La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.
Esta nota biográfica reproduce con algunas variaciones el discurso leído por el autor con motivo del nombramiento de Yela como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Oviedo, y posteriormente publicado en Papeles del Psicólogo, 1994, 60, pp. 23-26.
El día en que escribo estas líneas se cumple un año desde que perdí a mi padre, y los psicólogos perdimos a uno de nuestros maestros, a uno de los «padres» institucionalizadores de la psicología científica en nuestro país. El lugar en el que escribo estas líneas es su despacho, rodeado de sus libros, manuscritos y recuerdos; el despacho en el que trabajó intensamente los últimos veinte años de su vida, los que asistieron a su mayor producción intelectual.
Nací el dos de marzo de 1921, en los barrios bajos de Madrid, calle de Zurita, 34, casi esquina a la popular plaza de Lavapiés. Mis primeros años fueron -lo son en mi recuerdo- copiosamente felices, colmados de estrecheces y alegría. Tuve un hogar acogedor y, para mí, seguro. Mi padre fue un obrero metalúrgico, laborioso, callado, amable, sagaz, con muchas puntas de sabiduría y algunas de gracia socarrona, propias de un campesino castellano recién injertado en el Madrid castizo. Mi madre, portera de casa pobre, era y es inteligentísima: nunca pudo asistir a la escuela y aprendió sola a leer y escribir. Vivaz, incansable, abnegada, ha sido cabeza y amparo de una interminable familia de parientes y coterráneos de los pueblos alcarreños de Ledanca y Muduex -no lejos de la Hita del Arcipreste-, que solían recalar en nuestra casa mientras buscaban trabajo, hacían sus compras, trataban sus enfermedades o, en los tiempos más atravesados, entretenían su hambre o escapaban de la persecución. Durante la guerra civil, por ejemplo, de 1936 a 1939, en nuestro piso angosto llegaron a refugiarse cerca de cuarenta personas, algunas buscadas por los "rojos"; en los años de la posguerra, volvimos a ser pensión abierta de otros refugiados, algunos perseguidos también, esta vez por los "nacionales". Lo que en mí pueda haber de bueno, comprensivo, trabajador y animoso, viene seguramente de este hogar y de estos padres.
El hombre adulto tiene la impresión de vivir en un mundo de realidades: las cosas, los otros, su propia realidad. La observación no puede ser más trivial e indiscutible. Pero ¿qué significa? La verdad es que, cuando reparamos en ella, esta observación tan innocua y trivial nos resulta ser de las más inquietantes y problemáticas. Porque ¿qué es la impresión de la realidad?, ¿en qué consiste?, ¿quién y qué es el que la tiene?, ¿quiénes son y qué son esas realidades? El esfuerzo por contestar a estas preguntas ha constituido buena parte de la filosofía de todos los tiempos. Pero hay más. Incluso si dejamos en suspenso el sentido último de estas cuestiones, quedan por aclarar en torno a ellas muchos problemas suscitados también por aquella observación. Entre ellos, uno de capital importancia desde el punto de vista psicológico, precisamente el punto de vista desde el que menos se ha considerado. En efecto, es indudable que, sea el mundo lo que fuere, el hombre adulto lo percibe como constituido por cosas reales que realmente se influyen entre sí y con el propio sujeto de múltiples maneras. Pues bien, ¿en qué consiste esta percepción?, ¿cuál es su estructura?, ¿por qué leyes se rige?.
El test es uno de los métodos característicos de la psicología contemporánea. Gran parte de su valor científico lo debe al análisis factorial.
Los tests surgieron antes que el análisis factorial y en muchos aspectos se han desarrollado con independencia de él. Pero al análisis factorial se debe, en nuestro siglo, un nuevo y fecundo impulso, un fundamento científico más firme y unas posibilidades, antes insospechadas, para su empleo en la investigación sistemática del psiquismo y de la conducta.
Señores Académicos:
Mis primeras palabras tienen que ser, por obligación y por devoción, de gratitud. Estoy aquí por el afecto de D. Juan Zaragüeta, que me propuso, y la benevolencia de todos ustedes, que me aceptaron. La honra que con ello me dan rebasa sin medida mis méritos, si tengo alguno. Aunque creo que sí, que alguno tengo, incluso tal vez dos.
Tengo por mi primer mérito el ser un trabajador. Vengo de familia de campesinos y obreros, hechos y, a veces, deshechos en el trabajo. He sido obrero parte de mi vida. Luego, he cambiado el taller por el laboratorio y la biblioteca. Es igual: sigo siendo un trabajador. He trabajado mucho, y bien merece esto algún premio, aunque nunca hubiera imaginado uno tan alto.
Mi segundo mérito, señores académicos, se lo debo a ustedes. No está mal que la Academia abra sus puertas a un sabio. Y aunque yo no lo era cuando ustedes me eligieron, al elegirme me pusieron en vías de serlo. ¿No decían Platón y Aristóteles, los viejos y eternos maestros, que el asombro es el principio de la sabiduría? Pues héme aquí, sabio o casi sabio, porque yo soy desde entonces, desde que supe que me habían elegido, el hombre más asombrado del planeta.
Y lo soy tanto más si reparo en quienes me antecedieron en la Medalla de Académico que hoy se me otorga. Entre los más recientes figuran algunos de ancha fama pública, como el cardenal Gomá y Ramiro de Maeztu. Yo quiero celebrar brevemente la memoria de los dos más inmediatos: D. José Rogerio Sánchez, que fue mi maestro, y cuyo consejo y ayuda cordiales, abundantes y generosos nunca olvidaré, y -el P. Carro, a quien sucedo en la Academia y a quien quisiera suceder en la vida limpia y sencilla, en el estudio infatigable, en el brío para defender sus convicciones, en el amor encendido a España. Toda su obra es un análisis lúcido y fervoroso de la aportación española -Vitoria, los Soto- al derecho de las gentes y de las naciones. En ella se aprende a admirar, no se sabe cuál más, si la originalidad o la valentía de un pensamiento teológico jurídico que proclama, a la altura del siglo XVI, en una época de arrolladora vitalidad desmesurada la igualdad radical de todos los hombres, miembros todos de una misma Communitas naturales orbis; todos, indios o españoles, fieles o infieles, con los mismos derechos naturales, por encima o por debajo de las diferencias de raza, lengua, religión o cultura. Un pensamiento que, decididamente, no ha perdido actualidad. Vaya por ello a la memoria del P. Carro el testimonio de mi admiración y respeto.
El estudio del comportamiento animal ha tenido una importancia decisiva en el desarrollo de la psicología científica. En dos sentidos principales. Primero, porque es uno de los factores que más han contribuido a transformar la psicología de teoría de la conciencia en ciencia de la conducta. Segundo, porque, precisamente por este cambio, la investigación del comportamiento animal ha adquirido un relieve en cierto modo privilegiado y central en la ciencia psicológica.
El conductismo es el intento más ambicioso y tenaz de la historia de la psicología -y tal vez en toda la historia de la ciencia- de construir un sistema científico estrictamente lógico y objetivo y el proyecto más ilusionado de mejorar con su aplicación, eficaz y comprobablemente, la conducta humana.
La conducta es la interacción de un organismo vivo, genéticamente dotado, y su ambiente. La psicología se ocupa de la conducta. No es extraño que el influjo del ambiente y la herencia en la conducta sea un tema capital y constante en la ciencia psicológica. Ha resultado ser, además, un tema intrincado y polémico. Trataré de resumirlo, con la máxima concisión y claridad, al hilo de su abundante bibliografía, de la que presento al final una amplia selección.
O nos detenemos en el examen y esclarecimiento de las nociones de progreso e inteligencia, tan sumamente complejas, polisémicas y disputadas que, con toda probabilidad, no llegaremos nunca al tema propuesto. O pasamos sin más a encararnos con el tema y corremos, entonces, el riesgo de no saber bien de qué estamos hablando.
La palabra inglesa test significa, como nombre, reactivo y prueba, y como verbo, ensayar, probar o comprobar. Se deriva del latín testis, cuya raíz figura en palabras españolas como testigo, testimonio, atestiguar, etc. Ha sido internacionalmente adoptada para denotar un cierto tipo de examen muy usado en Psicología y Pedagogía.
El tema de la inteligencia es central en ciencia y filosofía. No es extraño. La inteligencia es, por de pronto, algo que distingue al hombre de los demás seres del Universo. Como un cuerpo entre los cuerpos, el hombre es muy poca cosa. Es mas frágil que el hierro y, si nada lo sostiene, cae, como una piedra, obediente a la ley de la gravedad. Como un organismo vivo, el hombre es más bien débil y efímero. El león le aventaja en fuerza y la corza en agilidad. Un diminuto bacilo puede producirle la enfermedad y la muerte. Mientras las estrellas recorren espacios sin límite y persisten durante millones de siglos, el hombre apenas ocupa un pequeño lugar en el espacio y un breve momento en el tiempo.
El hecho es trivial y consabido, pero, si bien se mira, sorprendente e, incluso, sobrecogedor: todos nosotros, unos más y otros menos, somos inteligentes. Es verdad que, a su manera, lo son también y en alto grado los delfines y los chimpancés, y, de modo variado y más modesto, algunos, tal vez todos, los otros animales. Todo parece indicar, sin embargo, que nuestra inteligencia es peculiar y diferente. ¿En qué consiste esa diferencia? ¿Por qué resulta sorprendente y hasta sobrecogedora nuestra peculiar inteligencia?
La psicología de la inteligencia abunda en perplejidades y polémicas y es copiosa en cuestiones disputadas y problemas no resueltos. Hay, sin embargo, algunas cosas que hoy parecen razonablemente claras, aunque, conviene decirlo también, no del todo comprendidas ni unánimemente aceptadas. Yo diría que, al menos, estas tres.
La psicología parece hoy, a primera vista, un conjunto diverso y dispar de conocimientos teóricos y de procedimientos prácticos. ¿Es una ciencia? ¿En qué sentido lo es? Y, si lo es, ¿es una ? ¿O más bien la palabra designa ciencias distintas y modos de conocer diferentes? ¿En qué consiste la diversidad patente de la psicología actual? ¿Hay algún fundamento para defender, dentro de esa diversidad, la unidad básica de la ciencia psicológica?
El método científico es un camino de acceso a la intelección de la realidad. Consiste en dar razón sistemática, empírica y en lo posible experimental, de los fenómenos. Se basa en tres nociones capitales que alumbró el pensamiento griego: la physis, el sózein tà phainómena y el lógon didónai. Primero, la noción de physis o naturaleza: lo que es y hace cada cosa depende de su intrínseca naturaleza, no de ritos, conjuros o magias. Segundo, la naturaleza se muestra en sus fenómenos, es decir, en lo que de hecho podemos observar, y toda la ciencia ha de servir al propósito de salvar los fenómenos y atenerse a ellos (sózein tà phainòmena). Tercero, el modo de salvarlos es dar razón de ellos, es decir, dar de ellos explicaciones racionales (lógon didónai ).