La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.
Psicothema, 2006. Vol. Vol. 18 (nº 1). 143-148
Visitación Alcalá, Manuel Camacho, Daniel Giner, José Giner y Elena Ibáñez*
Universidad de Sevilla y * Universidad de Valencia
Los estudios sobre los afectos y sus diferencias respecto al género y a la edad ofrecen resultados poco concluyentes. Existe un cierto acuerdo en establecer una estructura bifactorial que integraría las diferentes dimensiones del afecto. Objetivo: se pretende analizar las características diferenciales de los afectos en una población normal, en función del género y la edad. Método: mediante la escala PANAS-X se estudian 120 sujetos de ambos sexos, con una edad entre los 18 y 50 años, diferenciando un grupo joven y un grupo adulto. Resultados: la mujer joven se caracteriza por los afectos feliz y contento y el hombre adulto por reservado y aislado. La juventud, en hombres y mujeres, se caracteriza por cansancio, somnolencia y amodorramiento, rasgos de la astenia juvenil. Finalmente, la edad produce una insatisfacción del adulto respecto a su pasado. Conclusiones: puede establecerse un perfil diferencial de afectos en cuanto al género y la edad.
Affections and gender. Studies about affections and their differences with regards to gender and age throw little conclusive results. There is a certain agreement on stablishing a bifactorial structure that would integrate the different dimensions of affection. Objective: the aim is to analyze the distinghising characteristics of affections in normal populations as a function of gender and age. Method: 120 people of both sexes, between 18 and 50 years old, and divided into a young and an adult group are studied. Results: men keep a longer continuity in their affections through their lives, while women have feelings of happiness and joy from their past, that turn into insecurity and sadness at their present. Conclusion: a distinguishing profile of affections with regards to gender an age can be stated.
El estudio de la afectividad es, tal vez, uno de los temas más complejos para la investigación en Psicología y Psicopatología. Los afectos implican una serie de mecanismos fisiológicos, componentes cognitivos, expresiones comportamentales, condicionantes sociales y culturales, etc. El problema se hace aún más arduo si incluimos como variable el género que, por su propia naturaleza, está mediado por las normas y los roles sociales (García-Vega, Fernández García y Rico Fernández, 2005). Afectos y género son, pues, dos elementos de gran complejidad que requieren algunas consideraciones previas.
Una de las dificultades mayores para abordar este estudio radica en que la investigación clásica sobre la estructura de los afectos no ha llegado a conclusiones claras. Sin embargo, Sandin, Chorot, Lostao, Joiner, Santed y Valiente (1999) resumen que los estudios sobre el afecto, tanto los que se han basado en análisis idiográficos (dimensiones del afecto identificadas intraindividualmente mediante técnicas P de análisis factorial), como los nomotéticos (identificación de dimensiones del afecto mediante análisis interindividuales, con técnicas factoriales R), han encontrando dos tipos de factores que integraría las diferentes dimensiones del afecto.
Efectivamente, estudios recientes sugieren dos grandes factores dominantes en las experiencias emocionales, frecuentemente tipificados como el afecto positivo y el afecto negativo (Watson y Clark, 1994). Se trata de un modelo bidimensional de la estructura básica del afecto. Este modelo bifactorial no representa dos dimensiones que correlacionen negativamente entre sí, sino que son absolutamente independientes. Estas dos dimensiones han sido caracterizadas como descriptivamente bipolares, pero afectivamente unipolares. Así, el polo alto de cada dimensión representa un estado de alto afecto, mientras que el polo bajo refleja la ausencia relativa de implicación afectiva (Watson y Tellegen, 1985).
El afecto positivo (AP) se refiere a una dimensión en la que los niveles altos se caracterizan por «alta energía, concentración completa y agradable dedicación, mientras que el bajo afecto positivo se caracteriza por la tristeza y el letargo» (Watson, Clark y Tellegen, 1988). El afecto negativo (AN) refleja un estado emocional que se describe en los niveles altos como «una variedad de estados de ánimo que incluyen la ira, la culpa, el temor y el nerviosismo, mientras que el bajo afecto negativo es un estado de calma y serenidad» (Watson et al, 1988).
Estas dos dimensiones de la estructura afectiva pueden ser conceptuadas bien como estados afectivos o bien como disposiciones personales de la emocionalidad más o menos estables (Sandín et al, 1999). En este último caso, los estudios realizados por Watson y Clark (1994) señalan que el síndrome de fatiga crónica está relacionado con una reducción marcada en experiencias emocionales positivas. También se ha relacionado el AN con el neuroticismo y el AP con la extraversión. Otro hallazgo importante ha sido la relación de altos niveles de AN con la ansiedad y la depresión, mientras que sólo la depresión se caracteriza por tener niveles bajos de afectividad positiva (Watson et al, 1988).
Avia y Sánchez (1995) señalan que, en base a la consistencia y generalidad de esta estructura bifactorial de la emocionalidad, comprobada por numerosos estudios, deben hacerse clasificaciones independientes de las personas según su tendencia a experimentar emociones positivas y negativas, de tal forma que quien experimente muchas emociones negativas y, a la vez, muchas positivas, mostrará unas características muy diferentes de quien sólo experimente las primeras y pocas veces las segundas.
La estructura bifactorial del afecto postulada por Watson se ha visto corroborada en estudios realizados en diferentes países, entre ellos en población española, como señalan Sandín et al (1999). Watson et al (1988) han desarrollado un instrumento, ampliamente aceptado, para la evaluación de este modelo bifactorial a partir de los estudios previos realizados por Zevon y Tellegen (1982) y por Watson y Tellegen (1985), conocido como escala PANAS.
Existe una opinión generalizada sobre las diferencias de los afectos en función del género. Parece que es un hecho admitido por la cultura occidental que las mujeres son más ricas emocionalmente y más expresivas que los hombres (Simon y Nath, 2004). Los datos al respecto señalan que las diferencias de género se centran en la expresión emocional, siendo las mujeres más propensas que los hombres a expresar emociones en general (Brody y Hall, 2000; Fabes y Martín, 1991).
Simon y Nath (2004) encuentran diferencias en la frecuencia con la que los hombres y mujeres expresan emociones positivas y negativas. Mientras que los hombres expresan emociones positivas, como calma y entusiasmo, más frecuentemente que las mujeres, éstas expresan más las emociones negativas, como ansiedad y tristeza. Otros autores señalan que las mujeres expresan con mayor frecuencia emociones de felicidad, tristeza y miedo, mientras que los hombres expresan más emociones de cólera (Grossman y Wood, 1993; Kelly y Hustson-Comeaux, 1999).
Desde una perspectiva sociológica se han esgrimido diversas teorías que intentan explicar la relación entre emoción y género. Entre ellas señalamos la teoría normativa de Hochschild (1975), quien distingue dos tipos de reglas culturales para las emociones, unas estarían referidas a la experiencia interna del sujeto y otras a la expresión de las emociones internas. Esta distinción, defendida también por otros autores (Deaux, 1984; Fabes y Martín, 1991), hasta el momento actual no ha sido objeto de estudios sistemáticos, por lo que nos encontramos con la opinión culturalmente aceptada de que la expresividad es más específica de la mujer, obviando la diferencia entre los dos aspectos de la emoción, experiencia interna y expresión externa.
También hay que considerar, como lo hacen algunos autores, la forma como son canalizadas las emociones. Existen diferencias en cuanto al género, por ejemplo, en la canalización de la cólera. Las mujeres, ante situaciones que les producían cólera, utilizaban como forma de expresión hablar con otras personas sobre este sentimiento; los hombres optaban por recurrir al consumo de alcohol u otras sustancias (Simon y Nath, 2004).
Finalmente, no pueden olvidarse los factores socioculturales en el aprendizaje de las emociones. Parece un hecho aceptado por los autores que los varones aprenden a excluir sus emociones, mientras que las mujeres tienden a expresarlas. La expresión de la emoción es un proceso más dificultoso que la propia experiencia emocional (Brody, 1993; Kring y Gordon, 1998).
Teorías sociales han sido esgrimidas para entender las diferencias expresivas de la emoción según el género. Así, Stearns y Stearns (1986) señalan que una hipótesis explicativa de este fenómeno habría que integrarla en el modelo social de las primeras décadas del siglo XIX, en la época del capitalismo industrial en los Estados Unidos. El rol de la mujer implicaba el cuidado de los miembros de su familia, dentro de la esfera privada del hogar, que requirió sensibilidad emocional y la supresión de la cólera. Por el contrario, el papel del hombre implicaba ganar un salario para su familia en el ámbito público del trabajo, que requirió la reserva emocional, pero permitió la cólera.
Kemper (1990, 1991) aporta una teoría estructuralista de las emociones, señalando que existe un patrón de sensaciones subjetivas para el hombre y para la mujer. Para Kemper existen dos dimensiones fundamentales en la expresión social de las emociones: estatus y poder. Las personas con más estatus y poder en una relación social experimentan emociones positivas, tales como felicidad o seguridad. Por el contrario, las personas con bajo estatus y poder experimentan más frecuentemente emociones negativas, de miedo, tristeza y cólera.
Como puede deducirse de la literatura al respecto, el estudio de las emociones y sus diferencias en cuanto al género ofrecen unos resultados nada concluyentes y a veces contradictorios. En esta línea hemos intentado enmarcar nuestro trabajo, teniendo como objetivo establecer las diferencias, si las hay, en cuanto a la experiencia emocional en ambos géneros.
Material y método
Para el objetivo de nuestro trabajo hemos utilizado una población muestral de sujetos de ambos sexos, pertenecientes a distintas facultades universitarias, centros de enseñanza secundaria y de alfabetización de adultos. Tras explicarles el cometido de la investigación, se les invitó a participar voluntariamente mediante la autoaplicación de la escala PANAS-X, asegurándoles el anonimato. Los requisitos para la cumplimentación de la escala fueron: tener una edad comprendida entre los 18 y 50 años y no haber estado nunca en tratamiento psiquiátrico.
La muestra quedó constituida por 120 sujetos, con una mayor representación del sexo femenino (57,5% frente a 42,5% de hombres). La edad media de la muestra fue de 26,58 (D.S.= 9,25). El nivel de estudios universitarios era el más frecuente (85,8%), con una menor representación de sujetos con estudios medios (11,7%) y muy escasos los de estudios primarios (2,5%).
Hemos elegido como instrumento de evaluación de los afectos la escala PANAS-X (Positive and Negative Affect Schedule-Expande Form), diseñada por Watson y Clark (1994). Se trata de una versión ampliada de la primitiva PANAS, desarrollada por Watson, Clark y Tellegen (1988). El motivo de elaborar una forma ampliada de la primitiva escala PANAS no fue otro que el de enriquecerla con la inclusión de mayor número de ítems que reflejaran afectos específicos. La escala PANAS-X está constituida por 60 ítems, que puntúan del 1 al 5. Todos los ítems los hemos referido a dos momentos: a lo largo de la vida y en las últimas semanas. Los ítems se encuentran sistematizados en 4 escalas, compuestas a su vez por un número variable de subescalas. La primera escala, denominada escala general de dimensiones básicas, se compone de dos subescalas: afectividad negativa y afectividad positiva. La segunda escala es la de emociones negativas básicas, compuesta a su vez por las subescalas miedo, hostilidad, culpa y tristeza. La tercera escala de emociones positivas básicas la integran tres subescalas, a saber: jovialidad, autoconfianza y atento. Por último, existe una escala denominada otros estados afectivos, compuesta por timidez, fatiga, serenidad y sorpresa.
Utilizamos esta versión ampliada, ya que no se limita a la evaluación del afecto en las dos dimensiones, positiva y negativa, sino que posibilita el análisis cualitativo de una amplia gama de afectos. Esto nos permite llevar a cabo un análisis más enriquecedor de las características diferenciales de los afectos en hombres y mujeres.
Para el análisis estadístico se ha utilizado el programa SPSS.10 para Windows. En las variables sociodemográficas se ha procedido a comparar mediante la t de Student las variables paramétricas y mediante la chi cuadrado las no paramétricas. Los valores obtenidos en los ítems de las diferentes escalas y subescalas se han comparado mediante el análisis de la varianza. En todos los casos se ha tomado como valores significativos estadísticamente un valor de p<0.05.
Resultados
Dado que el trabajo se centra en las diferencias entre género, conviene resaltar, antes de entrar en el análisis de los datos, que no existen diferencias significativas estadísticamente entre ambos grupos en lo que hace referencia a las variables sociodemográficas estudiadas. La edad media de los hombres (26,25; D.S.= 8,23) es algo inferior a la de las mujeres (26,83; D.S.= 9,99) (t= .033; N.S.) y la distribución por nivel de estudios tampoco reflejó diferencias entre los grupos (X2= 2,91; N.S.).
En primer lugar se compararon los resultados en función del género (tabla 1). No se encontraron diferencias en la comparación de las cuatro escalas básicas a lo largo de la vida, ni en las últimas semanas. La comparación de las subescalas reflejó escasas diferencias, puntuando más alto los hombres que las mujeres en la subescala de tristeza a lo largo de la vida y en la subescala de autoconfianza en las últimas semanas.
En el análisis comparativo de cada uno de los ítems que componen las diversas escalas y subescalas, buscando las diferencias entre ambos grupos (tabla 2), tan sólo nueve, de los 60 ítems que componen la PANAS-X, arrojaban diferencias significativas a lo largo de la vida, siendo los ítems referidos a alegre, contento, encantado y feliz los que mostraron unos valores más elevados en las mujeres que en los hombres, con nivel de significación estadística. Por el contrario, los hombres presentaban valores significativamente más elevados que las mujeres en los siguientes ítems: aislado, asqueado de sí mismo, orgulloso, seguro y solitario.
La comparación de los ítems en las últimas semanas puso de manifiesto diferencias estadísticas en siete ítems de la PANAS-X. Con valores superiores en las mujeres respecto a los hombres se encontraban los ítems inseguro y triste. Los hombres tenían valores más elevados que las mujeres en los ítems atrevido, intrépido, orgulloso, seguro y solitario.
Podría concluirse de la comparación de los ítems que existen diferencias entre sexo en relación con los afectos, tanto a lo largo de la vida, como en las últimas semanas. La mujeres tienen una experiencia diferencial frente a los hombres, caracterizada por los afectos positivos felicidad, alegría a lo largo de la vida y, sin embargo, en la actualidad tienen una experiencia marcada por la tristeza y la inseguridad. Es decir, las mujeres tienen un pasado de tonalidad afectiva alegre, que se ha tornado triste en el momento actual.
Los hombres mantienen, como rasgo diferenciador de las mujeres, tanto en el pasado como en el momento presente, el sentimiento de solitario, orgulloso y seguro. Los afectos diferenciadores del hombre frente a la mujer, que impregnan el pasado, pero no están en el presente, son los de aislado y asqueado de sí mismos. Finalmente, los hombres, en el presente, se diferencian de las mujeres en los afectos de atrevido e intrépido.
Podría concluirse a primera vista que los resultados obtenidos al comparar las escalas y subescalas arrojan escasa información sobre las emociones de los sujetos estudiados. Son los ítems los que nos permiten un análisis más cualitativo del mundo emocional. Esto nos permite concluir que la utilización de la escala PANAS-X no permite el estudio detallado de las diferencias emocionales en función del género si no se atiende al análisis de cada uno de los ítems. Es más, la nomenclatura de cada escala y subescala puede prestar a confusión, como ocurre, por ejemplo, en el análisis de la subescala tristeza en los hombres. Puede comprobarse que, de los ítems que la componen (aislado, desanimado, nostálgico, solitario y triste), son estos dos últimos los responsables de las diferencias con significación estadística frente a las mujeres y no el ítem triste. Es decir, no puede afirmarse que los hombres tienen un sentimiento de tristeza mayor que el de las mujeres, sino que el sentimiento diferenciador está marcado por ser solitario y aislado.
A la vista de estas conclusiones podría deducirse que los hombres mantienen una mayor continuidad en su vida emocional entre el pasado y el presente. Los afectos seguro y orgulloso se asocian en el presente a las de atrevido e intrépido, que pueden considerarse una consecuencia de los primeros. El afecto de soledad es permanente en el hombre. Tan sólo el afecto de asqueado de sí mismo es el único que desaparece en el presente.
Las mujeres, por el contrario, tienen una experiencia de su pasado teñida de los afectos de alegría y felicidad, que en el presente se han convertido en inseguridad y tristeza.
Las razones para estas diferencias no podemos encontrarlas a partir del instrumento utilizado. Serían atribuibles, entre otros muchos factores, a las peculiaridades sociales, culturales o personales de los sujetos estudiados, lo que exigiría una nueva investigación. Sin embargo, hemos querido analizar el factor edad, ya que se manifiesta como posible variable interviniente en las diferencias de género. Para ello hemos analizado la muestra en función de dos grupos de edad. Hemos establecido un grupo joven, entre 18 y 25 años, y un grupo adulto, entre 30 y 50 años. Los sujetos con edades comprendidas entre los 26 y 29 años han sido desechados para que las diferencias de edades entre los grupos a estudiar fueran más extremas y purificar la variable.
Los resultados obtenidos de la comparación entre los dos grupos de edad (tabla 3) nos indican que existen diferencias significativas a lo largo de la vida en la escala general de dimensiones básicas (subescala de afectividad positiva), en la escala de emociones positivas básicas (subescala de jovialidad) y en la escala de otros estados afectivos (subescala sorpresa). Todas ellas son más elevadas en el grupo joven frente al grupo adulto.
La comparación por grupos de edad en las últimas semanas pone de manifiesto que las diferencias significativas son a favor del grupo joven en las siguientes escalas y subescalas: escala general de dimensiones básicas (subescala de afectividad negativa), escala de emociones negativas básicas (subescalas de miedo, hostilidad y tristeza) y la escala de otros estados afectivos (subescala de fatiga).
Al analizar los resultados cruzando las variables de género y grupos de edad encontramos que a lo largo de la vida en el grupo de hombres (tabla 4) sólo existe una diferencia significativa en la subescala jovialidad, que arroja valores superiores en el grupo joven en comparación con el grupo adulto. En cuanto a los datos obtenidos en las últimas semanas, el grupo joven puntúa más alto que el grupo adulto en las subescalas de miedo y fatiga.
El grupo de mujeres (tabla 5) a lo largo de la vida refleja valores más altos en el grupo joven en la escala general de dimensiones básicas (subescala de afectividad positiva), en la subescala de jovialidad y en la escala de otros estados afectivos (subescala de sorpresa). Los datos en las últimas semanas ponen de manifiesto que se encuentran diferencias significativas a favor del grupo joven en la escala general de dimensiones básicas (subescala de afectividad negativa), escala de emociones negativas básicas (subescala de miedo y hostilidad) y en la subescala de fatiga.
Como resumen de todos los resultados referidos a las variables combinadas joven/adulto y hombre/mujer podemos concluir que existe una diferenciación por la edad en la que no interviene el género, como es que el grupo joven se siente a lo largo de la vida más jovial que el adulto y con más miedo y fatiga en las últimas semanas. Por otra parte, existe una diferencia por la edad en la que tiene intervención el género, a saber, que el grupo joven de mujeres se siente a lo largo de la vida con una mayor afectividad positiva y sorpresa que las mujeres adultas y, asimismo, una mayor afectividad negativa y hostilidad en las últimas semanas. Esta interrelación edad y género no se observa en el grupo de hombres.
Como ya señalábamos anteriormente al analizar los grupos en función del género, los resultados obtenidos en las escalas y subescalas ofrecían unas diferencias escasas. Sin embargo, cuando se comparaban los 60 ítems que componen la PANAS-X, las diferencias eran mucho más numerosas, lo que permitía realizar un análisis cualitativo diferencial entre los grupos a comparar. Por las limitaciones de espacio, los resultados serán objeto de otra nueva publicación.
Discusión y conclusiones
Para finalizar, queremos destacar aquellos aspectos que nos parecen más relevantes en las distintas comparaciones realizadas.
Los afectos en la mujer están definidos por una experiencia en el pasado teñida de alegría y felicidad, que en el presente se han convertido en inseguridad y tristeza.
El hombre mantiene una mayor continuidad en sus afectos, con un sentimiento de soledad permanente en el pasado y en el presente. Además, a las emociones de seguridad y orgullo en el pasado se unen en el presente las de atrevido e intrépido, que podrían considerarse muy ligadas a las primeras. En el presente, finalmente, desaparece el sentimiento de estar asqueado de sí mismo, ligado a su experiencia en el pasado.
El factor edad determina diferencias en los afectos entre la etapa juvenil y la adulta: el pasado del grupo joven está más cargado de afectividad positiva y jovialidad, mientras que el presente se caracteriza por afectividad negativa, miedo, hostilidad, tristeza y fatiga.
Los hombres no presentan diferencias importantes en función de los grupos de edad en el pasado, estando en el presente el grupo joven más impregnado de miedo y fatiga.
Las mujeres jóvenes tienen una experiencia del pasado con mayor afectividad positiva y jovialidad que las adultas, mientras que en el presente tienen más afectividad negativa, miedo y hostilidad.
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