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La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
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PSICOTHEMA
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Psicothema, 2002. Vol. Vol. 14 (nº 1). 159-166




EL FACES II EN LA EVALUACIÓN DE LA COHESIÓN Y LA ADAPTABILIDAD FAMILIAR

Silvia López Larrosa

Universidad de A Coruña

Este estudio contrasta la cohesión y la adaptabilidad de 31 familias españolas, 20 anglo-australianas y 30 familias españolas emigrantes en Australia. El FACES II se utilizó para medir la cohesión y la adaptabilidad percibida e ideal de tres miembros de la familia (madre, padre y un hijo/a) en la muestra de 81 familias. Los resultados indican que las familias emigrantes adaptaron sus ideas y prácticas selectivamente: al igual que las familias españolas, mantuvieron unos ideales de adaptabilidad más elevados que las familias anglo-australianas. Los datos muestran que existen semejanzas significativas entre las culturas en la percepción de la cohesión y adaptabilidad actual de las familias, mientras que se dan diferencias significativas entre las culturas en los ideales de cohesión y adaptabilidad familiar. Estos resultados implican que la psicología transcultural debería considerar que hay semejanzas y diferencias entre las culturas y las familias, así como que el cambio en los ideales y prácticas de las familias emigrantes se produce a diferentes niveles.

The FACES II in the evaluation of family cohesion and adaptability. This study contrasts the cohesion and adaptabilty of 31 Spanish, 20 Anglo-Australian, and 30 Spanish inmigrant families. FACES II was used to measure the ideal and perceived cohesion and adaptability of three family members (father, mother, and one child) in the 81 family sample. Results show that the inmigrant families adapted their ideas and practices selectively: like Spanish families, they maintained higher levels of ideal adaptability than the Anglo-Australian families, yet their ideal and perceived cohesion was similar to the Anglo-Australian families. Data showed that there are significant similarities across cultures in the perception of actual family cohesion and adaptability, while there are significant differences across cultures in ideal family cohesion and adaptability. These results imply that cross-cultural psychology researchers should consider both similarities and differences between cultures and families, and that change in immigrant families ideals and practices occurs at varying rates.

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En el análisis relacional de la familia, y según diferentes autores, es posible centrarse en variables como el estilo y la competencia familiar (Beavers y Hampson, 1995); en el afecto, la comunicación, las barreras, las alianzas, la adaptabilidad y la competencia familiar (Kinston, Loader y Miller, 1987), o, como hacen Olson y sus colaboradores (Olson, 1993; Olson, Bell y Portner, 1982; Olson, Russell y Sprenkle, 1980; Olson, Sprenkle y Russell, 1979; Russell, 1979; Sprenkle y Olson, 1978), ocuparnos de lo que podemos considerar el destilado relacional de la familia: la cohesión y la adaptabilidad. Sin duda podríamos referirnos a otras dimensiones como el poder o el conflicto, pero la tradición de los estudios de Olson y sus colaboradores permite un análisis preciso de dos variables, que constituyen un interesante eje vertebrador de las relaciones familiares.

La cohesión, según Olson, Russell y Sprenkle (1980), se define como «los lazos emocionales que los miembros de la familia tienen unos con otros y el grado de autonomía personal que experimentan» (p.130). La adaptabilidad es «la habilidad del sistema familiar para cambiar sus estructuras de poder, relaciones de roles y reglas de relación en respuesta al estrés situacional y evolutivo» (p.131). Ambas dimensiones reúnen, para este estudio, unas características importantes. Por una parte, se trata de dimensiones que se ocupan de la familia de un modo global; de forma que, cada uno de los diferentes miembros de la familia proporciona una «imagen» completa de su familia. Por otra, la «imagen» completa de la familia tiene en cuenta tanto lo que los individuos perciben como realidad relacional de su familia en el presente, como lo que consideran «imagen» ideal de «La Familia». Luego, cada miembro de la familia nos informa de su percepción de la familia como un todo, desde la doble perspectiva de su propia familia y del ideal de Familia.

El FACES II fue concebido como un instrumento para la evaluación de las familias, con fines terapéuticos fundamentalmente, y dentro del marco del modelo circunflejo (Olson y cols, 1979, 1980). Según el modelo cricunflejo, las familias con niveles medios de cohesión y adaptabilidad familiar son las más ajustadas. En las formulaciones iniciales de los instrumentos de evaluación familiar desarrollados por Olson y sus colaboradores, se buscaba identificar el funcionamiento percibido por los diferentes miembros de la familia y se situaba a las familias en cuadrantes de mayor o menor ajuste según los resultados obtenidos. No obstante, con posterioridad, se planteó la posibilidad de que las familias, aun manifestando un funcionamiento a priori desajustado en cohesión o adaptabilidad, se encontrasen a gusto en esos niveles; esto es, que su funcionamiento actual y el que considerasen ideal coincidiesen. Por ello el FACES II evalúa los niveles percibidos e ideales de cohesión y adaptabilidad familiar.

En el presente estudio, la cohesión y la adaptabilidad ideal y percibida son analizadas en 81 familias de diferentes grupos culturales: españoles, australianos y emigrantes españoles en Australia, con el propósito de identificar el funcionamiento percibido e ideal de sus miembros y de comparar dicho funcionamiento culturalmente.

Un trabajo previo que utilizaba el FACES II con 24 familias españolas (López Larrosa, trabajo no publicado), puso de manifiesto que las familias tenían unas puntuaciones altas en cohesión y adaptabilidad, y que había diferencias signficativas entre los padres y los hijos en sus percepciones del funcionamiento actual e ideal de la familia en la dimensión de cohesión pero no así en la dimensión de adaptabilidad. Igualmente se constató la ausencia de diferencias signficativas entre las percepciones e ideales de funcionamiento familiar de las madres y los padres en ambas dimensiones. Estos resultados coinciden con lo esperable teniendo en cuenta los estudios previos de Olson y sus colaboradores en EE.UU (Olson y cols., 1980). Estos autores hallaron que no existían diferencias entre los padres y las madres ni en los hijos entre sí. No obstante, sí existían diferencias importantes en las medias de las puntuaciones de los padres y los hijos tanto en cohesión como en adaptabilidad percibidas.

En el análisis de las 24 familias españolas no se encontraron diferencias entre los valores ideales y percibidos de cohesión y los valores ideales y percibidos de adaptabilidad en ninguno de sus miembros. Según lo esperado (Olson y cols., 1980), por tratarse de familias no clínicas, manifestaban un funcionamiento real que se ajustaba a sus niveles ideales.

Las revisiones bibliográficas realizadas indican que no existen estudios con las características del que se presenta, pues, en este trabajo, se trata, por una parte, de analizar cómo se manifiestan las posibles diferencias o ausencias de diferencias entre las madres y los padres, y entre los padres y los hijos en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal (medidas por el FACES II) analizadas intra e interculturalmente. Por otra parte, se tiene en cuenta la posibilidad del cambio de las ideas y las prácticas al estudiar a las familias emigrantes. Éstas, integradas por sujetos socializados en culturas distintas (los padres en España y los hijos en Australia), han debido realizar ajustes mayores que las familias de las culturas de referencia y de adopción. Sería interesante hacer un seguimiento longitudinal de las familias emigrantes, que permitiría constatar si hay cambios en la familia, distintos a los que el ciclo vital familiar impone a cualquier familia. No obstante, en este estudio, los cambios se infieren por la comparación con las familias australianas y las españolas, sabiendo que las circunstancias socio-históricas de la España que dejaron y la España actual son diferentes (también la Australia a la que llegaron y la actual son distintas).

La emigración impone una serie de condiciones a los individuos y a las familias con unos importantes elementos comunes al margen del lugar al que se emigre. En las familias emigrantes, la separación de los parientes y la necesidad de adaptarse a otra vida rompe patrones previos de apoyo familiar. Las redes familiares extensas y los lazos que llevan consigo se ven modificadas (Hartley, 1995). La habitual percepción de la cultura de acogida como monolítica (Hartley, 1995) e, incluso, como amenazante puede hacer esperar que las familias se vuelquen más hacia sí mismas, a una mayor cohesión entre sus miembros, como fuente de apoyo frente al exterior. Por otro lado, la emigración implica cambios que ponen a prueba la capacidad de adaptación de sus miembros. Y, como señala Saunders (1995), la flexibilidad de las familias para ajustarse a una cultura diferente constituye uno de los mejores indicadores de éxito en la experiencia de vivir en un país distinto al propio.

Si tenemos en cuenta las investigaciones realizadas con emigrantes de culturas mediterráneas, sería esperable un elevado nivel de cohesión y adaptabilidad familiar, ya que, como señala Bottomley (1992), las familias emigrantes procedentes de culturas mediterráneas enfatizan la unión de los miembros de la familia y la mayor adaptabilidad que supone el ser bilingüe y conocer dos realidades culturales. Para los emigrantes españoles, la gran unión entre los miembros de la familia parece constituir una de las señas de identidad más apreciadas (Castelo, 1999; López Larrosa, 1994). Y, si entendemos la adaptabilidad como la habilidad para hacer frente, entre otros, al estrés situacional, las familias emigrantes han tenido que hacer frente a una situación cultural, lingüística y social muy diferente a la de su país de origen. Por tanto, las familias emigrantes del presente estudio, cabría esperar, que, en conjunto, presentasen unos valores de cohesión y adaptabilidad más altos que las familias en las culturas de referencia (España) y de adopción (Australia). Además, podría ser que no existiesen desacuerdos acusados entre padres e hijos, si comparten una visión particular que se refuerza dentro del núcleo familiar; o bien, podría ser que existiesen desacuerdos, y éstos ser más pronunciados que en los otros grupos, por los diferentes orígenes culturales de padres e hijos. Cabe suponer que, aunque las familias emigrantes traten de ajustar sus prácticas e ideas, la diferente socialización de sus miembros se traduzca en un mayor desacuerdo entre ellos, comparados con familias más homogéneas culturalmente. Así que, también se considerará en qué medida existe acuerdo entre los padres y sus hijos, y si dicho acuerdo es menor en las familias en las que sus miembros se han socializado en diferentes culturas.

Si partimos de que la familia no es un sistema aislado del contexto cultural en el que se encuentra, sino que, por el contrario, toma de dicho contexto significados para crear sus formas de relación y sus propias ideas, la comparación de distintos grupos culturales puede tener considerables implicaciones teóricas y prácticas.

Las implicaciones teóricas nos llevan a la confluencia de las orientaciones personalistas y sociales, centradas en los orígenes de las ideas y las prácticas familiares; las condiciones en que se produce el cambio, cómo se produce, qué formas adopta...

Situados en la corriente de estudio de las ideas, cuando nos planteamos porqué los individuos obran como lo hacen o piensan como lo hacen, podemos adoptar dos planteamientos extremos (Goodnow y Collins, 1990; López Larrosa, 1996; Triana, 1991). Por una parte, se encuentra la propuesta de que las personas absorben pasivamente los contenidos culturales. Por otra, hallamos los planteamientos que consideran que los individuos realizan una elaboración personal única de éstos. Pero también es posible considerar una tercera postura intermedia que propone que recibimos ciertas ideas y prácticas del entorno y las elaboramos. Ni construimos todas y cada una de las ideas y prácticas que tenemos desde cero, ni las absorbemos prefabricadas sin más interpretación. Éste es, precisamente, el punto de partida del presente trabajo.

Los individuos podemos no ser capaces de evadirnos de ciertos usos sociales. En definitiva, la cultura en la que estamos inmersos incluye significados y valores, prácticas y tradiciones (Páez y González, 2000) que crean unas formas de vida específicas y diferentes (Bottomley, 1992), dependiendo de las condiciones históricas, geográficas, económicas, vitales, etc. De este modo, algunas prácticas y valores adquieren un sentido profundo por las propias condiciones en las que se vive y por la carga de tradición y costumbre que presentan. Son adaptativas en el contexto o forman parte de la identidad como grupo y, en esa medida, ¿para qué o por qué cuestionárselas o modificarlas? ¿cómo o por qué, incluso, pensar en ellas si han funcionado hasta el momento? Entonces, la elaboración personal es escasa.

En otras ocasiones, sin embargo, los usos e ideas se modifican porque otros usos e ideas van adquiriendo un mayor protagonismo (López Larrosa, 1996), de modo que los individuos se adhieren a esas nuevas concepciones; o bien porque, dada cualquier situación social, y dentro de unos márgenes de idiosincrasia, variable según los grupos culturales, cada persona puede adaptar las prácticas e ideas, socialmente definidas, a sus propias circunstancias.

No obstante, lo que se ha expuesto hasta ahora se refiere a la elaboración de las ideas y las prácticas individuales y es lícito preguntarse qué ocurre con las ideas y las prácticas de las familias. Podemos suponer que también algunas ideas y prácticas familiares tienen un contenido cultural, mientras que otras ideas y prácticas están sujetas a una elaboración personal y familiar, que depende de las circunstancias de la familia y de sus miembros (momento evolutivo, condiciones ambientales, características de los miembros, etc). La familia puede elaborar significados conjuntos y/o tomarlos prestados del contexto en el que se encuentra. Significados relativos a prácticas e ideas muy diversos que tienen que ver con sujetos, sucesos, etc, externos a ella, con la familia en su conjunto o con alguno de sus miembros.

Si las implicaciones teóricas de la comparación de grupos familiares culturalmente diferentes tiene que ver con los orígenes de las ideas y las prácticas individuales y familiares, así como las condiciones del cambio; las implicaciones prácticas tienen que ver con la posibilidad de desajustes en las familias: entre los padres y entre padres e hijos, especialmente en las familias emigrantes por las diferencias en el proceso de aculturación de unos y otros. No sólo se podría esperar unos mayores desacuerdos entre los ideales de funcionamiento y relación familiar entre padres e hijos, sino que, las propias condiciones de la emigración pueden imponer unas exigencias que se traduzcan en unas situaciones relacionales extremas y, por tanto, en problemas familiares.

Teniendo en cuenta lo mencionado en párrafos precedentes, un primer objetivo de esta investigación considera las posibles diferencias culturales entre las familias y las diferencias entre los miembros de las familias, al margen del grupo cultural. Se pretende analizar si, tal y como plantean Olson y sus colaboradores (1980): ¿habrá ausencia de diferencias significativas en las percepciones e ideales de funcionamiento familiar (cohesión y adaptabilidad) entre los padres y las madres (tomando la muestra total de padres y madres españoles, australianos y emigrantes? y si ¿habrá diferencias significativas en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal de los padres y las madres respecto a sus hijos (en la muestra total de padres y madres frente a la muestra de hijos)? Además, ¿habrá diferencias entre las familias españolas, australianas y emigrantes (considerando conjuntamente a padres, madres e hijos) en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad?

Un segundo objetivo plantea analizar cada grupo cultural para responder a las siguientes preguntas: ¿habrá ausencia de diferencias significativas en las percepciones e ideales de funcionamiento familiar (cohesión y adaptabilidad) entre los padres y las madres dentro de cada grupo cultural?, ¿habrá diferencias significativas entre padres e hijos en las percepciones e ideales de funcionamiento familiar (cohesión y adaptabilidad) dentro de cada grupo cultural?

Un tercer objetivo se centra específicamente en las familias emigrantes para considerar si ¿será mayor la cohesión y la adaptabilidad percibida e ideal en las familias emigrantes con respecto a aquéllas que no han emigrado?, ¿será mayor el desacuerdo entre los padres e hijos emigrantes que el que existe en familias no emigrantes?

Método

Muestra

Un total de 243 sujetos pertenecientes a 81 familias constituían la muestra. En cada familia se estudiaba al padre, a la madre y a uno de sus hijos, adolescente o joven adulto, que viviese con ellos.

Las familias, que según la propia clasificación de sus miembros eran de clase media, pertenecían a grupos culturales diferentes. Los parámetros empleados para distinguir a un grupo cultural de otro fueron la lengua y la zona de residencia. Por tanto, de las 81 familias, 31 eran españolas (lengua española y residencia en España), 30 emigrantes (lengua española y residencia en Australia) y 20 australianas (lengua inglesa y residencia en Australia).

Para ser seleccionadas, las familias debían cumplir una serie de requisitos comunes: ser nucleares, intactas, no clínicas, formadas por ambos padres y uno o más hijos, además, padres e hijos debían tener lazos biológicos entre ellos. Los hijos estudiados debían vivir con sus padres, ser mayores de 12 años y no haber sido padres. Además, en cada grupo cultural se debían cumplir otras condiciones:

En las familias emigrantes, los padres debían haber nacido y haberse socializado en España y haber emigrado siendo adultos. Los hijos debían haberse socializado en Australia. La selección de estas familias se realizó en el Centro Gallego de Sydney y en una escuela de español de dicha ciudad entre aquéllas que reunían los requisitos generales y los específicos para esta muestra.

En las familias australianas, se debían cumplir los requisitos generales mencionados y, además, padres e hijos no podían haber emigrado a otro país y debían ser anglo-australianos. La selección de las familias se realizó a partir de conocidos o vecinos de estudiantes de la Universidad Macquarie de Sydney.

En las familias españolas, igual que en las australianas y emigrantes, se debían cumplir los requisitos generales y, además, padres e hijos no podían haber emigrado. La selección de las familias se realizó a partir de conocidos y vecinos de estudiantes de la Universidad de A Coruña.

En las familias españolas y australianas, padres, madres e hijos habían nacido y se habían socializado en la misma cultura, y nunca habían emigrado a otro país. Sin embargo, las familias emigrantes se encontraban en la confluencia de dos culturas. Los padres habían nacido y se habían socializado en España pero conocían como adultos tanto la cultura española como la australiana. Por su parte, sus hijos habían sido socializados en Australia pero participaban de la cultura española a través, fundamentalmente, de sus padres y del idioma (todos ellos se comunicaban en español con sus padres y los amigos de éstos). En estas familias, el 50% llevaban viviendo en Australia 22 años o más, 30% entre 15 y 21 años y un 20% menos de 14 años.

El nivel educativo de la muestra de familias españolas era representativo de la población general española (Alberdi, 1995). Igualmente, el nivel educativo de la muestra de familias anglo-australiana era representativo del nivel educativo de la población de Nueva Gales del Sur en la que se encuentra la ciudad de Sydney (ABS, 1997).

Se desconoce el número exacto de familias españolas emigrantes en Australia, y, menos, en la demarcación consular de Sydney. Ni el Instituto Nacional de Estadística, ni el Ministerio de Asuntos Exteriores, ni el Consulado Español en Sydney o la Embajada Española en Canberra cuentan con datos al respecto. Por otra parte, la información que podría extraerse del extinto Centro Gallego en Sydney o el Spanish Club de Sydney es irreal puesto que hay más familias españolas emigrantes que las que participan activamente en esos clubes. Por todo ello, es imposible determinar a qué porcentaje de las familias españolas residentes en Sydney corresponde la muestra analizada. No obstante, teniendo en cuenta que la política de emigración a Australia, desde que se abrió a países como España en 1958, exigía que la mayoría de los emigrantes se incorporaran a trabajos como obreros no cualificados a los que no se pedía una elevada formación académica (García y Maraver, 1999), el nivel educativo de los padres de la muestra de emigrantes españoles puede suponerse representativo.

Las familias emigrantes y australianas vivían en Sydney, Australia; mientras que las familias españolas vivían en zonas rurales y urbanas de A Coruña, (48% en ciudades y 52 % en pueblos). Según los datos del Australian Bureau of Statistics (ABS, 1997), el 89% de la población de Nueva Gales del Sur vivía en comunidades de más de 80000 habitantes en el momento en que se recogieron los datos. En Galicia, y concretamente en A Coruña, 62% de la población vivía en núcleos de población de menos de 80000 habitantes (INE, 1992).

Las medias de edad para los padres y madres de las tres muestras eran de 44.62 (Sx = 7.11) años en los españoles; de 45.70 (Sx = 4.95) en los australianos y de 46.30 (Sx = 5.72) para los emigrantes.

Las edades de los hijos eran de 17.53 (Sx = 4.15) para los españoles, siendo un 61% chicas; de 15.70 (Sx = 2.75) para los australianos, siendo un 35% chicas y de 16.63 (Sx = 3.69) para los emigrantes, siendo un 50% chicas.

Materiales

El FACES II (Olson, Bell y Portner, 1982), pese a las críticas que ha recibido (ligadas sobre todo al modelo Circunflejo, ver, por ejemplo, Daley, Sowers-Hoag y Thyer, 1991; Fristad, 1989; Lee, 1988), cumple el doble propósito de dar información acerca del funcionamiento familiar percibido y del funcionamiento ideal. La fiabilidad y la validez de esta prueba son buenas. Según Olson y sus colaboradores (1982) la consistencia interna de cohesión es r =.87 y de adaptabilidad es r =.78, la fiabilidad test-retest es .83 para cohesión y .80 para adaptabilidad.

El FACES II proporciona una medida de la cohesión y la adaptabilidad familiares. El cuestionario consta de treinta ítems, de los cuales 16 se ocupan de la cohesión (por ejemplo: «en mi familia nos sentimos muy cerca unos de otros») y 14 de la adaptabilidad (por ejemplo: «en mi familia intentamos probar nuevos modos de resolver problemas»).

Para cubrir el cuestionario, los miembros de la familia deben señalar, en una escala de cinco puntos que va desde casi nunca (1) a casi siempre (5), en qué medida cada pregunta es aplicable a su familia y a su ideal de familia. De este modo, se obtienen cuatro valores: cohesión y adaptabilidad percibidas, y cohesión y adaptabilidad ideales.

En este estudio, se aplicó el cuestionario FACES II al padre, a la madre y a un hijo/a mayor de 12 años (requisito impuesto por el instrumento) en cada una de las familias que constituían la muestra. El cuestionario era idéntico para todos los miembros de la familia y para todas las familias de las tres muestras, con la salvedad de que a los australianos se les presentaba en inglés, mientras que a las familias españolas y emigrantes en castellano. La traducción del instrumento siguió todos los requisitos exigibles para garantizar que los ítems eran idénticos en la versión española e inglesa. Se recurrió a la técnica de la adaptación inversa para asegurar la similitud lingüística y semántica de las traducciones (Vergara y Balluerka, 2000).

Procedimiento

En todas las familias, los datos se recogían utilizando el mismo procedimiento. Una vez contactadas telefónicamente, se concertaba una cita en un momento del día en que estuviesen juntos el padre, la madre y un hijo/a mayor de 12 años (en caso de haber más de un hijo/a, se seleccionaba aleatoriamente uno de ellos). El FACES II se aplicaba conjuntamente a los tres miembros de la familia en una sala o habitación de su casa. Se daban instrucciones para la cumplimentación del cuestionario y se hacía hincapié en que no debían intercambiar opiniones hasta no haber terminado. Los entrevistadores, previamente entrenados, permanecían con ellos para responder a cualquier duda que pudiese surgir.

Para evitar en lo posible uno de los problemas del proceso de recogida de datos en las investigaciones transculturales (Vergara y Balluerka, 2000), las familias anglo-australianas fueron entrevistadas en inglés por entrevistadores anglo-australianos. Las familias españolas y emigrantes fueron entrevistadas en español y por españoles.

Análisis previos

Se realizaron análisis previos con el propósito de asegurar la equiparabilidad de las muestras de familias.

No se hallaron diferencias significativas entre los grupos culturales al considerar la edad de los progenitores, ni entre padres y madres en cada grupo cultural. Con respecto al sexo de los hijos y sus edades, de nuevo no aparecieron diferencias significativas entre las tres muestras de padres, aunque sí se hallaron diferencias al tener en cuenta el número de hijos (chi cuadrado(2) =8.87, p<.05). Las familias emigrantes tenían menos hijos que las otras familias. No obstante, los análisis indicaron que no existían diferencias estadísticas significativas en la muestra de padres en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal al considerar el número de hijos (p>.10).

No se encontraron diferencias significativas al analizar la edad, ni el sexo o las posiciones ordinales de las muestras de hijos. Aunque sí diferían según el número de hermanos en la familia (chi cuadrado(2) =8.87, p<.05), ya que, como vimos, las familias emigrantes tenían un número menor de hijos. Los análisis indicaron la ausencia de diferencias significativas en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal de los hijos al considerar el número de hermanos (p>.10).

Finalmente, se tuvo en cuenta la residencia rural o urbana de la muestra española. Los resultados indicaron la ausencia de diferencias significativas según la residencia urbana o rural en las ideas y las percepciones sobre cohesión y adaptabilidad familiar en dicha muestra.

Resultados

Al considerar el primer objetivo de esta investigación, en los análisis con toda la muestra se tuvieron en cuenta las variables «grupo cultural» (español, australiano y emigrante) y «miembro de la familia» (ser padre, madre o hijo), con respecto a las dimensiones familiares de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal.

Los análisis de varianza indicaron la existencia de diferencias significativas en la variable cohesión percibida, tanto respecto al grupo cultural (F(2,218) =4.61, p<.05) como al miembro de la familia (F(2,218) =20.79, p<.01). En adaptabilidad percibida, igualmente, se encontraron diferencias significativas según el grupo cultural (F(2,218) =6.63, p<.01) y el miembro de la familia (F(2,218) =18.19, p<.01). En la variable cohesión ideal, las diferencias también fueron significativas según el grupo cultural (F(2,218) =9.2, p<.01) y según el miembro de la familia (F(2,218) =5.03, p<.01). Por último, en adaptabilidad ideal, las diferencias según el grupo cultural fueron significativas (F(2,218) =12.05, p<.01) pero no según el miembro de la familia (F(2,218) =1.59, p>.10). En ninguna de las dimensiones analizadas, la interacción entre el grupo cultural y el miembro de la familia fue significativa (p>.10).

La dirección de las diferencias entre los grupos culturales se considerará con detalle en el tercer objetivo. Con respecto a la dirección de las diferencias entre los miembros de la familia, en todos los casos en los que hubo significatividad estadística (cohesión percibida e ideal y adaptabilidad percibida), los hijos tuvieron unas puntuaciones menores que los padres. La prueba de Tukey indicó la homogeneidad de padres y madres, que se diferenciaban significativamente de los hijos (alfa=.05).

El segundo objetivo planteaba el análisis de cada grupo cultural para constatar si había diferencias signficativas entre padres y madres, y entre padres, madres e hijos.

Los resultados indicaron la existencia de diferencias significativas entre las puntuaciones de los padres, las madres y los hijos de las familias españolas en adaptabilidad percibida (F(2,75)=4.15, p<.05), pero no en cohesión y adaptabilidad ideal, ni en cohesión percibida (p>.05).

En las familias australianas se encontraron diferencias significativas entre padres, madres e hijos en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad percibidas (en cohesión percibida (F(2,56)= 6.36, p<.01 y en adaptabilidad percibida F(2,57)= 3.56, p<.05) y en cohesión ideal (F(2,56)= 8.28, p<001) pero no en adaptabilidad ideal (p>.05).

Finalmente, en las familias emigrantes se hallaron diferencias significativas entre la cohesión y la adaptabilidad percibida por padres, madres e hijos (en cohesión percibida F(2,88)= 14.11, p<.001 y en adaptabilidad percibida F(2,87)= 12.15, p<.001); mientras que en cohesión y adaptabilidad ideales no se hallaron diferencias significativas (p>.05).

En todos los grupos culturales y en todos los casos en que las diferencias resultaron significativas, los padres y las madres constituían un grupo homogéneo con respecto a los hijos según la prueba de Tukey (alfa= .05). Por su parte, los hijos tenían una media de puntuaciones menor que la de sus padres.

En cuanto al tercer objetivo, éste planteaba si, por una parte, la cohesión y la adaptabilidad de las familias emigrantes sería mayor que la de los demás grupos culturales. Y, por otra parte, si la variabilidad entre padres e hijos también sería mayor en las familias emigrantes.

Las diferencias entre los grupos culturales fueron significativas para todas las dimensiones (cohesión percibida F(2,224)= 3.93, p<.05; adaptabilidad percibida (F(2,225)= 5.87, p<.01; cohesión ideal F(2,224)= 8.82, p<.001; adaptabilidad ideal F(2,225)= 12.13, p<.001) pero siempre el grupo español obtuvo las puntuaciones más elevadas, mientras que los emigrantes se encontraban en medio y los australianos tenían las puntuaciones más bajas. En todas las dimensiones, las familias españolas diferían significativamente de las australianas (prueba de Tukey, alfa<.05). Españoles y emigrantes diferían significativamente en las dimensiones de cohesión percibida e ideal (prueba de Tukey, alfa<.05). Solamente en la dimensión de adaptabilidad ideal, las familias australianas y emigrantes diferían significativamente (prueba de Tukey alfa<.05).

En cuanto a la pregunta de si los padres emigrantes y sus hijos estarían más en desacuerdo en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad que los demás grupos, se utilizaron dos tipos de medidas, por una parte, la desviación típica de las puntuaciones, y, por otra, la diferencia de las puntuaciones percibidas e ideales en las dimensiones de cohesión y adaptabilidad.

Se calculó, para cada familia, la media y la desviación típica de las puntuaciones del padre, la madre y el hijo en cada una de las dimensiones de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal. Se utilizó la desviación típica como índice de variabilidad de las puntuaciones de cada familia en cohesión y adaptabilidad percibida e ideal. El análisis de varianza efectuado, tomando como valores las desviaciones típicas de cada familia, indicó que había diferencias significativas entre los grupos culturales al considerar la variabilidad de las puntuaciones en todas las dimensiones excepto en adaptabilidad ideal. Las familias emigrantes tenían una media de variabilidad mayor que ningún otro grupo. En cohesión percibida (F(2,74)= 4.06, p<.05), las familias españolas tenían una variabilidad significativamente menor que las emigrantes (Tukey alfa<.05). Al considerar la adaptabilidad percibida, las diferencias entre los grupos culturales fueron significativas (F(2,75) =5.08, p<.01), de modo que las familias emigrantes tenían una variabilidad significativamente mayor entre las puntuaciones de padres e hijos que las familias australianas y españolas (Tukey alfa<.05). Con respecto a la cohesión ideal, los resultados también fueron significativos (F(2,74)= 10.12, p<.001): la variabilidad de las puntuaciones de padres e hijos era significativamente mayor en las familias emigrantes que en las australianas.

En cuanto a las diferencias entre las puntuaciones ideales y percibidas en cohesión y adaptabilidad, se calculó, para cada miembro de la familia en cada grupo cultural, la diferencia entre la cohesión ideal y percibida, y la diferencia entre la adaptabilidad ideal y percibida. Posteriormente se calculó si se alcanzaba la significatividad estadística en estas medidas diferenciales de cohesión y adaptabilidad entre los miembros de las familias. Los resultados indicaron que en las familias españolas había diferencias signficativas (F(2,75)= 11.3, p<.001) entre la adaptabilidad percibida e ideal de los hijos con respecto a sus padres y madres (tukey, alfa= .05) pero no entre la cohesión percibida e ideal. En las familias australianas sucedía lo mismo: había diferencias signficativas (F(2,57)= 7, p<.01) entre la adaptabilidad percibida y la adaptabilidad ideal de los hijos con respecto a sus padres y madres (tukey, alfa= .05). En las familias emigrantes, sin embargo, se dieron diferencias signficativas entre la adaptabilidad percibida e ideal (F(2,87)= 9.4, p>.001) y la cohesión percibida e ideal (F(2,87)= 6.52, p>.01) y, en ambos casos, los hijos diferían significativamente de sus padres y madres (tukey, alfa= .05).

Discusión

Los análisis realizados indican que existen diferencias significativas entre la dimensiones de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal según el grupo cultural y según consideremos a los padres y a los hijos.

Las diferencias entre padres e hijos no se dan aleatoriamente sino que parecen más acusadas cuando consideramos el funcionamiento percibido por los miembros de la familia, como ponen de manifiesto los análisis de las puntuaciones de cohesión y adaptabilidad directas y los análisis de las puntuaciones de variabilidad. El que las diferencias entre padres e hijos tengan que ver con que unos sean padres y otros no, o a que pertenecen a cohortes distintas, no podemos determinarlo; sólo es constatable que unos y otros difieren significativamente, y que estas diferencias se ajustan a lo esperable (Olson y cols., 1980). Los hijos diferían de sus padres en su percepción del funcionamiento actual de la familia. Para los hijos, la cohesión entre los miembros era menor que lo que percibían los padres (en ningún caso se dieron diferencias entre las opiniones de padres y madres) y lo mismo sucedía con la adaptabilidad. Sin embargo, al analizar la posibilidad de que las diferentes puntuaciones en la percepción de la familia se tradujesen en diferencias signficativas entre el funcionamiento percibido e ideal de padres e hijos, se encontró que en los tres grupos culturales sólo en la dimensión de adaptabilidad se alcanzó la significatividad (consideraremos más adelante la diferencia en cohesión en las familias emigrantes). Podemos suponer que los adolescentes y jóvenes de la muestra, aun manteniendo unos ideales de funcionamiento como el de sus padres, perciben una adaptabilidad menor porque, para ellos, el sistema familiar, que en todos los grupos culturales se encuentra en el mismo estadio evolutivo, es más rígido de lo que esperan, dada su edad. Por ello, en todos los grupos se observan los mismos resultados.

Si, a pesar de las diferencias en lo percibido, los hijos y los padres están de acuerdo (salvo en el caso de la muestra australiana en la dimensión de cohesión ideal) con respecto a los ideales de funcionamiento familiar, dichas ideas deben poseer una carga cultural. Se puede plantear que cada grupo cultural tiene unas ideas (implícitas o no) acerca de cómo deben ser las relaciones entre los miembros de la familia, desde la doble perspectiva de la unión entre sus miembros y de la variabilidad del sistema con respecto a las reglas y los roles. Las familias cambian sus relaciones a lo largo del tiempo y deben ajustarse, entre otros, a las edades de los hijos, a las de los padres y a factores ambientales. Sin embargo, los ideales de funcionamiento familiar pueden estar sujetos a una variabilidad menor y no depender tanto del ciclo vital de la familia y sus miembros, como de la cultura en la que se encuentran las familias. La cultura no es un ente monolítico ni estático y también cambia pero dicho cambio suele ser menor y más lento. A través de ella o desde ella pueden filtrarse mensajes con respecto a los ideales de funcionamiento familiar, lo cual explicaría ese mayor acuerdo entre los padres y los hijos. Sin embargo, la emigración supone «saltar» de una cultura a otra y, por tanto, puede tener implicaciones en el funcionamiento familiar.

Los padres emigrantes, socializados en España y, la mayoría de ellos, sin hijos hasta un cierto tiempo después de estar en Australia, debieron de llevarse consigo unos ideales de cohesión y adaptabilidad familiares, que pudieron haberse modificado con respecto a las familias españolas de referencia y traducirse en unas prácticas en consonancia con estos ideales que sus hijos compartiesen; aunque también podría suceder que el acuerdo fuese menor, puesto que padres e hijos han sido socializados en culturas distintas. Si una de las cualidades que, según ellos, les da identidad como grupo cultural es la unión entre sus miembros (López Larrosa, 1994), esperábamos unos valores familiares de cohesión percibida e ideal mayores en la muestra de emigrantes. Además, si han sido capaces de adaptarse a unas condiciones ecológicas tan diferentes como las de Australia, era esperable que obtendrían unas puntuaciones de adaptabilidad más altas. Finalmente, suponíamos que habría unas diferencias mayores entre padres e hijos por haberse socializado en culturas distintas.

Los resultados pusieron de manifiesto que las familias emigrantes no tienen unas puntuaciones más altas de cohesión y adaptabilidad y que no pueden situarse ni en el grupo de referencia de los padres ni en el de los hijos. Sus ideas y prácticas se acercan unas veces a la muestra española (como sucede con respecto a la adaptabilidad ideal), alejándose significativamente de las familias australianas; mientras que, en otras ocasiones (con respecto a la cohesión percibida y la ideal), se aproximan a las familias australianas y difieren significativamente de las españolas. Sólo con respecto a la adaptabilidad percibida están tan a medio camino de uno y otro grupo cultural que no se aproximan o alejan significativamente de ninguno y los únicos que difieren son los australianos y españoles. Desconocemos las puntuaciones de cohesión y adaptabilidad que estas familias habrían tenido en España si no hubiesen emigrado, ni sabemos si ha habido una modificación longitudinal diferente a la de las familias españolas de referencia; sin embargo, los datos muestran unos resultados coherentes con una posible modificación selectiva de las ideas y las prácticas familiares. Se conservan ideales como el de la adaptabilidad familiar (con unos valores altos en las familias españolas y emigrantes), que son innegablemente útiles para familias que han debido ajustarse a cambios contextuales importantes; pero se funciona a medio camino (la adaptabilidad percibida) entre la cultura de referencia y la de adopción. Estos resultados ponen de manifiesto la coherencia entre las ideas y las prácticas, de modo que no se produce un salto abrupto entre el ideal de adaptabilidad, similar al español, y las prácticas, en medio de las dos culturas. Estos datos, además, nos hacen reflexionar sobre las implicaciones teóricas del cambio: la cultura de referencia y las condiciones individuales y familiares se combinan en unas ideas y prácticas determinadas, aunque el cambio de las ideas parece más lento que el de las prácticas. Estos resultados nos hacen pensar en la importancia práctica de que, en cualquier situación en que se precise hacer cambios, por ejemplo en contextos clínicos y terapéuticos, éstos se produzcan poco a poco. Se trataría de ir despacio y seguir una pauta que va de las conductas a las ideas, en línea con los planteamientos teóricos de autores ajenos a la clínica como Jacqueline Goodnow, que propone que sería preciso analizar las relaciones ideas-comportamientos, empezando por los comportamientos (López Larrosa, 1996).

Al considerar la cohesión, los resultados de las familias emigrantes se diferenciaban significativamente de los de las familias de referencia (españolas) y se aproximaban a las familias australianas. Pero, aunque los resultados pongan de manifiesto su proximidad a las familias australianas, los emigrantes se aferran a los rasgos que suponen los diferencian de la cultura anglosajona, que perciben monolíticamente. Como señala Pyke (2000), «se ve más la imagen o ídolo de la familia que la realidad de la vida de las personas» (p. 247), de modo que «se confía en la familia no sólo como marco interpretativo sino como estructura de contraste» (p. 248). La Familia Anglosajona, según las familias emigrantes, se caracteriza por no preocuparse de los hijos y dejar que se vayan pronto de casa, mientras que las Familias Emigrantes se caracterizan por la gran unión entre sus miembros y la preocupación por los hijos (López Larrosa, 1994). La percepción de uno y otro tipo de familia en escasas ocasiones incluye excepciones a la imagen única y sirve como herramienta de comparación. Este énfasis en los estereotipos acerca del grupo de referencia (español) y de acogida (australiano), la resistencia al cambio de percepción, aunque en la práctica ya se hayan realizado ajustes de funcionamiento, nos hablan de la importancia de mantener la propia identidad como grupo cuando se forma parte de una minoría. Nos lleva a considerar, también, la influencia selectiva del contexto en las diferentes dimensiones: mientras parece haber más proximidad al grupo de referencia en adaptabilidad, al considerar la cohesión, las familias emigrantes están más próximas a las familias australianas.

No obstante, en este trabajo se pretendía no sólo analizar los valores de cohesión y adaptabilidad percibida e ideal y las diferencias según el miembro de la familia y la cultura, sino constatar si la divergencia entre padres e hijos emigrantes era mayor que en los otros grupos familiares. Los resultados indican que sí para todas las variables, aun cuando en adaptabilidad ideal no se alcance la significación estadística (p>.10). Estos datos inciden indirectamente en la importancia de la cultura ya que padres e hijos emigrantes se han socializado en culturas distintas y son los que presentan unas divergencias mayores; aunque éstas suelan producirse en las variables de cohesión y adaptabilidad percibidas, igual que en los otros grupos culturales (como se vio anteriormente). El hecho de que, en este grupo, tanto en cohesión como en adaptabilidad se hallaron diferencias entre lo percibido y lo ideal nos hace pensar en la posibilidad de que los hijos reciban mensajes distintos procedentes del contexto familiar y del exterior, especialmente con respecto a la cohesión, que estas familias consideran una dimensión central de su idiosincrasia. Con todo, las divergencias observadas parecen mantenerse dentro de unos límites que no han hecho preciso intervenciones terapéuticas. Estos resultados inciden en la capacidad de ajuste de las familias y la importancia y apego que las familias emigrantes tienen a ciertas ideas y prácticas, que enfatizan su gran unión, aun cuando nuestro estudio indica lo contrario. Los estereotipos son fuertes y si, en ésta u otras situaciones en las que nos encontramos imágenes resistentes al cambio, queremos conseguir modificar ideas y prácticas, deberemos considerar muy bien el cómo y el por qué se sustituyen dichas ideas y prácticas. Por otro lado, si las divergencias entre padres e hijos no han requerido terapia ¿hasta qué punto sería lícito siquiera el plantearse intervenir?.

A modo de conclusión, estos resultados permiten reflexionar sobre las posibilidades del cambio en las ideas y las prácticas pero, también, sobre el papel que la cultura o las experiencias personales y familiares juegan en la elaboración de las ideas sobre las relaciones familiares, y en las percepciones que los individuos tienen de su realidad familiar.

El que padres e hijos estén de acuerdo acerca del funcionamiento ideal de la familia, y que dicho funcionamiento varíe según los grupos culturales, no hace sino enfatizar la importancia de los mensajes, que de modo implícito o explícito se filtran en el medio familiar. No obstante, esta filtración no se traduce en una asimilación pasiva por parte de los miembros del sistema. Padres e hijos traducen sus ideas en unas prácticas familiares determinadas, que son percibidas de forma distinta por cada uno de ellos. El acuerdo de los padres y las madres de todos los grupos culturales, y su diferente percepción de la realidad familiar con respecto a la visión de los hijos, pone de manifiesto la importancia de las experiencias personales; pero también enfatiza que, aunque haya desacuerdos entre padres e hijos, podemos seguir hablando de familias no clínicas. Nos permite reflexionar, también, sobre el papel del ajuste en las percepciones de los padres y las madres en la estabilidad del sistema familiar, y en la capacidad de éste para cambiar según el entorno.

Agradecimientos

Este trabajo se inscribe en el proyecto PB91-345. Gracias especialmente a las familias que han participado en el estudio, a los entrevistadores y a los compañeros que me han ayudado en las revisiones de los numerosos borradores de este artículo.

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Aceptado el 15 de mayo de 2001

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