el propósito de verificar si, como se deduce de nuestros presupuestos teóricos, ello está relacionado con el descenso del C, y/o con el descenso de algún componente (y de cuál) por debajo del nivel de intensidad medio (que en nuestra escala Likert, con rango 1-5, era como es obvio de 3).
Finalmente, resultaría de gran interés indagar el impacto recíproco de determinadas variables sobre la intensidad de cada componente amoroso (satisfacción -amorosa, sexual y general-, atractivo físico -propio y de la pareja-, fidelidad -actitud y conducta-, celos, permisividad sexual, creencia en los mitos románticos, deseo de promiscuidad, autoestima, vinculación amor-sexo...etc), así como si existen diferencias entre hombres y mujeres tanto en la estructura como en la dinámica de la relación amorosa (y en caso afirmativo tratar de explicar a qué pueden deberse). Todo ello reclama trabajos independientes, para lo cual consideramos necesario verificar previamente el modelo teórico propuesto sobre la estructura y dinámica de las relaciones amorosas, tal y como hemos realizado en este y el anterior trabajo citado (C.Yela, en prensa).
En último término, creemos que hay razones de peso para afirmar que la famosa sentencia de Harlow en su alocución presidencial de la American Psychological Association, hace ya varias décadas, quizá no tenga ya tanta validez: "En lo que al amor se refiere los psicólogos han fracasado en su misión. Lo poco que conocemos sobre él no va más allá de la simple observación, y lo poco que escribimos sobre él ha sido escrito mejor por novelistas y poetas" (Harlow, 1958; pág. 673). Por nuestra parte, consideramos que a lo largo de las últimas décadas de investigación hemos aprendido algo, más allá de la mera reflexión personal, de lo obvio, del sentido común, y de la simple observación asistemática. Esperamos ir contribuyendo en alguna medida a ello.
Agradecimientos
Deseo agradecer a D. Mariano Yela , Dña. Rosario Martínez Arias, D. Amalio Blanco y D. Florencio Jiménez Burillo su generosa ayuda a lo largo de los años que duró la investigación.
Nota final (ver pág. 9):
Recientemente hemos obtenido los primeros datos de una investigación en el que el autor ha colaborado junto a otros miembros del Departamento de Psicología Social de la U.C.M., mediante la aplicación de una encuesta a nivel nacional con una muestra representativa de la población española menor de 65 años, en los que aparece un claro y paulatino declive de la Pasión Erótica con el paso del tiempo, descendiendo incluso por debajo de ese punto intermedio (3,00) y alcanzando niveles inferiores al 2,5 en etapas muy tardías (a partir de 20 y más aún a partir de los 35 años de relación). En el momento actual estamos terminando de realizar los análisis y preparando la pertinente publicación de los resultados (Jiménez Burillo, Sangrador, Barrón, De Paúl, y C.Yela; en preparación).
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Aceptado el 8 de octubre de 1996