La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.
Psicothema, 2002. Vol. Vol. 14 (nº 2). 227-232
M. V. Mestre Escrivá, P. Samper García y M. D. Frías Navarro
Universitat de València
El objetivo de esta investigación es revisar algunos procesos cognitivos y emocionales que regulan la conducta prosocial y la conducta agresiva en la adolescencia, con especial interés en los procesos empáticos. Se trata de un estudio empírico con 1.285 adolescentes (13-18 años de edad, 698 varones y 597 mujeres) seleccionados aleatoriamente. Los análisis discriminantes realizados indican que los procesos emocionales alcanzan una mayor correlación con la conducta agresiva y con la conducta prosocial, destacando la inestabilidad emocional como la principal predictora de la agresividad y la emocionalidad «positiva» empática y no impulsiva como mejor predictora de la conducta prosocial. Por el contrario, los procesos de razonamiento prosocial que los adolescentes realizan para decidir una conducta de ayuda tienen un peso menor en la predicción de dichas conductas.
Cognitive and emotional processes as predictors of pro-social behaviour and aggressive conduct: empathy as a modulating factor. The objective of this research is to review some cognitive and emotional processes that regulate pro-social behaviour and aggressive conduct in adolescence, emphasis being placed on empathic processes. An empirical study has been carried out including 1,285 randomly selected adolescents (aged 13-18, 698 male / 597 female). The discriminating analyses conducted point out that emotional processes reach higher correlation with aggressive conduct and pro-social behaviour, emotional instability standing out as the main aggressiveness predictor, and non-impulsive, ‘positive’ and empathic emotionality as the best predictor for pro-social behaviour. On the contrary, pro-social reasoning processes followed by adolescents in opting for a given help conduct are less relevant to the prediction of such behaviours.
En las dos últimas décadas del siglo XX se ha desarrollado un interés creciente por demostrar empíricamente una relación estadísticamente positiva entre empatía y conducta prosocial (Batson, Batson, Slingsby et al., 1991; Hoffman, 1987; Hoffman, 1990; Bandura, Barbaranelli, Caprara y Pastorelli, 1996; Caprara y Pastorelli, 1993; Fuentes, Apodaka, Etxebarría, et al., 1993; López, Apodaka, Eceiza, et al., 1994; Ortiz, Apodaca, Etxebarría, et al., 1993) y una relación negativa (o ninguna relación) entre malestar personal y conducta prosocial, tanto en adultos como en niños (Davis, 1983; Carlo, Raffaelli, Laible y Meyer, 1999). Así pues, la empatía con el sufrimiento de los demás favorece los actos altruistas y limita la agresión personal (Hoffman, 1987, 1989, 1990; Bandura, 1987; Batson y Coke, 1981; Sobral, Romero, Luengo, et al., 2000).
La empatía analizada desde una perspectiva multidimensional, que incluye componentes cognitivos y emocionales, se ha relacionado con la conducta agresiva y con la conducta prosocial. Davis (1983) ha descrito dos componentes centrales de la empatía, la preocupación empática (sentimientos de preocupación y tristeza ante la necesidad de otra persona) y la toma de perspectiva (la habilidad para comprender el punto de vista de la otra persona). Estudios posteriores han concluido que los individuos empáticos son menos agresivos por su sensibilidad emocional y su capacidad para comprender las consecuencias negativas potenciales para el mismo y los otros que se pueden derivar de la agresión; por tanto la empatía aparece negativamente relacionada con la conducta agresiva y positivamente relacionada con la conducta prosocial. Las diferencias de género constatan una mayor disposición empática en la mujer, que guarda relación con niveles más bajos de agresividad (Carlo, Raffaelli, et al., 1999; Singh-Manoux, 2000).
Muy recientemente, en una última revisión sobre el desarrollo moral, Eisenberg subraya que para estudiar la conducta moral es necesario incluir la regulación emocional y la empatía, entendida como una respuesta emocional procedente de la comprensión del estado emocional o condición desarrollada en una persona, que acontece fundada en el conocimiento que ésta tiene de una alteración emocional en otra persona y que pertenece al mismo tipo y rango de emociones (Eisenberg, 2000). Así pues, si un sujeto ve a un compañero alegre y siente alegría, si lo ve triste y siente preocupación por él, está experimentando empatía.
Diferentes estudios concluyen que la gente que puede regular sus emociones y la conducta relacionada con ellas es más probable que experimente empatía en lugar de malestar personal. Eisenberg (2000) revisa varios estudios en los que se concluye una relación positiva entre regulación emocional y empatía, especialmente en la infancia, y una relación negativa consistente entre malestar personal y regulación en adultos (Davies et al, 1998).
Un cuerpo creciente de trabajos apoya el supuesto de que las diferencias individuales en el autocontrol y la regulación de emociones desempeñan un papel importante en la conducta prosocial y en general en el funcionamiento social de las personas. Los rasgos de temperamento o personalidad tales como impulsividad y autocontrol parecen estar íntimamente relacionados con el desarrollo de la conciencia y la conducta antisocial (Eisenberg, Fabes, Guthrie y Reiser, 2000). Así pues, los individuos poco controlados, a veces irritables e impulsivos son propensos a externalizar problemas de conducta en la infancia o más tarde en la adolescencia o edad adulta y por tanto llevar a cabo conductas desadaptadas (Eisenberg, Fabes et al, 2000; Bandura, 1999; Caprara y Pastorelli, 1993).
En la actualidad la investigación se centra en la función de la autorregulación cognitiva y emocional para predecir la conducta prosocial. En este contexto el modelo ofrecido por Bandura en la década de los 80 adquiere un renovado protagonismo.
La teoría cognitivo social de Bandura ha concedido un renovado interés al tema de la empatía, mucho mayor que el que se diera desde planteamientos más racionalistas como el de Kohlberg al explicar la relación entre pensamiento moral y conducta. Para Bandura la intervención de los mecanismos de autorregulación centrales tienen un papel fundamental en esta relación.
La regulación de la conducta humana implica, según Bandura, mucho más que el razonamiento moral o la habilidad para un razonamiento abstracto. Una teoría completa de la acción moral debe vincular el conocimiento y el razonamiento moral con la acción moral. Se trata de especificar los mecanismos por los que la gente se comporta de acuerdo con normas morales. Los factores afectivos también desempeñan un rol regulador vital en la conducta moral (Bandura, 1987, 1991, 1999).
Según Bandura, la activación emocional empática es uno de los factores que influyen en el tipo de respuesta que con mayor probabilidad dará el sujeto ante las reacciones emocionales de los demás, se trata de un factor afectivo que interactuará con reguladores cognitivos y variables situacionales y sociales. En general, se admite el supuesto de que la sensibilidad empática favorecerá probablemente el altruismo y reprimirá la agresión, pero el que la persona altamente empática realice o no acciones altruistas depende de otros determinantes como los inductores sociales, las limitaciones que impone la situación, los costos potenciales, la disponibilidad de habilidades y de recursos necesarios para ayudar al otro, la atribución de responsabilidad, las características de la víctima y su relación con el observador (Bandura, 1987, 1991).
La misma multiplicidad de factores se plantea al analizar los efectos inhibitorios de la activación emocional empática sobre la agresión. Bandura justifica la sociopatía desde la falta de sensibilidad hacia los sentimientos de otras personas, los sociópatas dado su bajo nivel de empatía pueden hacer daño a los demás sin experimentar remordimiento o malestar.
Desde el marco teórico actual que integra cognición, emoción y autorregulación para explicar la conducta prosocial, el presente estudio trata de analizar los procesos de razonamiento y los procesos emocionales que facilitan la conducta prosocial e inhíben la conducta agresiva. En concreto, se trata de comprobar en qué medida la empatía funciona como un mecanismo regulador, favoreciendo la conducta prosocial e inhibiendo la agresividad.
De cara a los problemas que está provocando la agresividad infantil y juvenil, es importante conocer en qué medida dicha agresividad está apoyada por una ausencia de empatía y en qué medida los procesos de razonamiento, cómo interpreta el sujeto la situación, al otro, y cómo anticipa las consecuencias de una acción, pueden o no ser discriminativos.
Se trata de poder concluir si es necesario un tipo de razonamiento, una interpretación de la situación y una anticipación de consecuencias, junto con una formación empática para promover la conducta prosocial e inhibir la agresiva.
En esta misma línea se pueden considerar pioneros los estudios de Hoffman que plantean el papel motivacional de la empatía en la conducta prosocial (Hoffman, 1977, 1987, 1989). Más recientemente los estudios de Bandura (Bandura, 1999; Bandura, Barbaranelli, et al., 1996), Carlo (Carlo, Eisenberg, et al., 1992; Carlo Raffaelli, et al., 1999), Davies (Davies, Stankov, et al., 1998) y Eisenberg (Eisenberg, Shell, et al., 1987; Eisenberg, Miller, et al., 1991; Eisenberg, Carlo, et al., 1995; Eisenberg, Fabes, et al., 2000), investigan esta relación.
Situamos el estudio en la adolescencia porque se trata de una etapa en que el razonamiento y el desarrollo cognitivo está constituido, y la regulación emocional es muy importante como mecanismo de inhibición de la agresión.
Método
Hipótesis de la investigación
Planteamos hipótesis estadísticas bilaterales con el objetivo de analizar cualquier posible dirección de las diferencias o relación entre las variables.
1. La empatía tiene una función moduladora en la conducta prosocial y en la conducta agresiva, facilitando la conducta prosocial e inhibiendo la conducta agresiva.
2. La empatía presentará valores diferenciales en función del género de las personas, siendo las mujeres más empáticas que los varones.
3. Las dimensiones de emocionalidad «egoístas» correlacionan con formas de agresividad y no con conducta prosocial. Mientras que mecanismos de emocionalidad controlada (mecanismos de autocontrol) correlacionan con más conducta prosocial y menos agresividad.
En una segunda fase del estudio nos proponemos analizar el perfil diferente en las variables criterio de conducta agresiva y conducta prosocial. Se trata de aislar las variables que tienen un mayor poder predictor de la conducta prosocial y de la agresiva.
Muestra
La muestra está formada por adolescentes entre 13 y 18 años (27,3% de sujetos tienen 14 años; el 30,8% tienen 15 años y el 29,4% 16 años, lo que indica que la mayoría de la muestra se sitúa en el rango de edad entre 14 y 16 años), la media de edad son 15 años y dos meses, con una desviación típica de 1.07, situándose la moda en los 15 años; 688 son varones y 597 son mujeres. Todos ellos están escolarizados en segundo ciclo de ESO y Bachillerato. La muestra total son 1.285 sujetos seleccionados al azar según la fórmula de Poisson por estratos representativos de las variables: ESO-Bachiller; Centros públicos-privados. La población sobre la que se hacía el muestreo era el N total de alumnos escolarizados en dichos niveles educativos en la ciudad de Valencia según datos de la Consellería de Educación para el curso 1998-99. La aplicación de los cuestionarios se realizó por aulas, durante dos sesiones, estando las escalas aleatorizadas en orden.
A partir de esta muestra total se han construido dos grupos criterio en función de los niveles de conducta prosocial y de conducta agresiva. Según la variable criterio conducta agresiva, se han clasificado como sujetos con baja agresividad los que alcanzan puntuaciones en el cuestionario de conducta agresiva física y verbal por debajo de la media y una desviación típica (n= 188), y como sujetos con alta agresividad los que alcanzan puntuaciones por encima de la media y una desviación típica (n= 225). Según la variable criterio conducta prosocial, se ha seguido el mismo criterio aplicado al cuestionario de conducta agresiva para clasificar a los sujetos, resultando un n= 235 sujetos con baja conducta prosocial y un n= 230 sujetos con alta conducta prosocial.
Instrumentos de evaluación
La totalidad de la muestra ha sido evaluada con los siguientes instumentos (se incluyen los coeficientes alfa encontrados en esta investigación):
Prosocial Reasoning Objective Measure (PROM) (Carlo, Eisenberg y Knight, 1992; Mestre, Pérez, Samper y Frías, 1999)
Evalúa el razonamiento que el sujeto lleva a cabo ante un problema o una necesidad de otra persona que implica una respuesta de ayuda. Las respuestas que el sujeto da en las siete «historias» que se le plantean puntúan en diferentes estilos de razonamiento: hedonista, orientado a la necesidad, orientado a la aprobación de otros, estereotipado e internalizado. Por tanto, permite discriminar entre sujetos que justifican la situación en función de sus intereses personales, sujetos que se sienten más presionados por la aprobación externa (el atenimiento a la autoridad) y personas que se guían más por principios personales, por criterios de igualdad, por asumir la responsabilidad y por la anticipación de consecuencias, incluso consecuencias afectivas positivas y/o negativas que se pueden derivar de una determinada acción (por ejemplo: «me sentiré mal conmigo mismo si no ayudo en esta situación», «pienso que todas las personas valen la pena por igual»). La consistencia interna del instrumento se ha confirmado al obtener un alfa de Cronbach entre 0.60 y 0.84 para las diferentes categorías de razonamiento moral prosocial.
The Interpersonal Reactivity Index (IRI) (Davis, 1980; Mestre, Pérez, Frías y Samper, 1999)
Se trata de un instrumento que permite evaluar la disposición empática a través de cuatro factores, dos cognitivos y dos emocionales: Toma de perspectiva (PT), habilidad para comprender el punto de vista de la otra persona (α = 0.56); Fantasía (FS), tendencia a identificarse con personajes del cine y de la literatura, es decir, evalúa la capacidad imaginativa del sujeto para ponerse en situaciones ficticias (α = 0.69); Preocupación empática (EC), sentimientos de compasión, preocupación y cariño por otros (α = 0.65); y Malestar personal (PD), sentimientos de ansiedad y malestar que el sujeto manifiesta al observar las experiencias negativas de los demás (α = 0.64). Consta de 28 ítems con un formato de respuesta tipo likert con cinco opciones de respuesta, puntuables de 0 a 4.
Prosocial Behavior Scale (CP) (Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno y López, 2001)
Es una escala de 15 ítems que evalúa la conducta de ayuda, de confianza y simpatía a través de tres alternativas de respuesta en función de la frecuencia con que se den cada una de las conductas descritas, por ejemplo: «ayudo a mis compañeros a hacer los deberes» (α= 0.60).
Physical and Verbal Aggression Scale (AFV) (Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno y López, 2001)
Se trata de una escala de 20 ítems que evalúa la conducta de hacer daño a otros física y verbalmente. El formato de respuesta es de tres alternativas (a menudo, algunas veces o nunca) según la frecuencia de aparición de la conducta, por ejemplo: «pego patadas o puñetazos» (α= 0.74).
Emotional Instability Scale (IE) (Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno y López, 2001)
Describe la conducta que indica una falta de autocontrol en situaciones sociales como resultado de la escasa capacidad para frenar la impulsividad y la emocionalidad (α= 0.67). Incluye 20 ítems con tres alternativas de respuesta (a menudo, algunas veces o nunca), por ejemplo: «no puedo estar quieto».
Ira Estado-Rasgo (STAXI) (Spielberger, 1988; Del Barrio, Spielberger y Moscoso, 1998)
El instrumento contiene tres partes. Las dos primeras evalúan la ira como estado ( «estoy enfadado» ) y como rasgo ( «tengo un carácter fuerte» ). La tercera describe el nivel de autocontrol y los mecanismos de afrontamiento (exteriorización o autocontrol) de que dispone el sujeto en situaciones que provocan ira (« si algo o alguien me molesta, lo digo »), (α de estado de ira= 0.84), (α de rasgo de ira= 0.71), (α exteriorización ira= 0.67), (α autocontrol ira= 0.84).
Resultados
Presentamos en primer lugar los análisis correlacionales realizados para comprobar la primera y tercera hipótesis y los ANOVA para verificar la segunda hipótesis. En segundo lugar se aportan los resultados de los análisis discriminantes «paso a paso» en función de las variables criterio: alta y baja agresividad y alta y baja conducta prosocial, con el objetivo de establecer el perfil diferencial de dichos grupos de sujetos en los constructos psicológicos evaluados.
En relación con la primera hipótesis se constata una correlación positiva y estadísticamente significativa (p < 0.01) entre todos los factores de empatía: toma de perspectiva (r= 0.312), fantasía (r= 0.214) y preocupación empática (r= 0.389), excepto el factor de malestar personal y la conducta prosocial. Por el contrario, la correlación es negativa entre la toma de perspectiva (r= -0.171) y la preocupación empática (r= -0.210) y la conducta agresiva. Estos resultados son coherentes con otros estudios realizados en la infancia y la adolescencia que concluyen el importante papel de la empatía como motivadora de la conducta prosocial e inhibidora de la conducta agresiva (Carlo, Raffaelli, et al., 1999; Caprara, Pastorelli y Bandura, 1995; Eisenberg y Fabes, 1991; Eisenberg, Shell, et al., 1987; Eisenberg, Guthrie, et al., 1999; Sobral, Romero, Luengo y Marzoa, 2000).
Respecto a las diferencias de género en la disposición empática, los análisis de varianza realizados muestran diferencias estadísticamente significativas entre varones y mujeres en todos los factores de la empatía (Toma de Perspectiva: F(1,1274)= 74,785 p<0.01; Fantasía: F(1,1278)= 120.642 p<0.01; Preocupación Empática: F(1,1274)= 205.147 p<0.01; Malestar Personal: F(1,1277)= 67.101 p<0.01), siendo las mujeres adolescentes las que alcanzan puntuaciones más altas. Estos resultados son coherentes con otros estudios que concluyen una mayor sensibilidad empática en la mujer (Carlo, Raffaelli, et al., 1999; Eisenberg y Lennon, 1983; Mestre y Pérez Delgado, 1997; Singh-Manoux, 2000).
En relación con la tercera hipótesis planteada se constata la relación entre emocionalidad y regulación con la conducta prosocial y la conducta agresiva. El análisis correlacional realizado indica que la inestabilidad emocional (r= -0.101), la ira como estado (r= -0.155) y como rasgo (r= -0.166) alcanzan una correlación negativa y estadísticamente significativa con la conducta prosocial (p<0.01), mientras que la correlación es positiva y más fuerte entre dichos factores y la conducta agresiva (inestabilidad emocional, 0.564; ira estado, 0.314; ira rasgo, 0.407). A su vez, los mecanismos de autocontrol e inhibición de la ira en situaciones que la provocan correlacionan positivamente con la conducta prosocial (0.247) y negativamente con la conducta agresiva (-0.279). Además, la exteriorización de la ira correlaciona positivamente con la conducta agresiva (0.388). Estos resultados indican que los mecanismos de emocionabilidad incontrolada, y las emociones reguladas guardan relación con la conducta agresiva y con la conducta prosocial respectivamente (Bandura, Barbaranelli, et al., 1996; Caprara y Pastorelli, 1993; Caprara, Pastorelli y Bandura, 1995; Eisenberg, Fabes, et al., 2000).
Probadas las hipótesis anteriores se ha analizado la fuerza de cada variable predictora para discriminar cada uno de los criterios establecidos: Agresividad alta/baja y Conducta prosocial alta/baja, y descubrir los mejores patrones predictores para cada uno de dichos criterios. Este planteamiento implica optimizar la predicción con el menor número de variables. Para ello se ha utilizado la técnica multivariada del Análisis Discriminante en Modo Análisis, ya que nuestro objetivo ha sido estudiar el comportamiento de las variables predictoras utilizadas en el estudio con relación a los criterios de Agresividad y Conducta prosocial en sus condiciones de alta (la media más una desviación típica) y baja (la media menos una desviación típica).
La submuestra utilizada siguiendo el criterio de alta y baja agresividad ha sido de 413 sujetos (188 sujetos con puntuaciones por debajo de la media menos una desviación típica; 225 con puntuaciones por encima de la media y una desviación típica). Los resultados del análisis discriminante «paso a paso» (Wilks) señalan que la función discriminante obtenida es estadísticamente significativa para diferenciar a los dos grupos de agresividad con una correlación canónica de 0.80, reduciendo a nueve variables las que poseen suficiente fuerza para discriminar en el criterio de alta/baja agresividad.
Los coeficientes de estructura que representan la correlación de las puntuaciones de cada variable con las puntuaciones de la función (ver tabla 1) nos permiten constatar que del total de variables que el análisis discriminante ha necesitado seleccionar para su función la mayor contribución a la predicción, y por ello con mayor poder discriminador entre la alta y baja agresividad, corresponde a la inestabilidad emocional (.80), seguida de la exteriorización de la ira (.497), la ira como rasgo y como estado (.489 y .303, respectivamente), el autocontrol como mecanismo de afrontamiento de la ira aunque en este caso el signo es de carácter negativo (-.352) indicando su relación inversa con la agresividad, la conducta prosocial. Además, los factores de la empatía que se seleccionan en el análisis discriminante (preocupación empática y malestar personal) también alcanzan una correlación negativa con la función discriminante. Estos resultados indican que tanto la conducta prosocial como la empatía, especialmente en sus componentes afectivos, junto con el autocontrol de la ira parecen inhibir la agresividad, mientras que la inestabilidad emocional y la manifestación de ira la facilitan (ver tabla 1). La edad alcanza también una correlación negativa con la función discriminante, lo que indicaría una mayor presencia de conducta agresiva en los adolescentes más jóvenes. Quedan fuera de los criterios del análisis las variables: toma de perspectiva y fantasía (componentes cognitivos de la empatía), razonamiento internalizado, razonamiento hedonista, razonamiento orientado a la necesidad, razonamiento orientado a la aprobación y razonamiento estereotipado. Por tanto, son principalmente variables relacionadas con procesos cognitivos de razonamiento o toma de perspectiva las que no tienen poder discriminador entre los sujetos altamente agresivos o con baja agresividad, siendo los procesos emocionales los que alcanzan una mayor correlación con la función discriminante.
Las predicciones de la función discriminante siguiendo el criterio de alta/baja agresividad consigue clasificar correctamente el 90.9% de los casos agrupados originales, apoyando la validez discriminante de las variables predictoras. El grupo de alta agresividad aparece más claramente identificado con un 92,1%, disminuyendo levemente hasta el 89.6% la capacidad de identificar a los sujetos con baja agresividad. La asignación de los sujetos a los grupos de agresividad se ha realizado teniendo en cuenta el grado de semejanza a las respuestas medias o centroides de la función discriminante que son de -1,424 para el grupo de baja agresividad y 1,241 para el de alta agresividad.
Se ha realizado un segundo análisis discriminante con los mismos objetivos utilizando la variable criterio de alta/baja conducta prosocial, buscando también la optimización de la predicción con el menor número de variables. La submuestra utilizada en este caso ha sido de 465 sujetos (235 sujetos con una puntuación por debajo de la media y una desviación típica en conducta prosocial, y 230 sujetos con una puntuación por encima de la media y una desviación típica).
Los resultados del análisis discriminante señalan que el nivel de discriminación conseguido con la función discriminante obtenida también es estadísticamente significativa reduciendo a 13 variables las que forman parte de la función discriminante siguiendo el criterio alta/baja conducta prosocial, siendo la correlación canónica de 0.641.
De las variables seleccionadas, la preocupación empática es la que tiene una mayor correlación con las puntuaciones de la función discriminante con una correlación de .729, seguida de la toma de perspectiva que es el otro componente importante de la empatía (.534), lo que indica una mayor vinculación de la conducta prosocial con los componentes centrales de la empatía: la comprensión del punto de vista del otro y la preocupación por él. En este caso la agresividad física y verbal, la ira y la inestabilidad emocional alcanzan una correlación negativa con la función discriminante, es decir, una relación inversa a la obtenida en el análisis discriminante sobre conducta agresiva. El razonamiento hedonista y el razonamiento estereotipado aparecen con una correlación de signo contrario con la función discriminante (-.237 y .126, respectivamente), es decir, el razonamiento que incluye argumentos centrados en los beneficios personales que se derivan de la acción inhibiría la conducta prosocial, mientras que el que se basa en los estereotipos de «buena» y «mala» persona facilitaría dicha conducta. Quedan fuera de los criterios del análisis las variables de razonamiento internalizado, razonamiento orientado a la necesidad y el orientado a la aprobación (ver tabla 2).
Utilizando el criterio de alta-baja conducta prosocial las predicciones de la función discriminante clasifican correctamente el 81.4% de los casos. El grupo de alta conducta prosocial aparece claramente identificado con un 82% de casos correctamente agrupados, disminuyendo ligeramente hasta el 80.7% la capacidad de identificar a los sujetos con baja conducta prosocial. Estos porcentajes también apoyan la validez del comportamiento de las variables predictoras seleccionadas con el análisis discriminante, siendo en este caso los centroides de la función discriminante de 0,811 para alta conducta prosocial y de -0,857 para baja conducta prosocial.
Conclusiones
Según los resultados obtenidos la empatía aparece como el principal motivador de la conducta prosocial, en sus componentes cognitivos (la comprensión del otro), pero especialmente en sus componentes emocionales (la preocupación por el otro). El razonamiento prosocial que los adolescentes desarrollan para justificar su conducta de ayuda o la ausencia de ella, alcanza cierto poder discriminativo en la conducta prosocial, mientras que se excluye del análisis discriminante realizado sobre la agresividad. Estos resultados apoyan el supuesto referente a un mayor poder predictor de la empatía como facilitadora de la conducta prosocial e inhibidora de la conducta agresiva, respecto al papel desempeñado por el razonamiento que el sujeto realiza a la hora de enfrentarse a un problema y decidir una conducta de ayuda. Si bien dicho razonamiento, en las categorías de razonamiento hedonista y estereotipado está presente entre las variables predictoras de la conducta prosocial, pierde su poder predictor en relación con la agresividad.
En resumen, los resultados obtenidos permiten establecer un perfil diferencial de los sujetos prosociales y los sujetos agresivos. A partir de las variables cognitivas y emocionales que se han incluido en los análisis discriminantes se observa una mayor correlación de las puntuaciones de los procesos emocionales con las puntuaciones de la función discriminante en el caso de la conducta agresiva; es la inestabilidad emocional la que tiene un mayor poder predictor de la conducta agresiva. Estos procesos emocionales también tienen una mayor correlación en la conducta prosocial, aunque se trata aquí de una emocionalidad «positiva» empática y no impulsiva, interactuando aquí dichos procesos emocionales con un mayor número de variables, entre las que figuran también procesos cognitivos, como la capacidad de comprender el punto de vista del otro y algunos tipos de razonamiento prosocial. De los procesos de razonamiento moral prosocial evaluados el razonamiento hedonista y el estereotipado aparecen recogidos en la función discriminante, por lo que serían los estilos de razonamiento con poder discriminador entre los sujetos clasificados en el grupo de alta conducta prosocial y los situados en el de baja prosocialidad. En concreto la tendencia a utilizar argumentos «egoístas» centrados en el beneficio personal, o por el contrario el argumentar en función de los estereotipos de «buena» o «mala» persona discriminan entre los adolescentes con baja y alta prosocialidad.
Parece ser, pues, que los sujetos más inestables emocionalmente, con menos recursos para frenar la impulsividad, son los más propensos a la agresividad, mientras que los adolescentes más empáticos y por tanto con una emocionalidad más controlada son más prosociales. El razonamiento, en general, tiene menos poder predictor sobre la conducta prosocial y la conducta agresiva en la adolescencia. Es fundamentalmente una emocionalidad controlada o impulsiva lo que discrimina entre los adolescentes prosociales o agresivos.
De acuerdo con el planteamiento de Bandura (Bandura, 1991, 1999), los estudios de Caprara (Caprara y Pastorelli, 1993; Caprara, Pastorelli y Bandura, 1995) y de Eisenberg (Eisenberg, 2000; Eisenberg, Fabes, et al., 2000), la autorregulación es central en la disposición a la conducta prosocial y en la inhibición de la conducta agresiva.
Por lo tanto, los resultados apoyan el planteamiento actual de incluir la autorregulación y el control emocional junto con los procesos cognitivos y la empatía en el estudio de la conducta prosocial. Determinados procesos cognitivos, emociones hacia otros y el control de emociones negativas predisponen a la conducta prosocial e inhíben la conducta agresiva.
A partir de los resultados obtenidos pensamos que la inhibición de la agresividad podría potenciarse con el desarrollo de la prosocialidad, que incluye la preocupación empática como principal determinante.
Agradecimientos
Estudio subvencionado en un Proyecto I+D de la Consellería de Cultura, Educación y Ciencia.
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