La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.
Psicothema, 1992. Vol. Vol. 4 (nº 2). 591-606
Esteve FREIXA i BAQUÉ
Laboratoire de Psychophysiologie SN4. Université de Lille I. FRANCIA
Cualquier persona que conozca mínimamente la situación de la psicología en el otro lado de los Pirineos sabrá que el conductismo, que goza de una situación relativamente confortable tanto en nuestras latitudes (a pesar del aflujo masivo y del éxito incontestable de psicoanalistas argentinos) como en la mayor parte de países "avanzados", no existe ni ha existido nunca en Francia.
Tal singular excepción merece, a nuestro modo de ver, un análisis histórico que nos permita entender cómo es posible que un país tan glorioso en la mayoría de los ámbitos (artístico, filosófico y científico) presente una situación a tal punto anómala respecto a la psicología. Ello nos llevará, paralelamente, a presentar la figura de Pierre Naville, un gran desconocido, que merece sin embargo una plaza de honor entre los clásicos de la psicología.
EL CONDUCTISMO EN FRANCIA
Tres factores, como mínimo, nos parecen poder explicar la falta total de implantación del conductismo en Francia, así como la marcada hostilidad de la que es objeto.
En primer lugar, el peso de la historia y de la tradición en el campo de la psicología francesa. Consideramos la larga cita siguiente como un excelente resúmen de la cuestión.
"La psicología experimental alemana tomó su impulso en la segunda mitad del siglo XIX a partir de los datos obtenidos por la psicofísica y la psicofisiología. En Francia, un poco más tarde, en el último cuarto del siglo XIX, el punto de apoyo es diferente; los primeros experimentalistas, o meramente teóricos de la experimentación, se inspiraron de la psicopatología. Para entender esta orientación es necesario tener en cuenta el hecho que, durante toda la primera parte del siglo XIX, la filosofía francesa, heredera a la vez del sensualismo de Condillac, del mecanicismo de La Mettrie, y, por lo que concierne más especialmente a la psicología, del "intimismo" de Maine de Biran, profesa un eclecticismo cuya inspiración espiritualista es tomada a la escuela escocesa de Reid. Dicho eclecticismo condena a la psicología a no ser más que un sector particular de la filosofía de la mente consagrado al estudio de los hechos de la conciencia con una perspectiva moral. Una tal tendencia, retornada ulteriormente por Bergson, crea una tradición universitaria muy poco favorable al nacimiento de una psicología de inspiración científica.
Sin embargo, durante el mismo período, la neuropatología realiza en Francia progresos Impresionantes. Dos áreas de investigación se desarrollaron particularmente: la de las afecciones mentales, con Charcot, Pinel y Esquirol, y la de los transtornos del lenguaje, Con Broca, Baillarger y Treusseau". (CHATEAU, 1977; pp. 234-235).
Una segunda cita, mucho más corta, completa y corrobora la precedente.
"Si la psicología experimental alemana nació del encuentro de ideas filosóficas y de problemas psicofisiológicos, si la psicología científica inglesa se constituyó a partir del impulso evolucionista y de los problemas psicológicos que suscitaba, la psicología francesa se injertó en la psicopatología interpretada por filósofos. (FRAISSE, 1963; pp. 31-32)".
En efecto, la neuropatología y la psiquiatría francesa ocuparon un rango de primer orden durante el siglo XIX y el principio del siglo XX, marcando definitivamente la tendencia "clínica" que caracteriza a la psicología francesa actual. Sería falso sin embargo concluir que la psicología científica, experimental (primer paso hacia la "revolución" conductista) no existió nunca en Francia. La patria de Descartes tuvo sus eminentes psicólogos científicos (Ribot, Janet, Binet y Piéron, por no citar que los más notables) que, de haber sido escuchados (y seguidos) hubiesen probablemente dado lugar al advenimiento del conductismo. Fraisse (1970), en un artículo publicado en el Journal of the History of the Behavioral Sciences (y citamos el nombre de la revista para subrayar el carácter que el autor quiso conferir a su escrito) y cuyo título es nada más y nada menos que: "Orígenes franceses de la psicología de la conducta: la contribución de Henri Piéron", afirma incluso que el verdadero fundador del conductismo no fue Watson sino Piéron, puesto que desde 1907-1908, o sea, varios años antes de la publicación del "manifiesto conductista" de Watson en 1913, defendió que el objeto de estudio de la psicología es la conducta.
Pero el olor de "chauvinismo" que se desprende del artículo de Fraisse1 nos sirve de transición para exponer lo que, a nuestro juicio, constituye el segundo factor explicativo de la situación actual del conductismo en Francia.
De la misma manera que los nostálgicos del Siglo de Oro parecen no haberse enterado que en Flandes se ha puesto el sol y que se perdió Cuba y Filipinas; al igual que los aristócratas arruinados fingen no haber perdido su rango y desprecian a esos nuevos ricos a los que despectivamente llaman burgueses y que ocupan en realidad los centros de poder que ellos perdieron, así la psicopatología y la psiquiatría francesas, máximas expresiones de la gloriosa psicología francesa de hace un siglo, no han querido reconocer la importancia creciente de la nueva psicología experimental en general y del conductismo en particular, y continúan creyéndose en cabeza del progreso.
Contrariamente a lo que ocurre en los países hispanoamericanos, quienes, conscientes del modesto papel que representan en la producción del saber psicológico, traducen sistemáticamente las obras importantes que aparecen en otras lenguas, los franceses se consideran autosuficientes y siguen viviendo de los laureles de antaño, de espaldas a la realidad, sin traducir casi nada. Es como si el "gaullismo" político (grandeza de la patria e independencia respecto a los americanos) se hubiese extendido a la psicología, puesto que todo lo que proviene de los Estados Unidos es sospechoso (la rivalidad entre franceses y anglosajones es, como el lector sabrá, ancestral).
Y ello nos lleva al tercer factor en cuestión: los prejuicios ideológicos de los intelectuales franceses.
Efectivamente, los intelectuales de este país -y sobre todo si son de izquierdas- alimentan una verdadera neurosis fóbica respecto a la ciencia y a la tecnología en general y a la psicología conductista en particular, en nombre de la sacrosanta "libertad y dignidad" humanas, valores máximos de un humanismo mal entendido.
Si en los siglos XVIII y XIX la ciencia representaba el progreso, la liberación, las luces (no olvidemos el papel preponderante de los enciclopedistas en la revolución francesa), desde hace unos años, todos los males que nos aquejan proceden de la "dominación" de la ciencia y la tecnología sobre nuestras sociedades la energía nuclear y el condicionamiento skinneriano representando los ejemplos paradigmáticos de dichas amenazas. Existe una amplia literatura defendiendo esta tesis (cf. H Habermas, 1968; JAUBERT y LÉVY-LEBLOND, 1976; THUILLIER, 1979, 1981, etc.).
Por otro lado, y dejando quizás aparte el ya evocado caso de Argentina, no existe, a nuestro juicio, ningún otro país tan marcado por el psicoanálisis como Francia. El lector debe saber que, desde hace tiempo, el psicoanálisis ha desbordado completamente del ámbito concreto de la psicología para impregnar completamente la casi-totalidad de los aspectos de la cultura francesa, desde la crítica literaria o cinematográfica hasta la arquitectura, pasando por el lenguaje cotidiano del hombre (y la mujer) de la calle, llegando incluso a la interpretación psicoanalítica de los cuentos de hadas (BETTELHEIM, 1976) o de los Evangelios (DOLTO, 1977).
Todos los observadores están de acuerdo en reconocer el sorprendente poder del psicoanálisis en Francia. El sociólogo Robert Castel escribe: El psicoanálisis es la ideología por excelencia de hoy en día (más modestamente, de hoy-en-día-en- Francia-en-los-medio -intelectuales-"progresistas"). (CASTEL, 1913; p. 258). Roland Jaccard, periodista de Le Monde añade: Paradójicamente, mientras que en los Estados Unidos, como en la mayor parte de los países industrializados, se asiste a un reflujo del psicoanálisis, la influencia que ejerce en Francia tanto sobre la psiquiatría como sobre la filosofía o la literatura no cesa de crecer. (Le monde, 3-11-1977). Y Van Rillaer remata: Actualmente, el centro mas importante del psicoanálisis ya no es Manhattan: es Paris. (...) El psicoanálisis ha encontrado su nueva patria de elección en Francia. (... ) París se ha convertido en La Meta del psicoanálisis. (VAN RILLAER, 1980; pp.19-20).
No es pues de extrañar que, una sociedad, en la que el psicoanálisis se ha infiltrado hasta los más profundos rincones de su estructura, considere el conductismo como la encarnación misma del Mal absoluto y lo combata ardorosamente. El lector encontrará en la introducción del libro de RICHHELLE (1977), así como en la del libro de DORNA y MÉNDEZ (1979), cuyas lecturas recomendamos, una considerable compilación -actualizada por FREIXA I BAQUÉ (1985)- de frases críticas que diferentes personalidades de la intelectualidad francesa han destinado al conductismo.
Hemos afirmado antes que los detractores más acérrimos del conductismo se reclutaban en el campo de la izquierda. Tal acierto merece algunos comentarios.
Históricamente, la izquierda correspondía a las fuerzas progresistas luchando por la emancipación de la humanidad de toda forma de dominación, incluyendo la tiranía de la naturaleza. La ciencia, en la medida en que permitía comprender y modificar la naturaleza, era, objetivamente, una aliada preciosa. Si, por añaduría, la nueva visión del mundo que la ciencia conllevaba contribuía a desprestigiar los dogmas teológicos imperantes y a debilitar los sistemas políticos asentados en ellos, no había la menor duda que Ciencia y Progreso no eran más que las dos caras de una misma moneda. Así pues, la izquierda adoptó totalmente la visión del mundo que la ciencia, agente liberador, generaba, y abrazó sin reservas el materialismo monista.
Pero la ciencia, en aquellas épocas, se ocupaba solamente de la naturaleza, no de las personas2; el estudio de los seres humanos era materia de la filosofía. El divorcio comenzó cuando la ciencia empezó a ocuparse de la conducta, con todo lo que ello supone (aceptación del determinismo, etc. etc.) de oposición a la concepción filosófica y tradicional de la conducta. A partir de entonces, cuando la ciencia aplicada al hombre apareció no como liberadora sino como restrictiva del libre arbítrio; cuando incluso las ciencias de la naturaleza empezaron a desarrollar tecnologías consideradas como peligrosas (energía nuclear, manipulaciones genéticas, etc.), la izquierda prefirió la visión filosófica, mucho más gratificante para la especie humana, más bien que la concepción científica de la conducta. La izquierda llama a esta posición de repliegue: "humanismo", término, en efecto, más tranquilizador que determinados vocablos científicos.
Así, en la actualidad, se ha llegado a una situación, que casi nos atreveríamos a catalogar de esquizofrénica, en la que, por un lado, el materialismo y el determinismo son aceptados como premisas en las ciencias de la naturaleza e, incluso, bajo la influencia de Engels y Marx, en ciertas ciencias sociales3.(cf. los conceptos de materialismo histórico, socialismo científico, etc.), mientras que, por otro lado, el idealismo y el dualismo son postulados en el terreno de la conducta humana. Todo ocurre como si la naturaleza -incluyendo nuestro propio cuerpo- por un lado, y las conductas de los grupos de sujetos (política, economía, sociología, historia, etc.) por otro lado, estuviesen regidas por leyes científicas (presuponiendo pues posturas materialistas deterministas) mientras que la conducta de un ser humano en particular estuviese regida por principios inmateriales, míticos, etc., no susceptibles de ser abordados por el método científico.
Parece sin embargo difícil de aceptar que el nivel "inferior" (biológico) y el nivel "superior" (social) respondan a un mismo tipo de enfoque (científico) mientras que el nivel "intermedio", nivel que realiza la síntesis y en el cual residen y coexisten los otros dos (de ahí las comillas utilizadas) responda a un enfoque totalmente contrario.
Este tipo de "dualismo metodológico" es aún más incoherente que el dualismo clásico (en el cual se acepta que la naturaleza debe ser abordada por el método científico mientras que la conducta humana -ya sea individual o social- depende de otro tipo de principios), puesto que en el dualismo clásico existe una sola ruptura entre los dos mundos (ruptura que se ha situado a distintos niveles en diferentes momentos de la historia: entre la materia inanimada y la animada primero, entre lo orgánico y lo psicológico después) mientras que en este tipo especial de dualismo no hay una sola frontera sino dos, pasándose de un nivel a otro para volver de nuevo al primero, fenómeno que parece, por lo menos, altamente singular y paradójico.
Una posible explicación de esta especie de "dualismo de va y vén" reside en el hecho de que la psicología experimental no existía todavía en la época en que Comte y Marx escribieron sus respectivas obras, y la psicología filosófica de la época no podía, evidentemente, ser tomada en consideración como ciencia positiva (Comte) ni incluída en el materialismo dialéctico de Marx y Engels.
Así, las pocas líneas que los fundadores del materialismo dialéctico dedican a la psicología no van más allá de afirmaciones tan generales e imprecisas como: "la mente no es más que el reflejo de la realidad", sin profundizar en cuestiones como: ¿de qué forma la realidad "se refleja"? ¿qué significa concretamente "reflejarse"? ¿debe el "reflejo" mismo ser considerado como una realidad material? ¿es de naturaleza distinta a la de la realidad que lo produce? etc. etc. etc. A decir verdad, tal posición nos parece más próxima del mito platónico de la caverna que del materialismo dialéctico.
Evidentemente, Marx y Engels quieren dejar sentado que el protagonismo está en la realidad y no en la mente, pero su formulación no da para más. Con los conocimientos disponibles en aquel entonces quizás no era posible profundizar en mayor grado, pero lo que nosotros deploramos es que, posteriormente, a medida que la psicología experimental en general y el conductismo en particular iban elaborando un sólido cuerpo de conocimientos (con un postulado claramente materialista y, en el caso del paradigma operante, francamente dialéctico), no surgiesen pensadores de izquierda (marxistas o no marxistas) capaces de realizar la síntesis necesaria entre los dos terrenos (científico y epistemológico), capaces, en suma, de reconocer en el conductismo el eslabón que faltaba en la cadena que une, bajo los mismos postulados materialistas y científicos, lo biológico y lo social.
Cierto es que en la ex-U.R.S.S. el condicio amiento pavloviano (que curiosamente obedece a un modelo mecanicista y no dialéctico) fue erigido en dogma y que el psicoanálisis, sí como (aunque por motivos distintos) los test de inteligencia fueron proscritos; pero ninguna teorización coherente fue producida en el campo marxista en el sentido que defendíamos una líneas más arriba. Los psicólogos marxistas, en Francia concretamente, adoptan una de las dos posturas siguientes: el flirteo descarado con el psicoanálisis (CLEMENT, BRUNO y SEVE, 1977) -sin olvidar toda la literatura aparecida sobre psicoanálisis y marxismo- o la devoción total por el cognitivismo (LE NY, 1979). Y no habremos ya de la izquierda no-marxista, la que protagonizó el mayo del 68, que profesa el obscurantismo más radical que imaginarse pueda.
Una sola voz se eleva en este desierto epistemológico para clamar abiertamente que Marx y Engels no dicen nada válido en psicología, pero que una actualización de sus posturas no podría llevar a otra consecuencia que la de defender el conductismo como la única psicología compatible con su ideología, ya que tal posición se encuentra, en forma de gérmen, en sus escritos. Dice textualmente el autor:
"Pero existe una manera diferente de plantear la cuestión respecto a Marx: preguntarse si en sus trabajos no se encuentran algunos elementos generales y particulares de una ciencia de la conducta, ciencia que, hoy en día, debe ser desarrollada con una masa de conocimientos y de experimentaciones con las que no se podía ni siquiera soñar en la mitad del siglo XIX. Efectivamente, estos elementos existen. La heredera legítima de la metodología de Marx es justamente la ciencia de la conducta, la psicología moderna, y no esta pretendida "filosofía marxista" impuesta como metafísica de Estado, como teocracia. Son los principios fundamentales y las premisas de una ciencia de la conducta que se encuentran en la obra de Marx, y no los de una metafísica. Las Tesis sobre Feuerbach y ciertos capítulos de La ideología alemana sostienen posiciones que no pueden en absoluto ser consideradas como "filosóficas". Al contrario, constituyen un trastrueque radical de las pretensiones de cualquier filosofía.
Es desde dicho punto de vista que puede contestarse a esta última pregunta: ¿cuál es la contribución de Marx y Engels a la psicología? Ninguno de los dos se preocupó directamente de la psicología propiamente dicha. Su actitud es, en este punto, vecina de la de Comte, para quien entre la fisiología y la sociología no había lugar para una "psicología". Sin embargo, pusieron de relieve varios puntos de metodología, que fundamentan su propio materialismo, y que pueden ser legítimamente considerados como los principios fundamentales de la ciencia de la conducta de nuestros días. Estos principios son los siguientes:
1) principio de la conducta: el hombre es aquello que hace; el concepto de producción es pues fundamental;
2) principio de la unidad de la conducta: el hombre no está compuesto de un espíritu y de un cuerpo, sino de un organismo unitario cuyas manifestaciones, en su totalidad, se explican, a niveles distintos, por su realidad y sus efectos materiales;
3) principio de la objetividad de la conducta: el individuo sólo puede existir y actuar para sí cuando existe y actúa era función de los demás, de terceros, o sea, en sociedad. Estos tres principios constituyen los axiomas de una ciencia de la conducta y no de una filosofía o de una ontología.
Marx y Engels, por su parte, desarrollaron sobre todo el análisis de la sociedad, y en particular, de la sociedad capitalista burguesa. Dejaron para otros el estudio científico de los procesos individuales de la conducta. Pero dicho estudio se encarriló, en el transcurso del siglo XIX, en la misma dirección en que ellos encarrilaban la sociología: la de la objetividad y de la experimentación. La obra de Darwin, los progresos de la neurología y de la fisiología con Magendie y Claude Bernard, y más tarde con Sherrington y Pavlov, y los trabajos de la psicología experimental con Galton, Binet, P.Janet, Watson, KoNer, Piaget e incluso Freud por no citar más que algunos hombres de talla- encarrilaban la ciencia de la conducta en una dirección mucho más coherente con las concepciones de Marx que lo que podían hacer todas las filosofías, como la de Croce, Husserl o Heidegger. No hay pues que buscar en la obra de Marx y Engels un "sistema" de psicología terminado, como tampoco una filosofía. Basta con encontrar en ella una orientación, unos criterios y unos problemas que son justamente los que conciernen a la psicología moderna, la ciencia de la conducta. (NAVILLE, 1957; pp. 369-371).
¿Quién es pues este autor que pretende reconciliar la izquierda con la ciencia de la conducta, que defiende la idea de una filiación directa entre marxismo y conductismo en el país del freudo-marxismo? La respuesta es, desgraciadamente, triste: se trata de un genio desconocido4, de una de los figuras francesas más fascinante de este siglo, que hubiese podido transformar la situación de la psicología de su país si hubiese sido escuchado, pero cuya influencia fue nula. Vamos pues, en esta segunda parte del articulo, presentar tan insólito personaje.
LA FIGURA DE PIERRE NAVILLE
Nacido en 1904 (el mismo año que Skinner) en París, de familia acomodada, con raíces suízas y doble influencia católico-protestante, contando en su seno antepasados de cierto renombre (como el filósofo de la ciencia Ernest Naville), el joven Pierre crece en un ambiente culto, tolerante y abierto, hasta el momento en que decide romper con el confort material del que beneficiaba y vivir su propia existencia personal.
Inscrito en la Sorbona para cursar filosofía (con biología como asignatura opcional), frecuenta Soupault, Breton, Aragon y, en general, aquellos que formaron el movimiento surrealista al cual participa también (pintura, poesía, etc.) hasta el punto de ser el fundador, con Benjamin Peret, de la revista La révolution surréaliste. Como la mayor parte de sus compañeros surrealistas, Naville se inscribe al partido comunista francés (1926), exteriorizando pronto su simpatía por Trotsky. A finales de 1927 viaja a Moscú invitado con motivo de la celebración del décimo aniversario de la revolución soviética. Naville frecuenta a Trotsky (la primera entrevista tuvo lugar el día después de la expulsión de este último del partido) con quien establece unas relaciones suficientemente sólidas como para llegar a ser, años más tarde, en pleno exilio del viejo luchador en tierras francesas, su colaborador particular. En efecto, en 1928 Naville es a su vez expulsado del partido comunista francés y en 1929 Trotsky es desterrado de la URSS. Naville colabora con él, militando en el partido que, bajo nombres succesivos, encarna el trotskismo en Francia.
Durante los años de militantismo que siguen, los Naville (en efecto, Pierre se ha casado con Denise, una de las "musas" de los surrealistas franceses, por quien el poeta Eluard, entre otros, suspiraba profundamente) malviven de la venta de cuadros (una al año, aproximadamente) que sus compañeros les habían regalado (y que hoy representarían verdaderas fortunas).
Movilizado durante la segunda guerra mundial, participa en la batalla de las Ardenas donde cae prisionero y, enfermo, es liberado y enviado al París ocupado, donde termina por fin sus estudios abandonados (le faltaba solamente el exámen de psicología). Así, en 1942, a sus 38 años, obtiene su licenciatura. Se inscribe luego en el Instituto Nacional de Orientación Profesional, donde obtiene la calificación de consejero de orientación escolar y profesional, una e las primeras aplicaciones oficiales de la psicología.
Debido al los "problemas" causados por la condición judía de Denise, los Naville pasan a la denominada "zona libre" donde Pierre ejerce su nueva profesión a partir de 1943, participando discretamente en la Resistencia hasta la liberación de París, momento en que regresa a su ciudad natal y entra en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS).
Durante todos estos años, Naville no ha cesado de interesarse a la "nueva psicología" surgida en los Estados Unidos y que le parece como la única psicología compatible con el marxismo, que ha estudiado y conoce muy a fondo.
Pero no sólo no existía en aquella época ninguna traducción francesa de Watson5, sino que ni siquiera los originales circulaban por el país. Naville los hace venir y emprende la tarea de traducción. Cuando un par o tres de sus obras se hallaban ya listas para ser entregadas al editor, la ocupación alemana hace imposible tal proyecto con la prohibición de editar autores anglosajones contemporáneos. Nuestro hombre decide entonces escribir él mismo un libro de divulgación exponiendo de manera sistemática el conductismo watsoniano, burlando de esa manera la censura nazi. El libro, titulado: La psicología de la conducta aparece en 1942 y su reedición de 1963 se sigue vendiendo aún hoy en día. Puede afirmarse que todo cuanto los franceses saben sobre el conductismo de Watson lo han aprendido en este libro, en el cual Naville afirma ya, de manera rotunda, su posición:
"El conductismo considera ante todo que el ámbito real de la psicología no consiste más que en los movimientos observables. Sólo se puede formular leyes, sólo se puede practicar medidas, acerca de cosas observables, directa o indirectamente. Y lo que podemos observar es la conducta, a saber, lo que un organismo hace y dice. (NAVILLE , 1943; reedición de 1963; p. 23). Comportarse es actuar, o conducirse, de una cierta manera. Estudiar la conducta, el comportamiento, he ahí el objeto de la psicología. La psicología se ha transformado en una verdadera ciencia de la conducta, no sólo de los seres humanos, sino también de los animales y, en general, de los seres calificados como vivos. (obra citada, p. 7)".
Después de su inserción en el CNRS, su labor deriva paulatinamente hacia la sociología (sociología del trabajo, sociología política, etc.) terreno que le acerca a sus actividades políticas nunca totalmente interrumpidas. Miembro fundador del Partido Socialista Unificado (PSU), de orientación autogestionaria, ecologista y de izquierdas, recientemente autodisuelto, Naville no ha abandonado jamás el aspecto militante de su combate ideológico. Un extracto de su larga lista de publicaciones nos ayudará a seguir su itinerario y a darnos cuenta de la diversificación de sus centros de interés: La revolución y los intelectuales (1928); La psicología de la conducta (1942); D'Holbach y la filosofía científica del siglo XVIII (1943); Teoría de la orientación profesional (1945); Psicología, marxismo y materialismo (1946); La China futura (1952); El intelectual comunista (1961); Trotsky viviente (1962); El tiempo de lo surreal (1977); Sociología y lógica (1982); etc.
Como lo acabamos de ver, el itinerario político de Naville es inequívoco y le sitúa sin duda alguna en el campo de la izquierda (o de la extrema izquierda, según la manera de pensar del lector). Su itinerario filosófico es mucho más complejo, y su evolución continúa aún hoy en día; pero un cierto número de ideas de base aparecen como una constante en su obra: la defensa a ultranza del materialismo monista y del determinismo.
Cualesquiera que sean las distancias que desde hace ya tiempo ha tomado con el marxismo6 oficial, al cual ha sometido a una incesante crítica desde su ala izquierda, se ha mantenido siempre fiel a los dos principios básicos que acabamos de citar.
Una de sus primeras obras importantes, su libro sobre d'Holbach publicado en 1943, es un canto entusiasta al materialismo monista y al determinismo que profesaban los filósofos enciclopedistas. Quisiéramos llamar la atención del lector sobre un capítulo que el propio Naville titula: "Psicología, materialismo y conductismo". Nótese que atreverse a dar tal título a un capítulo de un libro que nos habla de un enciclopedista del siglo XVIII demuestra tener una idea muy clara en la cabeza: la filiación directa del conductismo respecto a "los padres" del materialismo moderno. Permítasenos pues un breve mosaico de citas sacadas de este singular capítulo.
Con el capítulo IV del Sistema de la Naturaleza (1770), d'Holbach aborda el estudio del hombre, es decir, del ser de la naturaleza "que más nos interesa". Y, como nos avisa enseguida, las leyes del universo físico expuestas precedentemente podrán serle aplicadas. Parémonos un instante sobre esta audacia. Es evidentemente en este terreno que el materialismo y el ateísmo debían mostrarse convincentes con mayor- originalidad. Después de todo, la gente ya no se asombraba de que la física se ocupase del universo material dejando de lado la intervención de un Creador: Copérnico, Galileo, Descartes habían abierto el camino. Los físicos, luego los químicos (después los geómetras) "separaban así el alma de sus probetas", como dice Watson. (...) Pero todo esto concernía al universo físico. (...) Pocos fueron sin embargo quienes se decidieron a incluir al hombre y su pensamiento) en este mecanicismo universal y sacar de ello todas las inevitables consecuencias. La empresa era así más arriesgada, aunque llena de sorprendentes resultados. Tal empresa no disponía ya del aval de los Antiguos, para quienes existían varias especies de almas, sustancialmente diferentes de las ideas, por cierto. Entre los modernos, chocaba con Descartes, Spinoza, Leibniz. Pero la hipótesis de la monadología parecía pura conjetura; en cuanto a Descartes, su pecado capital era precisamente haber separado completamente el alma del cuerpo. En todo caso, en el siglo XVIII, nos encontramos frente a una sola alma, que se transformará más adelante, después de la reacción metafísica del siglo XIX, en la conciencia. D'Holbach, más claramente que La Mettrie, y al igual que Diderot, parte resueltamente, en el estudio del "hombre moral" (lo que se llamará luego psicología ), de los principios que triunfan en la explicación física. Con mucha seriedad, pide que se busque "en qué puede el hombre diferir de los otros seres que le rodean", que se "examine si no tiene con ellos puntos generales de conformidad que hacen que, a pesar de las diferencias que subsisten entre ellos y él en ciertos aspectos, no deja de actuar siguiendo las reglas universales a las que todo se encuentra sometido" (p. 153). Tales son las ambiciones mismas de la biología, de la fisiología y de la psicología modernas, ¿es necesario repetirlo? Todo conocimiento científico en estos terrenos nos conduce a ello. (...) El conductismo tiene la ambición de aplicar al ámbito de la conducta humana ("psicología") los mismos métodos que han resultado tan fructuosos en físico-química, en biología y en medicina. Ahora bien, d'Holbach, yendo más lejos que el propio La Mettrie, sin hablar de Condillac, había extendido ya su ambición hasta ahí, (...) haciendo de él un verdadero precursor de la moderna psicología de la conducta.
(...) Así, se encuentra en la psicología de d'Holbach (una vez más, el término de "psicología" es algo anacrónico) 1º) por un lado, una mecánica asociacionista cuyas leyes son tomadas en parte de la física newtoniana (gravitación, etc.), en parte al sensualismo y al empirismo inglés; es esta la mecánica que se desarrolló más tarde con Bain, Taine etc.; 2°) por otro lado, una mecánica orgánica, que regula los intercambios recíprocos de influencia, entre el hombre y los otros seres, animados o no (medio ambiente) incluyendo su propio cuerpo (medio interno). Dichos intercambios se reducen todos a movimiento; y este movimiento trasladado a objetivos sociales (y la finalidad humana es esencialmente social) constituye lo que llamamos la conducta. Sin Providencia ni milagro alguno. El "alma" se encuentra reintegrada en el ámbito de las ciencias naturales.
(...) ¿Qué es lo que distingue al hombre de los otros seres? ¿Será el hecho de poseer una "alma" ? He aquí una respuesta "conductista," y watsoniana anticipada: "El hombre ocupa un lugar entre el gran numero de seres de los que la naturaleza es el conjunto (...) Su esencia, es decir, la manera de ser que le distingue, le hace susceptible de distintas formas de actuación o de movimientos, algunos de los cuales son simples y visibles, mientras que otros son complejos y ocultos. Su ida es una larga serie de movimientos necesarios y vinculados, que tienen por principio, ya sea causas encerradas en su interior, tales como su sangre, sus nervios, sus fibras, sus carnes, sus huesos, en una palabra, las materias tanto sólidas como fluidas de las que su conjunto o su cuerpo está formado; ya sea causas exteriores que, actuando sobre él, lo modifican diversamente, tales como el aire que le envuelve, los alimentos con que se nutre y todos los objetos con los que sus sentidos chocan continuamente y que, por consiguiente, operan en él cambios contínuos". (p. 55).
No olvidemos que d'Holbach habla aquí del hombre total, y no simplemente de su cuerpo opuesto a su "espíritu" o alma. El hombre es un organismo, y este organismo se distingue por sus diferentes movimientos y "maneras de actuar". Está perfectamente claro, y la psicología de la conducta (conductismo) no da una definición esencialmente distinta. D'Holbac añade también (y esta adición es capital) que los movimientos pueden ser aparentes y simples, o complejos y ocultos, y que interactúan los unos con los otros. Watson habla hoy de movimientos implícitos y explícitos, del medio externo e interno. Toda la psicología objetiva se apoya en estas nociones. Es verdad que las completa con la intervención de un fenómeno cuyo carácter absolutamente general sólo se ha impuesto recientemente: el reflejo. El reflejo, condicionado o no, se encuentra a la base de todos los análisis biológicos y psicológicos. El siglo XVIII se muestra incierto al respecto: aún no habla más que de movimientos, y, a veces, de reacciones. Pero la forma de estos movimientos se parece demasiado a la de los movimientos estudiados por la mecánica newtoniana galiléica. El papel del sistema nervioso, la cadena del arco reflejo són aún misteriosos a pesar de reconocer ya a Descartes el honor de haber hecho dibujar un primer esquema del reflejo de retirada de la mano bajo el efecto de la quemadura.
Privado de la concepción moderna del arco reflejo y de la mecánica del reflejo condicionado, la psicología de d'Holbach se replegará sobre un asociacionismo de las facultades, al que asignará las mismas fuerzas motrices que al sistema solar -la gravitación: atracción y repulsión deberan dar cuenta aproximadamente de lo que más tarde se llamará reacción refleja-.
He aquí como se expresa d'Holbach: "Todos los movimientos o cambios que el hombre experimenta en el curso de su vida, ya sea de parte de los objetos exteriores, ya sea de parte de las sustancias encerradas en él, son o bien favorables o bien perjudiciales a su ser, le mantienen en el orden o le arrojan al desorden, son ya conformes ya contrarios a la tendencia esencial a esta forma de existencia, en una palabra, son agradables o enojosos. (...) En todos los fenómenos que el hombre nos presenta desde su nacimiento hasta su fin, no vemos más que una serie de causas y efectos necesarios y conformes a las leyes comunes a todos los seres de la naturaleza..." (p. 57). De paso, d'Holbach señala que si los filósofos y los teólogos han pretendido durante tanto tiempo que el hombre se sustraía al determinismo es porque creían que el hombre era el creador libre de su propia energía; el hombre "ha creído moverse él mismo". (El problema será considerado de nuevo en el capítulo consagrado al "sistema de la libertad humana"). (NAVILLE, 1943; edición de 1967; pp. 256-260).
En efecto, en un capítulo sobre la libertad humana, Naville-d'Holbach desarrollan una argumentación idéntica a la de Skinner en Walden dos (1948) a propósito de la libertad de dejar o no dejar caer una caja de cerillas de entre las manos. Juzgue el lector por sí mismo.
"Se nos dirá quizás, pasando a un terreno distinto, "que si propone a alguien mover o no mover la mano, acción del tipo de las llamadas indiferentes, parece evidente que este alguien es dueño de la decisión, lo que demuestra que es libre". Este argumento es uno de los que circulan aún hoy en día; Bergson, después de Birán, lo ha hecho famoso en el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, y se le encuentra en la mayoría de los manuales escolares. Pero no vale más hoy en día que ayer.
La decisión no es nunca "indiferente", varios motivos secretos pueden concurrir, aunque sólo sea el "deseo de demostrar su libertad". Al que insiste: ¿no soy yo dueño de tirarme por la ventana? d'Holbach le contesta que no, "y que mientras guarde su razón, no hay evidencia de que el deseo de demostrarme su libertad se transforme en un motivo suficientemente fuerte como para hacerle sacrificar su propia vida. (...) Un fanático o un héroe desafían la muerte de una manera tan necesaria como un hombre flemático o un cobarde la huyen". (t. II; p. 96) (NAVILLE, obra citada, p. 300)".
Así pues, a través de la obra de d'Holbach, Naville nos habla de Watson y del conductismo, presentados como los herederos de los materialistas del siglo XVIII. Un paso más es franqueado con la publicación de Psicología, marxismo y materialismo (NAVILLE, 1946).
En este libro, el problema es abordado de frente, de manera particularmente profunda. El mejor consejo que podemos dar al lector de estas páginas es de procurarse dicha obra (aprovechando su reciente publicación en castellano por parte de la editorial Trillas) y leerla de arriba abajo. No tiene desperdicio. En ella, Naville defiende abiertamente la tesis según la cual el conductismo de Watson corresponde a la aplicación del materialismo dialéctico al campo de la psicología, y hubiese sido saludado calurosamente por Marx y Engels (como lo fueron los trabajos de Darwin, por ejemplo) si hubiesen sido sus contemporáneos.
Antes de proseguir, un pequeño inciso. El lector habrá notado que Naville sólo habla de Watson y nunca de Skinner. Evidentemente, las mismas palabras que Naville dedica a Marx y Engels respecto a los límites por la época histórica en que vivieron podrían aplicarse a su propio caso. Cierto, Naville es, como hemos visto, estrictamente contemporáneo de Skinner, e incluso le ha sobrevivido, puesto que, en el momento de redactar estas líneas, aún sigue en plena actividad intelectual; pero dejó de escribir al respecto en los años cuarenta, y, en aquel entonces, la obra de Skinner, todavía naciente, no había aún llegado a Francia, ni siquiera como objeto de crítica despiadada, como lo será ulteriormente. El excelente y exhaustivo libro sobre el conductismo del filósofo Tilquin publicado en 1942 tampoco menciona a Skinner.
Naville leyó a Skinner a finales de los años setenta, y nos comentó que no había encontrado nada que contradijera esencialmente a Watson, sino que, al contrario, lo había completado y desarrollado; y que todo cuanto él (Naville) había escrito sobre Watson y el conductismo se aplicaba perfectamente a Skinner. ¿Qué otra reacción podía esperarse de un hombre que "sólo" con el mecanismo del reflejo condicionado pavlov-watsoniano ya se atrevía a presentar el conductismo como la sola heredera del materialismo del siglo XVIII y, sobre todo, como la única compatible con el materialismo dialéctico de Marx y Engels? Evidentemente, la introducción del paradigma operante no podía más que facilitarle la tarea. (Cerramos el inciso).
CONCLUSION
Así pues, Pierre Naville es el único conductista que la tierra francesa haya engendrado. ¿Por qué razones su obra no ha tenido ningún impacto? ¿Por qué motivos la psicología francesa ha continuado funcionando como si Naville no hubiese existido?
No creemos que exista una respuesta única a estas interrogaciones, sino un cierto número de factores que, cada uno por sí solo, más la combinación de varios de ellos, permiten explicar este estado de hecho.
En primer lugar, parece evidente que en un clima ideológico como el de la sociedad francesa (clima que hemos intentado exponer brevemente en la primera parte de este trabajo) es muy poco probable que el discurso de Naville pueda enraizar o, simplemente, encontrar el mas mínimo eco. Ya hemos señalado que no hay peor sordo que aquel que no quiere escuchar. Diremos pues que el entorno social francés no se presta a la adopción de las posiciones conductistas.
En segundo lugar, hay que reconocer que, independientemente del punto precedente, Naville no ha tenido ningún impacto en el mundo la psicología porque nunca ha pertenecido realmente a este mundo. A parte sus escritos sobre el tema (relativamente escasos con respecto al resto de su producción, y, por ende, agotados algunos de ellos desde hace muchos años) Naville no ha pisado nunca -o casi nunca- los círculos donde "se hace" la psicología : universidad, laboratorios de investigación, etc. Si no fuese por su libro de divulgación de la obra de Watson (libro que ciertos profesores recomiendan aún a sus alumnos, pero justo a título de "cultura histórica", como podría aconsejarse a un estudiante de medicina la lectura de algún tratado de Hipócrates) nadie conocería el Naville psicólogo. Así y todo, creemos que muy poca gente le citaría entre los psicólogos franceses. Ciertamente, el hecho de haberse ocupado de tantas problemáticas distintas ha facilitado esta disimulación de su carácter de psicólogo. También es cierto que su obra al respecto, exclusivamente teórica, puede pasar por la obra de un filósofo.
En tercer lugar, hay que señalar que, a pesar de sus múltiples facetas, Naville no es un personaje conocido del gran público aunque goza de una incontestable notoriedad en los medios intelectuales. Pero en los círculos selectos donde su nombre evoca algo, se le conoce únicamente bajo una de sus facetas. Así, algunos conocen un sociólogo llamado Naville, otros un filósofo del mismo nombre, otros aún, un militante político que responde a dicho nombre, mientras que, para ciertos sectores, Naville evoca el joven surrealista de los años veinte. Una tal fragmentación del personaje no puede en absoluto facilitar su impacto en el terreno de la psicología, que es, por añadidura, en el que menos se le conoce. Y cuando un autor cita este "ingrediente" de la personalidad de Naville es, evidentemente, para ridiculizarlo, diciendo de él que su conversión al conductismo es como una evocación por las órdenes religiosas después de un desengaño sentimental. Permítasenos citar aquí algunos pasajes (como el que contiene la alusión que acabamos de transcribir) de la recensión publicada (después de muchas resistencias, según confesó su propio autor al interesado) por la revista Le Nouvel Observateur (revista que se ha ilustrado por sus ataques contra el conductismo y que representa perfectamente a la intelectualidad parisina de izquierdas) de su obra retrospectiva sobre la época del surrealismo:
"Naville entra en la ciencia como otros entran en las órdenes religiosas después de un desengaño amoroso y se orienta hacia la psicología (conductista) (...) Naville es un ser de múltiples facetas, de múltiples posibilidades, de múltiples vías, pero estas facetas, estas vidas, no se encuentran aparentemente conectadas entre ellas. Es más, son cuidadosa y sistemáticamente compartimentadas (...) Naville, cuando dejó la Revolución surrealista puso su persona a la sombra: a la sombra de la revolución, a la sombra de Trotsky, a la sombra de la ciencia "objetiva". Este personaje legendario es hoy casi desconocido. Menosprecia y rehuye los medios de comunicación, vive con una inmensa serenidad, sin vanidad alguna pero, evidentemente, con un gran orgullo. Algo en él intenta borrar lo "subjetivo", quiero decir el carácter singular y contingente propio a todo sujeto. ¿No es esto lo que le empujó hacia la psicología "objetiva" de la conducta cuya originalidad (y cuya carencia) consiste en borrar la noción misma de sujeto? (Morin, 1977; p. 75)"
El lector habrá notado el uso irónico de las comillas que acompañan el vocablo "objetiva" para calificar la ciencia o la psicología...
Pero el texto que acabamos de citar corrobora nuestras afirmaciones en cuanto al carácter polifacético de Naville (que él integra perfectamente -contrariamente a la afirmación de Morin-, pero que el público tiende a compartimentar) así como nuestra afirmación de que es un personaje actualmente casi desconocido del gran público. Difícil sería, en estas condiciones, ejercer una influencia en el mundo de la psicología francesa.
Así pues, el único conductista francés de todos los tiempos, hombre profundamente comprometido en el combate de las fuerzas de izquierda, filósofo materialista, intelectual excepcional, personaje legendario -como le califica pertinentemente Morin-, morirá dejando una obra tan rica como ignorada.
Lo curioso del caso es que los psicólogos franceses, quienes aprovechan todas las oportunidades para hablar del conductismo como una etapa ya superada definitivamente7 (sin jamás haberla abordado), serían incapaces de citar un sólo psicólogo francés realmente conductista, puesto que desconocen olímpicamente el único del que disponen.
En Francia pues, los conductistas "no pasarán", como lo afirma el autor de una reseña del libro de Skinner Mas allá de la libertad y la dignidad, libro publicado en 1971:
"Al abrigo de nuestras altas murallas conceptuales (...) el psicoanálisis-rey nos protege (...) de la negra estultícia conductista: no hay más que los universitarios texanos para confundir los poetas con las palomas. (Querzola, 1975; p. 86)".
De todas formas, en este país, cualquier intelectual que se precie sabe perfectamente que el conductismo no es más que la ideología y la tecnología de la burgesía imperialista yanki. El mismo autor que acabamos de citar8 lo explica claramente:
"La tecnología de la conducta pretende responder a una demanda en la que se confunden la necesidad de apartar las amenazas de catástrofes mundiales y los imperativos de supervivencia de nuestra cultura. Es muy natural que los americanos de 1971 perciban lo que amenaza a la humanidad como idéntico a las dificultades de transmisión de su propia cultura. (Recordemos que (...) en los Estados Unidos de 1971, la importancia de la deserción y de la emigración hacia el Canada es uno de los factores que hacen imposible el mantenimiento del cuerpo expedicionario americano en el Vietnam y que conduce a Johnson a no volver a presentarse a las elecciones). (Querzola, 1975; p. 93)".
Frente a tal estulticia (retomando el término usado por el propio autor), no podemos más que citar; a modo de conclusión, una frase de Ribes Iñesta que resume perfectamente nuestra opinión al respecto:
"Comentario aparte merecen aquellos "lissenkianos" de la psicología y la ciencia social, que confunden la determinación y existencia material de la ideología con las formulaciones economicistas, historicistas e incluso ¡geográficas! del problema de la determinación de la "subjetividad'," del ser humano. Para estos profetas del nuevo dogma, el conductismo no da otro horizonte conceptual más que el de ser un producto ideológico del pragmatismo filosófico del imperialismo norteamericano. ¡Marx se apiade de ellos! (Ribes Iñiesta, 1982; p. 44, nota)".
Agradecimiento
A Fanny Muldman y Alejandro Dorna con quienes compartí en París "la soledad del conductista de fondo" y "la angustia del guardameta en el momento del penalty".
Este trabajo es un resumen (reproduciendo incluso párrafos textuales) de un artículo precedente del propio autor, publicado en la Revista Mexicana de Análisis de la Conducta, 11, 175-237, 1985, titulado: El conductismo y el marxismo en Francia.
(1) En una interesante respuesta a dicho artículo, Littman (1971) afirma textualmente: Es deplorable, aunque comprensible, que el profesor Fraisse haya situado la aportación de este hombre distinguido [Piéron] en un transfondo de orgullo nacional. (p. 261).
(2) Evidentemente, la oposición naturaleza /género humano es fictícia -siendo la humanidad una parte de la naturaleza-, pero la mantenemos aquí por facilidad de lenguaje.
(3) Véase la nota 2.
(4) Veremos más adelante que no es un ciudadano anónimo, al contrario; se trata de un personaje conocido por toda la intelectualidad y la clase política francesa. Pero del mismo modo que "no hay peor sordo que aquel que no quiere escuchar", podría decirse que "no hay peor desconocido que aquel a quien nadie se interesa".
(5) Hoy en día, sólo uno de sus libros ha sido traducido, en una edición de difusión reducidísima.
(6) O "hegelo-marxismo", como le gusta personalmente decir.
(7) Un excelente trabajo titulado "Imágenes y realidades del conductismo" (que la editorial Siglo XXI quizás se atreverá a publicar próximamente y cuya lectura recomendamos insistentemente) señala que "la muerte del conductismo" ha sido proclamada oficialmente como mínimo un par de veces: La primera en los años treinta (...) en el mismo momento en que la segunda generación de conductistas americanos (Hull, Tolman, Skinner) empezaba a producir. La segunda nota necrológica, mucho más reciente (...) era formulada en el momento en que el conductismo tomaba una posición importante en psicología de la personalidad, psicopatología y terapia. (Belanger, 1978; p. 10, nota).
(8) Señalemos al lector que, según figura en un recuadro al lado del texto, el autor en cuestión posee estudios de matemáticas y de economía, y es investigador en el sector público (Querzola, 1975; p. 86), títulos todos ellos que le califican altamente para discutir de conductismo...
REFERENCIAS
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