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La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.

PSICOTHEMA
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Psicothema, 1998. Vol. Vol. 10 (nº 3). 517-533




USOS Y ABUSOS DE LA PSICOLOGÍA DE EYSENCK

José Errasti Pérez

Universidad de Oviedo

En el verano de 1997 fallecía en Londres Hans Jürgen Eysenck, una de las principales figuras de la Psicología europea de nuestro siglo. Con este motivo, se repasa en este trabajo su biografía y las características principales de su amplia obra, destacando tres de sus temas más representativos: los estudios sobre los efectos de la psicoterapia psicodinámica y su defensa de la terapia de conducta, sus investigaciones sobre las relaciones que mantiene el tabaco, la personalidad y la enfermedad, y, por último, su teoría de la Personalidad y de sus determinantes biológicos.

Uses and abuses of Eysenck’s psychology. Hans Jürgen Eysenck, one of the main figures of the European Psychology of this century, died in London in the summer of 1997. For this reason, his biography and the basic characteristics of his prolific work is reviewed here, emphasizing three of its more representative subjects: his studies on the effects of the psychodinamic psycotherapy and the defense of the behaviour therapy, his investigations on the complex relations between smoking, personality and disease, and, finally, his theory about the biological determinants of Personality.

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Hans Eysenck terminaba su autobiografía (Eysenck, 1997) con un diagrama en donde se mostraba su producción de publicaciones desde 1940 hasta la actualidad. La curva resultante poseía una forma sigmoidea que, de continuar con dicha tendencia, sólo dejaría de crecer en el año 2010, contando entonces Eysenck con 95 años de edad. No ha sido así. El pasado 4 de septiembre de 1997 una rápida enfermedad terminaba con la vida de uno de los autores que más ha marcado el desarrollo de la Psicología de nuestro siglo, y, desde luego, el que ha dado lugar a la obra temáticamente más extensa, más polémica y de repercusiones de mayor alcance durante los últimos cincuenta años en el campo del «estudio científico de la naturaleza humana», –recordando el título del libro que Nyborg (1997) editó con motivo del homenaje ofrecido a Eysenck en su 80 cumpleaños.

Pero su obra no ha quedado inconclusa. Al menos, no ha quedado más inconclusa de lo que inevitablemente queda cualquier proyecto humano. Tras más de 50 años de investigación incansable y prolífica producción escrita, Eysenck nos ha dejado cerca de 1.100 capítulos y artículos, y casi ochenta libros. Un primer repaso de esta obra sorprende por la variedad de sus contenidos, que abarcan desde pequeños libros divulgativos en paperback, –algunos tan populares como «Usos y abusos de la Psicología» (1953)–, hasta tratados académicos con títulos tan ambiciosos como «La estructura de la Personalidad humana» (1952a) o «Estructura y medición de la Inteligencia» (1979), desde publicaciones en donde se refinan complejas técnicas estadísticas como el análisis factorial o el análisis criterial hasta estudios acerca de la posibilidad de que los astros influyan de alguna manera sobre ciertas conductas humanas, pasando por trabajos sobre la eficacia de las psicoterapias, las actitudes sociales y políticas, la conducta sexual y marital, la relación entre el tabaquismo y el cáncer, los efectos de los suplementos de vitaminas sobre el cociente intelectual, los determinantes psíquicos de la criminalidad, y muchos otros. Sin embargo, a pesar de esta variedad, es posible distinguir unas líneas conductoras que dotan a su obra, cuando se mira en conjunto desde una cierta distancia, de una unidad de la que sólo aparentemente carece:

– así, en primer lugar, destacaría su creencia de que la aplicación del análisis estadístico de datos grupales permitirá cribar todo lo accesorio (lo específico, lo individual, lo trivial) del psiquismo humano y separar sus verdaderos componentes genéricos que, por tanto, quedarán validados de esta manera como los contenidos temáticos legítimos de la ciencia psicológica. No cabe ciencia del individuo, sino de las diferencias entre individuos, las cuales sólo pueden referirse a características compartidas en mayor o menor grado por todos los miembros de la especie (rasgos de personalidad, competencias intelectuales) que, al menos en un primer momento, quedarán correctamente aisladas y construidas mediante el análisis factorial.

– en segundo lugar, la obra de Eysenck está movida por el permanente convencimiento de que el método de la ciencia positiva natural, recayendo sobre los contenidos antes señalados, es una garantía que, por sí sola, asegura que el campo psicológico quedará elevado a la categoría de ciencia, esto es, quedará limpio de malezas, de especulación y opinión gratuita, que se esfumarán ante la presencia de los hechos objetivos. De esta manera, el uso de un proceder hipotético-deductivo en el planteamiento de las investigaciones, el manejo de términos siempre operativamente definibles y cuantitativamente medibles, y el carácter replicable de los resultados obtenidos son el único camino (el método) que nos llevará a la obtención de un cuerpo de conocimientos válidos sobre el psiquismo humano.

– en tercer y último lugar, la consideración del ser humano como una entidad primeramente biológica («bio-psíquica», «bio-psico-social», «bio...») lleva a Eysenck a entender que el momento explicativo de la Psicología (más allá de sus fases iniciales meramente descriptivas de los fenómenos) ha de integrar forzosamente los determinantes ambientales del psiquismo (aprendizajes) con sus antecedentes e intermediarios biológicos vinculados a las diferencias individuales en la constitución del Sistema Nervioso y, finalmente, con los determinantes distales genéticos relacionados con el ADN. Así, el proyecto eysenckiano se amplía de forma ambiciosa hasta pretender constituir un marco global en el que explicar de forma exhaustiva el diferente comportamiento de los diferentes individuos humanos. Se entiende ahora que en su Psicología (de las diferencias individuales en Personalidad e Inteligencia, por tanto) se encuentren asumidas las aportaciones de fuentes tan diversas como la Psicología constitucional alemana, la Psicología nomotética factorialista de Spearman y Burt, el conductismo de Hull, la psicofisiología de tradición pavloviana, las investigaciones sobre Terapia de Conducta o la genética de la conducta (en estas dos últimas fuentes el propio Eysenck intervino como uno de sus autores pioneros).

Añádase a todo lo anterior un carácter personal marcado por el gusto por las polémicas intelectuales (aunque no por las polémicas personales o incluso por las agresiones físicas que llegó a sufrir en algunas ocasiones) y la desconfianza por los conocimientos que de forma no probada mantienen en ocasiones las autoridades académicas, y podremos entender en parte por qué, según informa Jensen (1997), Hans Eysenck era en 1997 la persona viva más frecuentemente citada en el Social Science Citation Index y, de nuevo según el SSCI, el autor, vivo o muerto, psicólogo o no, más citado de la historia, tras Marx y Freud. Así que procede revisar y discutir algunas de sus principales aportaciones. Se han seleccionado tres de ellas, muy distintas entre sí, pero que el propio Eysenck consideraba más importantes y representativas de su trabajo: en primer lugar, su defensa de una Psicología clínica, independiente de la Psiquiatría, y estructurada alrededor de las eficaces técnicas de la Terapia de Conducta; a continuación, su crítica al simplismo con el que se atribuye al tabaco la causa de buena parte de los cánceres de pulmón y las enfermedades cardiovasculares, ignorando el papel modulador que la Personalidad ejerce sobre la relación tabaco-enfermedad; y, por último, revisaremos su aportación más decisiva, su teoría de la Personalidad y de los determinantes biológicos de las diferencias individuales. Pero antes recorreremos brevemente su biografía.

Notas biográficas

Hans Jürgen Eysenck nació el 4 de marzo de 1916 en Berlín. Hijo de padres actores (su madre incluso llegó a ser una estrella de cierto renombre en la Alemania de los años veinte, y el propio Hans intervino en algún film a tiernísima edad), sufrió desde un primer momento la separación de sus padres y pasó sus primeros años viviendo de forma itinerante acompañando a su madre en sus actividades artísticas. Por fin se asentó en Berlín atendido por su abuela materna, en donde empezó a cursar su escolaridad de forma regular. A partir de entonces sólo vería a sus padres ocasionalmente.

La llegada de Hitler al poder coincidió con sus años de educación secundaria, y le dio al joven Eysenck la oportunidad de entrenarse para los numerosos enfrentamientos intelectuales y personales de los que participaría en su vida adulta. En efecto, la gran mayoría de los compañeros de instituto de Eysenck simpatizaban con los ánimos del partido nazi, y sólo Eysenck y pocos más se mostraban irreductiblemente críticos ante ellos, lo cual le valió un elevado número de conflictos en su centro escolar. Fue entonces cuando Eysenck tomó una decisión que cumpliría durante el resto de su vida: nunca buscar una pelea, pero nunca huir de aquéllas a las que fuera provocado. El seguimiento de este propósito (y su espléndida fortaleza y forma física derivada de su afición al deporte) le permitió terminar su educación secundaria sin excesivas secuelas.

Ya por entonces Eysenck apuntaba un carácter excepcional. Lector voraz de una gran cantidad de materias, disentía con frecuencia de los contenidos de las clases que recibía en el instituto, lo que provocaba frecuentes encontronazos con sus profesores. Hasta que, por fin, la lectura de un manual de Física escrito por Max Born le mostró claramente que su verdadera vocación se decantaba por el estudio de las Ciencias naturales, disciplinas a las que decidió dedicar su vida. Al tiempo que Eysenck cayó enamorado de la Ciencia, la lectura de la «Crítica a la razón pura» de Kant le distanció de la Filosofía. «Reconocí el reto intelectual que suponía, pero entendí que la Filosofía no era para mí. Yo necesitaba la relevancia que los hechos tienen en las teorías científicas, y no me sentía cómodo en la enrarecida atmósfera de la especulación filosófica. Desde entonces he mantenido una relación de amor-odio con la Filosofía» (Eysenck, 1997). Pocos fragmentos de su autobiografía permiten entender las grandes luces y las ciertas sombras de la obra eysenckiana mejor que el anterior.

Al término de la educación secundaria, Eysenck optó por ingresar en la Facultad de Física de Berlín, pero se encontró con que su fama de díscolo y opositor al régimen nazi había llegado a oídos de las autoridades académicas, las cuales le exigían que ingresase en las SS para aceptarle en la Universidad. En contra del consejo de su padre, que había elevado el caso hasta el mismísimo Goering, Eysenck no estaba dispuesto a aceptar esa exigencia de ninguna manera y decidió inmediatamente exiliarse para poder cursar estudios universitarios. En el otoño de 1934, tras unos pocos meses en Francia, llegó a Londres, donde un error burocrático le impidió matricularse en los estudios de Física. Buscando estudios «del lado de las Ciencias», se encontró con que sólo quedaban a su disposición los de Psicología, de modo que finalmente fue ésta la carrera que estudió.

Por aquel entonces la Psicología británica estaba polarizada alrededor del enfrentamiento que mantenían las figuras de Cyril Burt, instalado en la Universidad de Londres y defensor de un enfoque psicométrico y estadístico de la disciplina, y Frederick Bartlett, instalado en la Universidad de Cambridge y defensor de una orientación estrictamente experimental de la misma. Eysenck, que pronto se convirtió en el alumno preferido por Burt, entendía que ambos enfoques eran necesariamente compatibles, lo que le provocaba frecuentes discusiones con representantes de ambas escuelas. Finalmente, Eysenck se licenció en Psicología en 1938 con las más altas calificaciones y, dos años después, presentó su tesis doctoral sobre «Estética experimental», estudiando las influencias de los factores psicológicos sobre las percepciones y los juicios estéticos.

Fue en esta época cuando Eysenck elaboró una lista de cinco principios básicos que deberían caracterizar al desarrollo de la Psicología como disciplina científica, y que guiaron sus trabajos académicos durante el resto de su vida. Eysenck entendía que estos principios derivaban inmediatamente del sentido común, por lo que le parecía incomprensible que todos ellos hubieran sido negados con frecuencia por prestigiosas autoridades en el campo de la Psicología. Serían, en cualquier caso, los que él iba a adoptar como ejes del proyecto de Psicología que ya empezaba a despuntar. Estos son: (1) el hombre es un organismo biosocial, por lo que su conducta estará determinada por factores tanto biológicos como sociales, (2) la mente y el cuerpo no deben ser vistas como sustancias separadas, sino como un continuo sólo diferenciado cuantitativamente, (3) es necesario reconciliar las dos disciplinas de la Psicología científica, esto es, la orientación correlacional y la experimental, (4) la distinción entre Psicología básica y Psicología aplicada no tiene ningún sentido, y (5) cualquier afirmación que se asegure debe ser demostrada con pruebas empíricas.

La II Guerra Mundial supuso un paréntesis en el desarrollo intelectual y académico de Eysenck. Su condición de alemán en la Inglaterra aliada le trajo numerosos problemas, y la muerte de su abuela materna (la persona con la que había vivido toda su infancia y juventud, y con la que había establecido sus vínculos afectivos más fuertes) en un campo de concentración nazi le afectó intensamente. Pero a su término, la carrera de Eysenck encontró su cauce definitivo. Si Cyril Burt fue el primer mentor de Eysenck, Aubrey Lewis sería el segundo. Se trataba de un catedrático de Psiquiatría que trabajaba como Director de Investigaciones en el Mill Hill Emergency Hospital, y que estaba planeando crear un Instituto de Psiquiatría en la Universidad de Londres en donde se formase una nueva figura profesional: el «psicólogo clínico». Para ello necesitaba a un psicólogo brillante que tuviera además una amplia formación en otras disciplinas biológicas y humanistas, y Eysenck fue aceptado de forma provisional para ese puesto.

Fue en Mill Hill donde Eysenck comenzó sus trabajos sobre la estructura factorial de la Personalidad. Y continuaron en el Maudsley Hospital, lugar al que se trasladó el equipo de Lewis al término de la guerra y que, con el paso de los años, llegaría a convertirse en un centro que se identificaría inseparablemente con el trabajo de Eysenck. Los factores de Personalidad relacionados con el neuroticismo y la extraversión empezaron a aislarse en sus estudios correlacionales, y de ahí obtuvo el material para la publicación de su primer libro «Dimensiones de Personalidad» (1947). Pero no olvidaba sus intereses clínicos. Teniendo en mente la creación de la figura profesional del psicólogo clínico, Eysenck aceptó la invitación del profesor Viteles para pasar unos meses en la Universidad de Filadelfia, en donde podría conocer cómo funcionaba dicha figura profesional, que ya llevaba existiendo en los Estados Unidos desde el final de la I Guerra Mundial.

Eysenck volvió de América completamente ratificado en su idea de que la Psicología científica poseía ya un cuerpo de conocimientos sólidos que permitía la formación de profesionales clínicos con un perfil propio, y no de meros ayudantes de los psiquiatras en sus psicoterapias, de las cuales Eysenck comenzaba a sospechar que se levantaban sobre cimientos mucho menos sólidos de los que poseían las incipientes técnicas genuinamente psicológicas. Seguro del proyecto que tenía entre manos, Eysenck prometió a Lewis que crearía en el Maudsley Hospital el mejor Departamento de Psicología de Europa, tanto en investigación como en docencia, y aquél en donde nacería la figura del psicólogo clínico en Europa. De esta manera, en 1950, Lewis le nombra Director del Departamento de Psicología del Instituto de Psiquiatría del Maudsley Hospital, dependiente de la Universidad de Londres, plaza que mantendría hasta 1983, y en la que desarrollaría una de las obras más extensas e influyentes de la historia de la Psicología.

Eysenck tuvo cuidado al asegurarse de que su Departamento sólo acogería a estudiantes de postgrado y postdoctorado con excelentes expedientes que estuvieran interesados en la Psicología clínica y la Psicología diferencial de la Personalidad. Ahí fue formada una lista muy extensa de investigadores de cuya talla pueden ser muestra Stanley Rachman, Glenn Wilson, Cyril Franks, Arthur Jensen, Marvin Zuckerman, Gordon Claridge, Jeffrey Gray, Peter Broadhurst, David Nias, Hans Brengelmann, Monte Shapiro (aunque éste terminó alejándose radicalmente de las posiciones eysenckianas) o la segunda esposa de Eysenck, Sybil Rostal, –por su parte, Pelechano (1997) nos recuerda que José Luis Pinillos y Mariano Yela pasaron también temporadas trabajando en el Maudsley Hospital. Ahí se realizaron trabajos sobre Psicología experimental, correlacional, Psicofisiología y Psicología clínica que se mantienen entre los más citados de sus respectivas áreas. Ahí se fundaron revistas como «Behaviour Research and Therapy» o «Journal of Personality and Individual Differences», y se construyeron algunos de los cuestionarios de medida de la Personalidad más usados del mundo, como el «Eysenck Personality Inventory» (EPI) o el posterior «Eysenck Personality Questionnaire» (EPQ). Ahí, finalmente, se libraron batallas decisivas para la Psicología de nuestro tiempo acerca de temas tan importantes como la constitución de la Terapia de Conducta como la escuela de tratamiento psicológico eficaz por excelencia, o el papel de la genética en la determinación de la Personalidad y la Inteligencia.

Esto no es sino una pequeña muestra del trabajo que Eysenck dejó detrás cuando se jubiló en 1983, siendo sustituido por Gray en la Dirección del Departamento. A partir de ese momento, Eysenck continuó desarrollando una gran cantidad de actividades, tal y como había hecho en su vida anterior. Conferencias, publicaciones de libros y artículos, nuevas investigaciones, se fueron sucediendo durante esta última década hasta su fallecimiento el pasado año. Al mismo tiempo, la comunidad internacional iba destacando con premios el conjunto de su obra, reconociendo de esta manera que bastantes de las polémicas académicas en las que Eysenck estuvo permanentemente inmerso se daban por definitivamente concluidas tras la victoria (o, al menos, el empate, pero nunca la derrota) de las posiciones eysenckianas. La American Psychological Association (APA) le nombró en 1988 «científico más distinguido», en 1993 le concedió la mención presidencial por su contribución a la Psicología, en 1994 le otorgó el premio «William James», y en 1996 le galardonó con el Centennial Award de su División de Psicología Clínica. Quizá el párrafo con el que termina su autobiografía explica de la mejor manera posible su actitud ante los últimos años de su vida: «Una vez que se alcanza la venerable edad de 80 años, uno debe actuar como si fuera inmortal. No hay que dudar para empezar un nuevo libro, planear un nuevo proyecto de investigación, aceptar invitaciones para dar conferencias en congresos que se celebrarán en años futuros. Por supuesto, quizá uno no viva para terminarlo todo, pero debe creer que sí. De esta manera, a lo mejor hay que añadir un nuevo capítulo en la próxima edición de esta autobiografía. Después de todo, ¡sólo se es viejo una vez!.»

¿Psicoterapia o Terapia de Conducta?

La crítica que Eysenck realizó a la pretendida eficacia de las psicoterapias y su defensa de la Terapia de Conducta como la orientación clínica más eficaz para el tratamiento de los desórdenes neuróticos arrancó en su artículo «Los efectos de la psicoterapia: una evaluación» (Eysenck, 1952b). A pesar de que la psicoterapia (básicamente de orientación psicoanalítica, aunque no de forma exclusiva) era una práctica médica muy extendida y poseedora ya de varias décadas de tradición, Eysenck encontró que no había ninguna evidencia empírica que probase su eficacia por encima de la ausencia de tratamiento. Más allá de la consideración freudiana de que el psicoanálisis era el único camino a través del cual se podrían resolver los problemas neuróticos, Eysenck observó en su práctica en el Mill Hill y en el Maudsley Hospital que muy a menudo estos trastornos remitían sin necesidad de un tratamiento explícito, y que la frecuencia de esta remisión era comparable a la eficacia que los psicoterapeutas obtenían mediante sus largas y complejas intervenciones. La conclusión que de esta comparación se extraía era inquietantemente obvia.

Semejante afirmación desencadenó una sucesión de respuestas más o menos encendidas. A pesar de que Eysenck se había cuidado especialmente de no afirmar que la falta de efectividad de las psicoterapias estaba probada, sino que (y el matiz es fundamental) aún no había pruebas empíricas de su efectividad, este trabajo levantó una ola de indignación contra Eysenck en los círculos psicoanalíticos. Los estudios acerca de la efectividad de las psicoterapias se han ido sucediendo desde entonces sin que las conclusiones que de ellos se obtienen alteren sustancialmente las mantenidas por Eysenck en su trabajo de 1952, –entre las últimas revisiones y metaanálisis caben citar, por ejemplo, los de Rachman y Wilson (1980), o los de Svardberg y Stiles (1991). Por otro lado, los escasos trabajos en donde sí se concluye cierta eficacia en la capacidad de la práctica psicoterapéutica para resolver los desórdenes neuróticos, –por ejemplo, el muy citado libro de Smith, Glass y Miller (1980)–, basan sus conclusiones en un dudoso análisis de los datos, de forma que una revisión rigurosa y prudente de los mismos no permite concluir que las terapias freudianas, adlerianas, centradas en el cliente, etc., produzcan efectos muy superiores a los de las terapias placebo (Erwin, 1986; o el propio Eysenck, 1994, 1997).

En cualquier caso, la obra de Eysenck desempeñó un papel protagonista en la eliminación de las psicoterapias psicodinámicas como los prototipos de la intervención psicológica clínica, hasta llegar al momento actual en donde su presencia en la lista de terapias psicológicas que se ofrecen al ciudadano por los profesionales es francamente minoritaria. Aunque Eysenck abandonó pronto el estudio comparativo de la eficacia de las distintas terapias psicológicas, confiando su continuación a Rachman, (según ha contado en su autobiografía, tal abandono fue debido a que no podía soportar el grado de irracionalidad que despertaba el tema entre los implicados), sí permaneció la crítica a la obra freudiana como uno de los tópicos en sus escritos, pudiendo encontrarse buen número de artículos y libros en los que desarrolló desde una gran variedad de puntos de vista la idea de que el traje del emperador freudiano no existía (Eysenck y Wilson, 1973; Eysenck, 1985, 1994).

¿Supone esto, por tanto, la imposibilidad de la existencia de una Psicología clínica basada en la aplicación de técnicas eficaces? En absoluto. Ya desde su primer viaje a los EE.UU. a finales de la década de los 40, Eysenck estaba convencido de que la Psicología científica podría dar lugar a un cuerpo de intervenciones clínicas eficaces mediante la aplicación de los principios de las (por entonces) modernas teorías del aprendizaje. Se había interesado asimismo por las conocidas experiencias de Watson y Rayner (1920) relativas al condicionamiento de miedos infantiles, y a los trabajos posteriores de Jones (1924) acerca del uso con niños de tratamientos basados en técnicas de extinción que daban muestras de eficacia ante un buen número de problemas neuróticos. Estos intereses, unidos a las lecturas de autores como Mowrer y Miller, llevaron a Eysenck a forjar una primera idea rudimentaria de lo que podría ser la Terapia de Conducta, esto es, «un método de tratamiento de los desórdenes neuróticos que los viera como respuestas emocionales condicionadas, que podrían extinguirse a través de los bien conocidos procesos descritos en los libros de aprendizaje y condicionamiento» (Eysenck, 1997). Discutir si corresponde o no a Eysenck la autoría primera de esta idea será probablemente una tarea vana, en cuanto empezaba a apuntarse ya en formas más o menos consolidadas en un número diferente de autores (Kazdin, 1986), pero de lo que no cabe duda es que esta orientación fue la que guió las investigaciones clínicas que se realizaron en el Maudsley Hospital a partir de fechas tan tempranas como los comienzos de los años 50.

Curiosamente, el autor que más influyó sobre Eysenck en su concepción de lo que deberían ser las terapias psicológicas eficaces fue un psicoanalista, Alexander Herzberg, autor del libro «Psicoterapia activa» (1945), y a cuyas informales reuniones de discusión sobre asuntos psicoterapéuticos acudía interesado Eysenck a comienzo de la década de los 40. Herzberg, a pesar de considerarse un freudiano más o menos ortodoxo, entendía que la finalidad del tratamiento era únicamente conseguir que el paciente se viera libre de sus síntomas y evitase las recaídas. Asimismo, reconocía sin problemas el fenómeno de la remisión espontánea, sabedor de que las neurosis se disipan en ocasiones sin necesidad de tratamiento. Pero la contribución terapéutica más importante de Herzberg, de nuevo de un carácter freudiano más que dudoso, fue su «método de las tareas graduales», esto es, la programación de una serie de encargos conductuales que el paciente debía hacer entre las sesiones clínicas, encaminados a conseguir que se viera libre de sus síntomas. Estas tareas se iban programando poco a poco, en orden a su dificultad, y con su cumplimiento Herzberg observaba que la duración de las terapias se veía sensiblemente reducida. El mantenimiento de estas posturas en 1945 le convierte en un precursor claro de la Terapia de Conducta. Su muerte prematura y la coincidencia de la publicación de su obra en una Inglaterra envuelta en la II Guerra Mundial poco atenta a estos trabajos, pueden explicar la falta de notoriedad que este autor ha sufrido en ocasiones.

Al principio de forma tímida, tratando casi en secreto a algunos pacientes que eran enviados por psiquiatras amigos, y poco a poco de forma más resuelta y reconocida, el equipo de Eysenck en el Maudsley Hospital comenzó a probar este tipo de terapias basadas en las teorías del aprendizaje con prometedor éxito. Y aquí empezaron los problemas. Aubrey Lewis, hasta la fecha un defensor de Eysenck y, de hecho, la persona que le había otorgado la dirección de Departamento de Psicología, empezó a mostrar su rechazo a la posibilidad de que a los psicólogos se les permitiera la realización de psicoterapias y disentía abiertamente de la orientación que Eysenck estaba dando a la docencia del Instituto, formando psicólogos clínicos capaces de dirigir intervenciones eficaces sobre los problemas neuróticos de forma completamente independiente de los psiquiatras y a su mismo nivel. El enfrentamiento definitivo entre ambos investigadores estalló en 1958, cuando Eysenck, invitado por la Royal Medico-Psychological Association, expuso de una forma ya abierta ante la Asociación psiquiátrica británica más importante su crítica a las psicoterapias tradicionales y su defensa de la nueva Terapia de la Conducta, basada en los conocimientos de la Psicología científica. La indignación que produjo su conferencia entre los presentes le valió a Eysenck su primer amago de linchamiento así como la hostilidad, ya completamente manifiesta, de Lewis, que a partir de ese momento haría todo lo posible por recortar, reducir e incluso cerrar el Departamento de Psicología que dirigía Eysenck.

Fue una dura batalla vivida en la Psicología británica que, finalmente, se resolvió a favor de Eysenck. Sus posiciones se fueron consolidando hasta el punto de permitir durante los años 60 la publicación de obras como «Terapia de Conducta y neurosis» (1960, el primer libro formalmente dedicado a la Terapia de Conducta que se publicó en el mundo), «Experimentos en Terapia de Conducta» (1964) o «Las causas y las curas de las neurosis: una introducción a la moderna Terapia de la Conducta basada en la teoría del aprendizaje y los principios del condicionamiento» (1965, en colaboración con Rachman). Tras los libros vinieron las revistas («Behaviour Research and Therapy») y las asociaciones («British Association of Behavioural Psychotherapy»), en todas las cuales Eysenck representó un papel protagonista. Con el paso de los años la Terapia de Conducta, en cualquiera de las variedades que ha adoptado desde entonces, ha terminado convirtiéndose en el estándar de intervención psicológica, cuya eficacia ya está inequívocamente reconocida por las autoridades académicas y clínicas.

Pero la contribución de Eysenck al desarrollo de la Terapia de Conducta no ha sido solamente de tipo aplicado o institucional. La amplitud de sus miras psicológicas le ha llevado a acentuar la necesidad de que la práctica terapéutica esté construida sobre una teoría general de la conducta y sobre una teoría específica de las psicopatologías, lo cual le ha distanciado de una buena parte de los terapeutas de conducta, no muy interesados en los fundamentos teóricos y experimentales de sus prácticas (sin los cuales, para Eysenck, la actividad clínica queda reducida a la aplicación de «libros de recetas») (Barbrack y Franks, 1986). Desde este punto de vista es como deben entenderse sus estudios sobre la relevancia psicopatológica de la distinción entre el condicionamiento pavloviano tipo I y el tipo II, o la formalización de su teoría sobre la incubación de la ansiedad y la neurosis, que permitiría así fundamentar sobre unos mismos principios de aprendizaje la práctica de terapias aparentemente tan distintas como la desensibilización y la exposición prolongada (Eysenck y Martin, 1988). En cualquier caso, es necesario señalar también que Eysenck asumió con dificultad la creciente complejidad de los análisis conductuales con los que trabaja la Terapia de Conducta, especialmente, la necesidad de manejar procesos no pavlovianos entre los determinantes de las conductas neuróticas. Su encomiable defensa de la teoría terminó acercándose a un afán conservador por explicar todos los fenómenos neuróticos en los términos asociacionistas y fisicalistas propios de los neoconductismos de los años 50, lo cual le separó en buena medida del curso mayoritario de la Terapia de Conducta realizada durante las últimas décadas (Lazarus, 1986).

Tabaquismo, personalidad y enfermedad

De entre todas las afirmaciones que ha defendido Eysenck en los múltiples temas psicológicos que abordó, ninguna se ha opuesto tan frontalmente a la opinión mayoritaria mantenida en los círculos académicos como la relacionada con los efectos del tabaco sobre la salud. Más concretamente, Eysenck ha conducido una serie de trabajos de los que parece desprenderse que la afirmación de que «el tabaco causa cáncer de pulmón y enfermedades cardiovasculares» es, cuando menos, simplista, de manera que los efectos nocivos del tabaco vendrían modulados por una serie de variables personales, entre las que destaca de forma notable la personalidad del sujeto.

Los orígenes de esta línea de investigación se encuentran ya en su obra «Tabaco, salud y personalidad» (1965) en donde exponía ciertos puntos oscuros que rodeaban a la conclusión de la relación causal del tabaco sobre el cáncer a partir de datos meramente correlacionales acerca de la covarianza de ambas variables. Así, los datos de los que se disponía en aquella época indicaban que el tabaco no era causa necesaria y suficiente del cáncer (de cada diez fumadores crónicos sólo uno sufrirá cáncer, de cada diez pacientes de cáncer uno de ellos no ha fumado nunca); no estaba claro que dejar de fumar condujera a una reducción del riesgo de padecer cáncer (o, al menos, los trabajos que sí habían encontrado que los ex-fumadores tienen mejor pronóstico que los fumadores no se habían asegurado de que ambos grupos estuvieran igualados en otras variables de gran influencia sobre la salud); no era seguro que la extensión del hábito de fumar se hubiera visto acompañada de un aumento en las tasas de cáncer de pulmón (todos los diagnósticos de cáncer han aumentado su frecuencia en este siglo por el perfeccionamiento de las técnicas diagnósticas); no era seguro que los fumadores que no tragan el humo tuvieran menos riesgo de cáncer que los que sí lo hacían, ni que los fumadores de un gran número de cigarrillos tuvieran más riesgo que los que fumaban menor cantidad. Sin negar la contrastada correlación entre tabaco y cáncer, no parecía prudente concluir de forma simplista una causalidad directa de aquél sobre éste.

Además, Eysenck había encontrado que la medida de ciertas dimensiones de personalidad era un buen predictor del nivel de consumo de tabaco; concretamente, esta práctica correlacionaba con puntuaciones altas en neuroticismo, extraversión y psicoticismo, –para una exposición más detallada del modelo de conducta de fumar propuesto por Eysenck, véase Spielberger, (1986). En colaboración con el genetista Lindon Eaves, Eysenck condujo unas investigaciones que apuntaban a que el mantenimiento de la costumbre de fumar (si bien no su comienzo) podría estar determinado en parte por factores hereditarios. Otros trabajos compartidos con el oncólogo David Kissen señalaron la relación existente entre ciertas medidas de personalidad y el sufrimiento de cáncer de pulmón: el grupo de pacientes afectados por este cáncer mostraba unas puntuaciones en neuroticismo significativamente más bajas que un grupo de pacientes afectados de dolencias benignas. Habida cuenta de la determinación genética que Eysenck defendía sobre las dimensiones de personalidad, y las predisposiciones genéticas que igualmente se atribuyen a ciertos cánceres, se abría la puerta a la posibilidad de que la correlación tabaco-cáncer no derivase de una causación directa. Todos estos estudios dieron forma a una nueva obra, «Las causas y los efectos de fumar» (1980).

Sin embargo, los principales trabajos sobre las relaciones entre el tabaco, la personalidad y la enfermedad que Eysenck conduciría se realizaron a partir de esta fecha, con motivo de la colaboración entre Eysenck y el doctor yugoslavo Ronald Grossarth-Maticek. Este autor había realizado un estudio prospectivo en Crevenka con varios cientos de pacientes en donde se pusieron en relación la tasa de tabaquismo, las puntuaciones en una escala de Racionalidad y Emocionalidad parecida a la escala de Neuroticismo del EPQ, y el padecimiento de cáncer. Los resultados indicaron una potenciación sinergética entre el consumo de tabaco y las puntuaciones en la escala de Grossarth-Maticek. Entre los sujetos de alta activación emocional no se registró ninguna muerte por cáncer, a pesar de que un significativo porcentaje de ellos era fumador. Por su parte, entre los sujetos no fumadores, sea cual fuese su puntuación en la escala, las tasas de cáncer fueron igualmente insignificantes. Pero entre los 139 sujetos de baja activación emocional que consumían tabaco se registraron 31 casos de cáncer.

Curiosamente, igual que había ocurrido con los estudios de Eysenck, los trabajos de Grossarth-Maticek no habían despertado especial interés entre la comunidad médica. La colaboración entre estos dos autores condujo a la realización de una nueva investigación prospectiva para la que se diseñaron unos cuestionarios que buscaban a medir la afinidad de los sujetos con un patrón de personalidad tendente bien al cáncer (caracterizado por la dificultad para expresar emociones negativas como la ira y la ansiedad, falta de asertividad, evitador de conflictos, paciente, cooperativo, con poca expresividad emocional), bien a las enfermedades cardiovasculares (caracterizado por los frecuentes sentimientos de ira, agresión y hostilidad ante las dificultades en las relaciones interpersonales), o bien a un tercer patrón no asociado con ninguna patología. Los más de 1200 sujetos que formaron parte de la muestra fueron localizados diez años más tarde, encontrándose que la correlación existente entre las puntuaciones obtenidas en el cuestionario y su estado de salud (o la causa de su muerte) eran sorprendentemente altas, y seis veces mayores que la existente entre el consumo de tabaco y el sufrimiento de cáncer o enfermedades cardiovasculares. De hecho, esta última correlación tabaco-enfermedad sólo era significativa en los dos primeros tipos de personalidad, no siendo relevante cuando nos referimos al grupo cuya personalidad no era tendente al cáncer o al accidente cardiovascular.

Los resultados han ido publicándose y revisándose (Eysenck, 1990, 1993; Grossarth-Maticek, Eysenck y Boyle, 1995), proponiéndose incluso la sorprendente posibilidad de que una intervención conductual sobre los sujetos cuya personalidad les predispone a una enfermedad pueda tener un efecto positivo sobre el riesgo de padecerla (Eysenck y Grossarth-Maticek, 1991; Grossarth-Maticek y Eysenck, 1991), con interesantes resultados.

En cualquier caso, los hallazgos encontrados por Eysenck acerca de la relación entre tabaco, personalidad y enfermedad están a la espera de una replicación por parte de grupos investigadores independientes, antes de que puedan considerarse como definitivos los interrogantes que Eysenck ha planteado acerca de la causación directa que el tabaco ejerce sobre el cáncer. Aunque cada vez más autores se interesan por la modulación que variables de personalidad pueden ejercer sobre la probabilidad de padecer cáncer –en este sentido destaca en nuestro propio país un interesantísimo trabajo publicado por Fernández– Ballesteros y Ruiz (1997) acerca de la relación entre las escalas de Racionalidad y Defensividad Emocional, y el cáncer de mama–, algunos autores se han mostrado extraordinariamente escépticos hacia los resultados de Grossarth–Maticek y Eysenck (Pelosi y Appleby, 1992) o han intentado conducir intentos parciales de replicación con resultados no tan positivos (Amelang, Schmidt-Rathjens y Matthews, 1996), si bien dichos intentos han sido metodológicamente torpes (Nias, 1997). Hasta que tal replicación rigurosa se realice (y no parece probable que sea pronto, dada la enorme movilización de personal y recursos que una investigación de este tamaño exige), las tesis de Eysenck quedarán como otro ejemplo más de su capacidad para registrar incansablemente sobresalientes cantidades de datos, exprimirlas aplicando sobre ellas toda la complejidad de las técnicas estadísticas, obteniendo finalmente tesis innovadoras y polémicas, capaces de enfrentarle con las autoridades médicas y los Ministerios de Sanidad del mundo occidental. El tiempo resolverá la cuestión.

Estructura y determinantes biológicos de la Personalidad

Los temas antes analizados ocuparon una pequeña parte de la actividad investigadora de Eysenck en comparación con los trabajos que desarrolló alrededor del que sería el interés más importante de su carrera, a saber, la formalización de una teoría acerca de la estructura de la Personalidad y los determinantes biológicos responsables de las diferencias individuales en esta importante variable. De hecho, su primer libro publicado ya se titulaba «Dimensiones de Personalidad» (1947), manual que conoció múltiples ediciones y revisiones durante las siguientes décadas. Junto a él, Eysenck fue publicando otros muchos textos que compusieron la teoría de la Personalidad más citada en esta segunda mitad del siglo, y la que se ha presentado como el prototipo más sólido de teoría contrastada dentro de la Psicología diferencial («El estudio científico de la Personalidad», 1952c; «La estructura de la Personalidad humana», 1952a; «Las bases biológicas de la Personalidad», 1967; «Estructura y medida de la Personalidad», 1969; «El psicoticismo como dimensión de la Personalidad», 1976; «Reminiscencia, motivación y Personalidad», 1977; «Personalidad, genética y conducta», 1982; «Personalidad y diferencias individuales», 1985; «Dimensiones de Personalidad y arousal», 1987; «Genes, cultura y Personalidad: un enfoque empírico», 1989). Las causas del éxito de la teoría eysenckiana en un campo tan prolífico como es el de las teorías de la Personalidad deben atribuirse a la capacidad de su modelo para reentender, simplificar y unificar otros varios modelos factorialistas que convivían simultáneamente hasta la fecha de forma no resuelta (Costa y McCrae, 1986).

¿Cómo se gestó el enfoque eysenckiano del estudio de la Personalidad? El propio Eysenck (1997) ha narrado cómo llegó al establecimiento del marco general en donde se iba a desenvolver esta parte de su obra. El punto de partida del interés de Eysenck por las diferencias individuales en Personalidad vino de su convicción acerca de que limitarse a estudiar las relaciones que las personas establecen entre estímulos y respuestas no era la forma más eficaz de obtener conocimientos ciertos sobre los determinantes del comportamiento. Los psicólogos experimentales despreciaban las diferencias entre uno y otro organismo al estudiar los efectos de las situaciones sobre las respuestas, ignorando que según fuesen las características personales del sujeto, así serían las variadas formas en que serían percibidos idénticos estímulos, provocándose, pues, diferentes reacciones. Así, encontrar las leyes de acuerdo a las cuales estas diferencias funcionan, y aislar las principales dimensiones que nos permitan clasificar a la gente, se convirtió para Eysenck en una tarea fundamental de la Psicología.

El estudio de estas categorías de Personalidad debería constar de dos etapas claramente diferenciadas. En primer lugar, sería necesario resolver el problema taxonómico, meramente descriptivo. Habría que formalizar un sistema que diera cuenta de forma resumida y ordenada de los fenómenos recogidos bajo el término «Personalidad». Eysenck optó por trabajar con un modelo jerárquico, piramidal, que constase de cuatro grandes niveles diferenciados por el grado de abstracción desde el que describían el comportamiento humano. El primero de estos niveles estaría formado por las respuestas específicas, esto es, conductas puntuales que pueden o no ser características del sujeto; a continuación, encontraríamos en el segundo nivel las respuestas habituales, conjuntos de respuestas que tienden a ocurrir en circunstancias similares, y que ya caracterizan al individuo; el tercer nivel estaría formado por las organizaciones de dichos hábitos en rasgos o factores de primer orden, constructos obtenidos gracias al análisis factorial de los contenidos del nivel anterior y, por tanto, basados en las intercorrelaciones existentes en una serie de respuestas habituales; por último, el nivel más alto se obtendría gracias al aislamiento de tipos generales, «superfactores», factores de segundo orden o «dimensiones de Personalidad», de nuevo mediante análisis factorial a partir de las correlaciones existentes entre varios rasgos de primer orden. Estas dimensiones deberían ser ya independientes entre sí, constituyendo, por tanto, el nivel último de organización y aquél que tendría mayor importancia en la construcción del modelo. Frente a otras estrategias seguidas por otros autores (Cattell, Guilford), Eysenck centró sus intereses en los factores de segundo orden, entendiendo que su máximo nivel de abstracción e integración conductual los convertían en los elementos más potentes de una teoría estructural de la Personalidad.

Las primeras dimensiones de Personalidad que fueron construidas por Eysenck mediante este método fueron las dimensiones de «neuroticismo-estabilidad» (N) y «extraversión-introversión» (E). La dimensión N agruparía los factores de primer orden de ansiedad, depresión, sentimientos de culpa, baja autoestima, tensión, irracionalidad, timidez, tristeza y emotividad. La dimensión E, por su parte, agruparía aquéllos de sociabilidad, vitalidad, actividad, dogmatismo, búsqueda de sensaciones, despreocupación, dominancia, surgencia y gusto por las aventuras (Eysenck, 1985). Estos dos factores, dada su independencia, formarían un espacio bidimensional ortogonal en donde los individuos estarían definidos por un punto que resumiría su Personalidad y en el que quedarían eliminados todos los aspectos accesorios y triviales (meramente individuales) que no pueden tener cabida en la ciencia de la Psicología.

Estas dos dimensiones resultaban plenamente coherentes con las tipologías de la Personalidad que se habían propuesto desde la antigüedad clásica. Ya Hipócrates había realizado una tipología distinguiendo cuatro temperamentos en función del humor corporal que predominase en cada hombre. Galeno y, mucho más recientemente, Kant habían estudiado y desarrollado tal tipología, con descripciones del temperamento sanguíneo, melancólico, colérico y flemático. Wundt habría adelantado el enfoque dimensional actual al proponer que esos cuatro temperamentos derivarían de la composición de dos dimensiones: la fuerza de los sentimientos y la velocidad de su cambio. Por su parte, autores tan alejados de la Psicología rasguista como Freud y Jung habían prestado especiales intereses al neuroticismo y la extraversión como notables elementos del psiquismo individual. Todos estos antecedentes quedarían recogidos en el espacio bidimensional eysenckiano, cuyos cuadrantes corresponderían a los cuatro temperamentos hipocráticos y cuyos ejes perfeccionarían las dos dimensiones wundtianas (Eysenck, 1985). Por demás, todas las teorías contemporáneas factorialistas han girado alrededor de los factores nucleares de extraversión-introversión y salud emocional-neuroticismo (Maddi, 1980), reconociéndose por parte de alguno de los autores más representativos en la formalización del modelo actual de los «cinco grandes» que esta teoría viene a complementar más que a oponerse a la de Eysenck (Costa yMcCrae, 1986).

Más adelante, Eysenck introdujo en su modelo la dimensión «psicoticismo-control de impulsos» (P), lo que formó definitivamente el «sistema PEN» como formalización básica acerca de la estructura de la Personalidad humana. P agruparía a los factores de primer orden de agresividad, frialdad, egocentrismo, impersonalidad, impulsividad, carácter antisocial, falta de empatía, creatividad e inconmovilidad (Eysenck, 1985). En cualquier caso, se trata de una dimensión que ha suscitado menor consenso que las anteriores, dados los difusos contenidos de sus valores predictivos, la imperfección de su medida mediante cuestionarios y la falta de una teoría específica acerca de su fundamentación biológica (Claridge, 1986; Brand, 1997).

El modelo descriptivo de la Personalidad propuesto por Eysenck no ha estado libre de problemas. Autores como Carrigan, Guilford, o Claridge han apuntado imperfecciones estadísticas relativas, por ejemplo, al carácter independiente de las dimensiones N y E, o al carácter unitario del factor de segundo orden E (Labrador, 1984). Por su parte, Gray, el sucesor de Eysenck al frente del Departamento de Psicología del Maudsley Hospital, ha propuesto una rotación de 45º en los ejes N y E, lo que daría lugar a dos nuevos ejes independientes en la descripción de la Personalidad, a saber, la sensibilidad para las señales de castigo (ansiedad) y la sensibilidad para las señales de recompensa (impulsividad) (Báguena y Belloch, 1986). Aún así, ninguna de estas críticas han ido más allá de provocar matizaciones en el sistema PEN, manteniéndose como el prototipo de teoría factorialista (al menos, hasta la reciente llegada del modelo de los «cinco grandes»).

Ahora bien, esta teoría de la Personalidad que ha sido expuesta resumidamente hasta aquí tendría un valor muy reducido si se limitase a su momento taxonómico, descriptivo. Eysenck era plenamente consciente de los peligros de circularismo que están rodeando permanentemente a las teorías factorialistas, y sabía que dar cuenta de unas conductas mediante unos rasgos mentales que se especulan, siendo que los únicos indicios que tenemos de dichos rasgos son precisamente las conductas que estamos intentando explicar mediante ellos, era una estrategia dudosamente explicativa. Para evitar esto, Eysenck entendió que toda teoría factorialista de la Personalidad necesitaba completar su fase descriptiva con otra explicativa, causal, que se interesase por el origen de las dimensiones de Personalidad y su presencia diferencial en los individuos. Este ánimo coloca a Eysenck muy por encima del resto de los factorialistas de nuestro siglo.

Sin embargo, el lugar adonde ha ido Eysenck a buscar las causas de las diferencias individuales en Personalidad no puede ser más problemático. «Podemos decir que la Personalidad es el concepto central de nuestra teoría. Su causa distal es el ADN. Su causa proximal es el conjunto fisiológico, neuronal y hormonal de intermediarios que ligan el ADN a la conducta, y que interactúan con los factores ambientales» (Eysenck, 1993, cif. Zuckerman, 1997). «La fundamentación de las diferencias individuales en sus raíces biológicas, y la búsqueda de los orígenes de las dimensiones descriptivas de Personalidad en el Sistema Nervioso, [...] es el paso realizado por Eysenck que más drásticamente ha alterado el pensamiento occidental contemporáneo acerca de la Personalidad» (Claridge, 1986). En efecto, Eysenck entendió que los constructos estadísticos que resultaban del análisis factorial deberían estar reflejando la existencia de unos patrones básicos de actividad neurofisiológica que cabría igualmente aislar, y que en último término estarían determinados por factores genéticos. Así, las diferencias en la dimensión N reflejarían diferencias en la excitabilidad y labilidad del Sistema Nervioso Autónomo, especialmente su rama simpática, y las diferencias en la dimensión E serían el resultado de los diferentes estilos excitatorios e inhibitorios de las estructuras córticorreticulares. La dimensión P, quizá por su carácter más reciente, no ha sido objeto de una teoría causal, aunque Eysenck ha apuntado a que probablemente se encuentre vinculada al sistema hormonal androgénico de los individuos (Eysenck, 1985). El ambiente afectaría a la Personalidad, pero Eysenck sólo lo ha considerado como un elemento modulador de su expresión conductual, sin que haya ido ahí a buscar sus causas.

Por encima de la precisión con la que Eysenck haya sabido apuntar a las estructuras neurofisiológicas responsables de las dimensiones de Personalidad, –repasada en Labrador, (1984)–, cabe preguntarse si es correcta la consideración de que la neurofisiología ofrece la última respuesta acerca del por qué de la Personalidad y la conducta. Estamos ante el mismísimo núcleo de su teoría y, precisamente, es aquí en donde Eysenck ejerció una lógica más discutible. De forma alternativa a este proceder eysenckiano, cabría entender que el comportamiento (y con él, las tendencias estables de comportamiento que muestra un individuo, es decir, la Personalidad) puede (y necesita) ser estudiado desde un punto de vista irreductible a sus componentes materiales neurofisiológicos, en donde los factores ambientales cumplan un papel constitutivo que vaya más allá del de mero modulador y contaminador de unas predisposiciones personales biológicas, de cuya manifestación resultaría la conducta. El enfoque psicológico se distingue por el carácter final, propositivo, intencional, dirigido a un objetivo dado en el mundo y por tanto identificado esencialmente con él, desde el que entiende el comportamiento, y este carácter se pierde cuando al comportamiento se le intentan sustraer sus insustraíbles componentes interactivos sociales y se le tritura en partes materiales de naturaleza celular (o de estructuras celulares). No es que el ambiente afecte a la conducta (como si ésta tuviera algún tipo de existencia previa que se viera alterada por su exposición al mundo), sino que el ambiente constituye a la conducta mediante su relación dialéctica con el sujeto, y ha de cumplir un papel protagonista (o, al menos, co-protagonista) en cualquier teoría causal acerca de la Personalidad.

Por supuesto, esto no quiere decir que los trabajos de Eysenck sobre las bases psicofisiológicas de la Personalidad carezcan de valor. Se está reclamando que el análisis y la descripción del comportamiento en términos fisiológicos no agota su explicación, la cual sólo se completa si se atiende al valor final de adaptación mutua que la conducta cumple en la relación entre el individuo y su mundo. Y esta atención es la que define precisamente el enfoque que la Psicología hace del comportamiento (frente a otras disciplinas que estudian igualmente las actividades de los organismos vivos) y es la que precisamente se echa en falta en la etapa causal de la teoría de la Personalidad de Eysenck. El convencimiento que mostró durante toda su vida acerca de que la Psicología podría ser una ciencia natural pudo terminar llevándole a disolver a la Psicología en las ciencias naturales ya existentes. Sin embargo, estas debilidades conceptuales no anulan el interés que esta parte de la obra eysenckiana, en tanto Fisiología del comportamiento, tiene para el estudiante o el profesional de la Psicología, ya que, reentendido mediante estas puntualizaciones, el material eysenckiano se convierte en un complemento de gran valor para su actividad psicológica.

A la luz de estos juicios, las afirmaciones de Eysenck acerca del porcentaje de varianza de la Personalidad que cabe atribuir a la herencia y los que cabe atribuir al ambiente piden de nuevo ser matizadas (o, al menos, piden de nuevo ser bien entendidas, para lo que hace falta una comprensión certera del significado de los conceptos estadísticos manejados por Eysenck que no siempre demuestran tener los psicólogos). Herencia y ambiente no son causas aisladas del comportamiento, cuyos efectos quepa distinguir porcentualmente en el reparto del total de la conducta (Yela, 1996). Frente a esto se sugiere que herencia y ambiente son determinantes a los que siempre cabe atender de forma exclusiva a la hora de explicar cualquier conducta, de forma que la atención a uno u otro definirá el enfoque desde el que se está estudiando el comportamiento que fuera. Así, la eterna polémica herencia/ambiente se desvanece, y los resultados grupales que Eysenck ha presentado acerca de la genética de la Personalidad se revelan como artefactos estadísticos que no permiten las interpretaciones que con demasiada frecuencia se han realizado de ellos. (Aunque no se ha tratado el tema explícitamente en este texto, algo muy parecido podría decirse de las afirmaciones que Eysenck ha realizado sobre el tema de la herencia de las aptitudes intelectuales, y que despertaron grandes enemistades y desconfianzas hacia su obra; una revisión cabal por ambas partes del fundamento de la polémica herencia/ambiente hubiera ahorrado a Eysenck algunas de las polémicas más airadas que sufrió en su carrera, e incluso le hubiera evitado alguna que otra agresión física.)

Hasta aquí llega el repaso de tres de los contenidos más representativos de una carrera caracterizada por la diversidad de sus intereses y la atención a la práctica totalidad de los temas más significativos de la Psicología de nuestro siglo. Con la reciente muerte de Hans Eysenck desaparece toda una forma global de comprender los asuntos de la Psicología que no encontrará fácil reemplazo en esta época de excesiva especialización, y que resulta muy difícil resumir en unas pocas páginas. Respecto a la metodología de su proceder investigador, Eysenck simpatizaba con la afirmación de Thomas Huxley acerca de que «la ciencia no es más que sentido común entrenado y organizado». Respecto a su tema de investigación favorito que aplicó a una enorme variedad de terrenos, las diferencias humanas, Eysenck también citaba con frecuencia a Lenin: «Cuando la razón y la experiencia nos aseguran que los hombres no son iguales, entonces uno debe entender como ‘igualdad’ la igualdad de habilidades, o la equivalencia en la fuerza corporal o en las capacidades mentales de los hombres. Es obvio que en este sentido los hombres no son iguales. Ningún hombre razonable debe olvidarlo nunca».

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Aceptado el 6 de abril de 1998

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