La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.
Psicothema, 1993. Vol. Vol. 5 (Suplem.1). 213-223
Mª Pilar GONZALEZ LOPEZ y José M. CORNEJO ALVAREZ
Universidad de Barcelona
Se pretende mostrar que el estudio de las actitudes, como concepto relevante en la explicación del comportamiento, requiere ser encuadrado en una suficiente contextualización de su naturaleza bio-psico-social. Las implicaciones de esta triple articulación exige tomar en consideración las múltiples modalidades situacionales y funcionales que operan en la interacción real de los pequeños grupos, como un campo privilegiado para la investigación, donde se forman y modifican las actitudes. Las aportaciones realizadas desde el paradigma del "grupo mínimo", con su valioso análisis de los mecanismos subyacentes en la formación de la identidad personal y social, poniendo de relieve la dimensión cognitiva de la percepción y de la categorización social en las relaciones intraintergrupales, no invalidan ni la línea de la primigenia concepción lewiniana del grupo ni la necesidad de integrar dichos mecanismos en un análisis de la actividad grupal. Esta perspectiva hace que el espacio-tiempo de la actividad grupal resulte ser el contexto mediador entre lo individual y lo social, con capacidad para dar cuenta de los fenómenos pluralistas que están en todo proceso de formación y cambio de actitudes.
Palabras clave: Relaciones intra/inter grupo; Fomación y modificación de actitudes; Articulación Bio-psico-social; Actividad grupal; Investigación grupal.
Groups as nuclear mediators in the formation and change of attitudes. Contributions from the "minimal group" paradigm which emphasize cognitive dimension does not invalidate Lewin's original line of the need to integrate such mecanism in the group activity analysis. This perspective makes the group a nuclear mediator between the individual and the social, able to take into account the pluralistic phenomena in the formation and change of attitudes. The attitude concept requires to be inserted in a sufficient bio-psycho-social conceptualization. The implications for this triple articulation demands to take in the consideration multiple situational and functional modalities which operate in real interaction of small groups as a privileged field for group research.
Key words: Intra/Inter group relationship; Formation and modification of attitude; Bio-psycho-social articulation; Group activity; Group research.
LA CONCEPCIÓN BIO-PSICO-SOCIAL DEL HOMBRE
Los grupos y las actitudes han constituido dos anclajes temáticos prototípicos en el desarrollo de la Psicología Social. Ambos han sufrido cíclicamente a lo largo de su historia etapas de auge y desinterés según los distintos paradigmas dominantes y en ambos se ha producido la polarización entre las perspectivas individualista y colectivista (psicológicas o sociológicas) que han caracterizado el devenir de la disciplina.
Desde sus inicios, la Psicología Social se ha cuestionado cuál debería ser la unidad básica de análisis del comportamiento social: el individuo, el grupo o la sociedad en su conjunto (Steiner, 1979, 1986). Del mismo modo y relativo a las actitudes, la Sociología planteó desde Durkheim la importancia de las representaciones sociales en la fundamentación de las organizaciones sociales, las instituciones y los modos de relación. Durkheim (1898) diferencia entre las representaciones individuales y las representaciones colectivas como manifestación de una conciencia común y una forma de sentir y de pensar. No sólo distintas de la conciencia individual sino fundamento mismo de una gran parte de los procesos individuales. La conciencia individual se desarrollaría a partir de la interiorización de lo colectivo. Las actitudes entendidas como la motivación subjetiva serían un elemento psicológico intermedio entre las condiciones sociales de la existencia y las representaciones sociales.
Para el individualismo, lo social se considera como una abstracción conceptual, sin propiedades emergentes y simple resultado de la suma de las propiedades de los individuos. De ese modo el grupo resulta una "falacia" reductible a los comportamientos individuales de sus miembros (Allport, 1924).
Con ello lo social se reduce en la interacción observable entre personas, se confunde lo psicológico con lo individual y se restringe el contexto social a las condiciones del entorno. Sin duda éste era el precio a pagar para poder desarrollar procedimientos experimentales basados en el mecanismo general del aprendizaje y en el concepto de actitud como variable intermediaria y mecanismo adaptativo del individuo frente al medio.
La explicación última de los hechos sociales se busca en todo caso en la conducta individual como ámbito de lo observable. Desde esta perspectiva tradicional en la Psicología Social se producirá una reinterpretación de todos aquellos fenómenos sociales susceptibles de ser operacionables (identidad, percepción, comparación y atribución social, influencia, conformismo, competición, liderazgo, etc.).
En el polo opuesto, para el colectivismo los procesos colectivos preexisten y, configuran al sujeto individual. En el marxismo la existencia social determina la conciencia en una relación dialéctica entre la infraestructura física (sistema socioeconómico) y una superestructura ideológica (sistema de ideas).
Existiría por lo tanto una mente grupal o colectiva con pensamientos, sentimientos y acciones que se manifiestan a través de los individuos pero que pertenecen a la colectividad como un todo. La sociedad viene definida como una totalidad que trasciende a sus miembros, con propiedades globales no reductibles a las propiedades de los individuos. La sociedad actuaría específica y de modo determinante sobre sus miembros. Las relaciones entre sociedades se producen de totalidad a totalidad y el cambio social es un fenómeno supraindividual, aun cuando afecte de modo diferenciado a los individuos particulares.
Altman (1976) propone incluir como base de análisis las normas, los ordenamientos institucionales, los contextos físicos en los que sucede la acción e incluso los datos históricos, económicos e ideológicos pertenecientes a la sociedad en su conjunto.
El "impasse" de estas perspectivas monolíticas contrapuestas ha hecho emerger propuestas más integradoras. Cooley (1909) y Murphy (1947) insisten ya sobre la abstracción que supone considerar el individuo o la sociedad como entidades aisladas. El mismo Allport (1962) termina reconociendo que ni lo individual ni lo colectivo pueden explicar unilateralmente la acción humana y postula una estructura social como sistema abierto y dinámico donde se producen los fenómenos que fundamentan tanto lo individual como lo social.
Una concepción no segmentada del hombre debería facilitar la integración de estas perspectivas y contextualizar en la unidad bio-psico-social los diferentes niveles de análisis para dar cuenta de la multiplicidad modal del comportamiento humano.
Cabe pensar que el fenómeno pluralista de la realidad humana está constituido por una jerarquía de estructuras superpuestas, organizadas en sucesivos niveles de integración y complejidad, estando cada nivel dotado de una autonomía relativa y caracterizado por unas variables y leyes propias. Al mismo tiempo en cada unidad de organización se aglutinan los elementos de los niveles anteriores para integrarse a su vez en un nivel superior (Rueff, 1968).
Esta característica del fenómeno plantea la necesidad de considerar siempre los resultados de cada nivel en la perspectiva de los niveles anterior y superior en un continuado ir y venir del todo a las partes y de las partes al todo, dando contenido y fundamentación a lo bio-psico-social.
Pueden distinguirse por su autonomía relativa:
- un primer nivel físico-químico de reacciones y fuerzas de enlace de la materia, sobre el que se superpone
- un segundo nivel biológico de coordinación orgánica y funcional de las células, que a su vez soporta
- un tercer nivel que está constituido por el funcionamiento del psiquismo, entendido como capacidad de auto-organización y, de orientación vital a través de la valoración cognitivo-emocional de las estimulaciones que proceden del medio interno y externo. Del mismo modo que el psiquismo se alimenta de lo social y contribuye en la interacción con otras unidades biopsico-sociales para configurar.
- un cuarto nivel que rige los sistemas socio-culturales, colectivos e institucionales, como construcciones relativamente independientes de los individuos particulares.
Dentro de esta concepción, el comportamiento humano es la manifestación multifuncional de esa unidad bio-psico-social que evoluciona en interacción permanente consigo misma y con el medio, del cual recibe y al que aporta, de modo interdependiente y limitado, los elementos para su propia supervivencia.
El modelo poligonal propuesto por F. Munné (1986, revisado), que representa la estructura de los niveles de formalización en Psicología Social contemporánea, pone de relieve este carácter de articulación entre las distintas dimensiones. Incluye, sobre una base bio-etológica y un marco ecológico, distintos planos de observación uni-, trans- e inter- personal en un eje espaciotemporal abierto, que enlaza la Antropología y la Historia.
La explicación psicosocial se caracterizará precisamente por su objetivo de entender la pluralidad virtual de las modalidades de interconexión entre estos distintos niveles de realidad y los modos diferentes de inserción del individuo en la sociedad (Morales, 1985). Bleger (1974) señala que el desarrollo científico debe tender no a desembocar en una unidad partiendo de segmentos, sino a partir de una unidad que dé sentido y permanente ubicación a cada segmento con el todo. Su tesis es que los fenómenos biológicos, psicológicos, sociológicos y axiológicos no constituyen cuatro niveles diferentes, sino una fragmentación de la vida humana en secciones que luego se necesitan reunir, integrar o sistematizar. Los fenómenos estudiados por los biólogos, psicólogos, sociólogos y axiólogos corresponden a un mismo nivel que denomina el nivel humano de integración. Persona y sociedad se influyen mutuamente y presuponen la existencia la una de la otra (Stryker, 1983). Más específicamente la composición de una proposición psicosocial es tal si se refiere a la vez a condiciones sociales y a aspectos del funcionamiento individual (Newcomb, 1950).
Por "condiciones sociales" debe entenderse una variedad de dimensiones más o menos jerarquizadas que constituyen las características de los espacios relacionales en los que se mueven los individuos.
A su vez el "funcionamiento individual" ha de entenderse como los dispositivos de toda índole que, en mayor o menor medida, cada sujeto pone en obra para apropiarse de su mundo y ser protagonista e innovador de su propia existencia.
El ser humano como animal "nidícola" está entretejido bio-psico-socialmente en un sistema interdependiente de relaciones multidireccionales que configuran su mayor o menor capacidad de auto-regulación y de auto-desarrollo dentro de los entornos sociales concretos que le acogen. Estas matrices bio-psico-sociales del individuo son precisamente los grupos.
En el grupo parental el individuo nace, de él recibe no sólo una herencia biológica sino una herencia social que le constituye como nueva unidad bio-psico-social. En el tiempo y como condición de su propio desarrollo, el sujeto asimila creencias, valores y actitudes como patrones relacionales de los diferentes grupos en los que participa (grupos de pares, grupos formales, grupos informales, etc.) a la vez que les aporta su propia especificidad relacional con sus valoraciones, como proceso básico de interacción, mecanismo de cambio personal y germen del cambio social.
LAS ACTITUDES, CONSTRUCTO MEDIADOR ENTRE EL INDIVIDUO Y LO SOCIAL
El concepto de actitud aparece en los inicios de la Psicología Experimental (escuela de Würzbourg) para explicar las diferencias generadas en la percepción taquitoscópica según el foco de atención inducido en los sujetos mediante consignas previas. Ante un mismo conjunto estimular, los sujetos reconocían mejor aquellos estímulos asociados con el aspecto particular sobre el que se había atraído previamente su atención (color, número de letras, etc.). En el acto perceptivo existiría un mecanismo modulador de la atención selectiva que media entre la capacidad sensorial del sujeto y el objeto estimular. Esta variable intermedia, que condiciona una mayor o menor efectividad perceptiva, recibió el nombre de actitud. El viejo esquema estímulo-respuesta, quedó modificado por la mediación del estado disposicional del individuo como sujeto no meramente respondiente sino capaz de una cierta elaboración propia del estímulo y de la respuesta.
La Psicología Social generalizó el concepto de actitud al tratar el fenómeno de interiorización de una nueva cultura, valores y normas -"enculturación"- en el estudio de Thomas y Znaniecki (1918) sobre los inmigrados polacos en EE.UU. La actitud está concebida en este trabajo pionero como la emergencia de una nueva manera de ver y de pensar, como adaptación a los valores de una sociedad receptora. Las actitudes en esta perspectiva vendrían determinadas socialmente al igual que las consignas utilizadas en los experimentos perceptivos realizados por Külpe en Würzbourg.
Posteriormente, el auge del estudio psicológico de las actitudes como superación de la disputa entre herencia y medio, la creación de instrumentos de medición y la idea de que las actitudes eran variables predictoras del comportamiento orientó la investigación en un sentido descriptivo, individualista y pragmático. En esta línea ya G. H. Mead (1934) define la actitud como un conjunto organizado de respuestas ligadas al desarrollo del yo, a la noción de rol y a los procesos adaptativos y comunicacionales que anuncian el comportamiento y permiten la vida social.
De ese modo las actitudes fueron conceptualizadas como características relativamente estables de la personalidad (Adorno, 1950), susceptibles de una cuantificación individualizada y directamente correlacionadas con las conductas de los sujetos. Es la época de las grandes encuestas de opinión sobre las actitudes hacia los negros (Myrdal, 1944 , informe "An American dilemma") o sobre el ajuste individual de los soldados a las situaciones de guerra (Stouffer, 1949, informe "The American soldier"). Se perfeccionan los métodos de construcción de escalas de actitud (Thurstone, Likert, Guttman) y se enfatiza la búsqueda empírica de la estructura básica de las actitudes mediante la aplicación del Análisis Factorial (factores de radicalismo-conservadurismo (R) y de tolerancia-Intransigencia (T) Eysenk (1954), en claro paralelismo con lo realizado hasta entonces sobre la estructura factorial de la inteligencia, sesgando el sentido primigenio de las actitudes.
Sobre esta base aparecen un conjunto amplio de teorías sobre el funcionamiento de las actitudes siguiendo dos grandes líneas de conceptualización: las teorías comportamentales basadas en las teorías del aprendizaje, donde las actitudes son adquiridas por condicionamiento (Doob, 1947) y las teorías cognitivistas centradas en la consistencia cognitiva, donde las actitudes se reorganizan siguiendo un principio de coherencia (Heider, 1946; Festinger, 1957). Así, las actitudes, que en sus orígenes hacían referencia a pautas culturales incorporadas individualmente, se convierten en disposiciones individuales independientes. Los mayores esfuerzos de la investigación se encaminaron a establecer las dimensiones o componentes actitudinales y distintos modelos predictivos, teniendo en perspectiva la modificación de actitudes como instrumento para la modificación estratégica de los comportamientos.
Los resultados obtenidos en esta dirección, si bien aportan diferenciaciones de interés entre sistemas de creencias, valores, normas subjetivas y actitudes o se especifican los componentes cognitivos conativos y emocionales de las mismas, están lejos de presentar un planteamiento explicativo suficientemente integrador de los datos empíricos acumulados. A partir de los años 70 son numerosas y duras las críticas recibidas, tanto desde el punto de vista metodológico como de perspectiva (Wicker, 1969; Warner y DeFleur, 1969). Tienen especial significado los trabajos experimentales realizados para probar la posible relación inversa entre actitudes y comportamiento. Es decir que también se puede considerar la actitud como una consecuencia del comportamiento (Bem, 1972), formada, al igual que otros muchos estados internos del sujeto, por inferencia de los comportamientos y de los contextos en que éstos se producen (Chaiken y Stangor, 1987).
De modo que el tema de las actitudes parece exceder un planteamiento monolítico, debiendo tenerse en cuenta las características de individuación o desindividuación de las situaciones (Abelson, 1982), variables de personalidad, normas y motivaciones, autoatribución (Zuckerman et al., 1977), self-monitoring (Snyder y Swann, 1976). En suma y conectando con la concepción bio-psico-social del ser humano, la operacionalización de las actitudes se ajusta mal a excesivos constreñimientos unidimensionales por constituir un punto de articulación entre lo social, lo psicológico y lo biológico.
Las actitudes caracterizarían los modos particulares que tienen los sujetos humanos de sintetizar valorativamente y en cada momento los múltiples tipos de informaciones estimulares que provienen tanto de su medio interno como del medio externo, con el objeto de orientarse en las situaciones y elegir de entre los comportamientos posibles aquellos que le resultan más adecuados para la economía global de su sistema vital en el momento dado.
Aún cuando el individuo está tejido en lo biológico y en lo social, las actitudes son esquemas-filtro que gestionan un pequeño espacio de oscilaciones valorativas y hacen que el individuo no quede reducido necesariamente a ser un simple "clónico social" ni esté totalmente atrapado en un ciego determinismo biológico. Estas oscilaciones valorativas son las que dentro de unos límites hacen posibles procesos multidireccionales de identificación y diferenciación social, innovación y cambio de actitudes, dotando al sujeto de un cierto grado de autonomía funcional y retornando al concepto su aspecto "creativo".
Las actitudes, como modos particulares de síntesis valorativas, no se producen en un vacío social sino que son esquemas cognitivo-conativo-emocionales que se adquieren a través de los grupos y se modifican en la interacción intra-interpersonal e intra-intergrupal. Esta incorporación no es automática ni total sino que está siempre mediada por el estado bio-psico-social del individuo y del grupo; ambos elementos son igualmente necesarios e interdependientes. Cuando los patrones culturales se han interiorizado, se convierten en elementos esenciales de la naturaleza de los sistemas sociales y de la personalidad de los actores individuales (Parsons, 1951).
Una consecuencia de este proceso es que la generación de una nueva actitud pasa necesariamente por una nueva posibilidad de valoración del individuo; aunque, en contrapartida, sin un contexto grupal atento y alentador la nueva actitud poco puede hacer para su arraigo. A la inversa, una sociedad o grupo puede entre sus valores alentar el proceso de cambio en las valoraciones del individuo, pero sin el esfuerzo valorativo individual el cambio tampoco se produce. Si los procesos de innovación y cambio se producen principalmente en el grupo es porque se trata precisamente de un proceso psicosocial que articula lo individual y lo social en un feed-back continuo de valoraciones cognitivo-emocionales. La formación y cambio de actitudes es por lo tanto algo más que un conjunto de experiencias aisladas de los miembros de un grupo y generalizables por simple acumulación.
Si las actitudes se cambian es porque una nueva posibilidad valorativa se da. Si son acogidas por el grupo como tales nuevas actitudes han de oponerse y/o complementar con su nuevo valor las preexistentes. Puesto que el concepto de valoración aparece unido a la posibilidad de cambio se ha de fundamentar también su articulación bio-psico-social. La primera aproximación biológica significa que cualquier organismo procede en su orientación vital valorando. Así como en el mundo físico la acción y el efecto, mecanismos y automatismos no necesitan valoración, en lo biológico y para su orientación el organismo tiene que establecer y distinguir entre lo útil y agradable para su supervivencia. Mediante la facultad valorativa el organismo tiene la posibilidad, siempre relativa de escoger y seleccionar, con mayor o menor grado de libertad.
Memoria filogenética y ontogenética ayudarán a que todo acontecer-conocer sea valorado. Biológicamente no hay oposición a tal concepto. Desde que nace el organismo puede distinguir entre lo agradable y desagradable. Lo primero y con el tonus afectivo reactivo quedará memorizado como positivo. Lo segundo dará origen al tonus afectivo reactivo negativo. El eje positivo-negativo (agradable-desagradable) quedará depositado en la memoria y este saber adquirido tiene primordial importancia y orienta al individuo.
Aun cuando biológicamente no hay valores "en sí", el aprendizaje psicosocial exige un proceso cognoscitivo-emocional valorativo. La valoración cognitivo-emocional será en la célula-organismo-persona el esfuerzo necesario para conocer la cantidad y calidad del estímulo, así como el estado de las propias fuerzas de reacción y determinar la posibilidad de aceptación o rechazo del estímulo, siempre en más o en menos, para la autoafirmación y supervivencia (Wukmir, 1960).
Las energías potenciales del esfuerzo-tensión en la célula-organismo-persona sirven a la valoración para decidir si el comportamiento necesita más o menos desgaste de dicha energía.
Los valores positivos para el hombre significan menos desgaste del esfuerzo-tensión, una valoración cognitivo-emocional positiva y un tonus gratificante tras el acto. El esfuerzo-tensión en cada acto es menor una vez adquiridas las actitudes y reforzadas positivamente; aunque a menudo, la valoración "real y verídica" o más amplia le advierte que existen discrepancias con lo valoración ya establecida. A pesar del esfuerzo que requiere, entre la evidencia suministrada por su experiencia y la recibida estará siempre la posibilidad de una Re-valoración mediante la instauración de un conflicto. De hecho el hombre nunca percibe tal y como desearían los psicofísicos, en una única dimensión y una sola cosa a la vez. Los procesos valorativos tienen su base en el sensorio y en las categorizaciones, pero la percepción está limitada no sólo porque no es posible abarcar la totalidad sino porque tampoco es posible restringirse a un único estímulo aisladamente. Los objetos nunca están aislados sino que se sitúan en un contexto donde el individuo se hace precisamente una cierta representación o esquemas dinámicos que orientan sus reacciones.
Así las viejas actitudes pueden encontrar siempre elementos de contrastación de donde pueden surgir las nuevas. La facultad valorativa hace que el valor creado no tenga necesidad de ser simple reflejo mimético del contexto social.
Las actitudes se incriben por lo tanto en un continuo bio-psico-social. En lo social las actitudes vehiculan los valores de una cultura, en lo psicológico las actitudes orientan las motivaciones y en lo biológico las actitudes se enraizan en la reducción de las necesidades primarias con efecto sobre el tonus postural y emocional. Esta triple articulación es la que de hecho justifica los diferentes niveles utilizados en la medición de las actitudes: respuestas fisiológicas, respuestas comportamentales y respuestas de autoinforme sobre las opiniones, creencias y valores.
La actitud puede por lo tanto considerarse como una síntesis disposicional entre la valoración de la experiencia individual (necesidades y expectativas) y los valores del medio social en el que está inmerso el sujeto. Conforme a este esquema, el medio social responde a las necesidades y espectativas básicas del sujeto satisfaciéndolas en una determinada dirección y con ello prefijando los mecanismos más probables de adaptación del sujeto a la realidad. De este modo las actitudes serían síntesis selectivas y simplificadas de las informaciones del medio, producidas por la conjunción adaptativa de los valores sociales con las valoraciones personales.
Esta conjunción es en un primer momento muy asimétrica, dado que las valoraciones personales en la infancia están en inferioridad frente a la influencia de los valores y normas sociales transmitidas por los grupos. Son numerosos los canales a través de los cuales se produce la cristalización de las actitudes en el proceso de socialización: la familia, la escuela, etc. configuran el contexto de la formación de actitudes.
Las actitudes una vez generadas tienen un funcionamiento relativamente autónomo como sistema prefijado y simplificado de valoraciones que se sustituye al proceso más costoso de una valoración específica extensa. Si bien esta economía actitudinal tiene una función de supervivencia, el precio a pagar es una mayor o menor hipertrofia de otras alternativas valorativas y un progresivo desajuste entre el esquema actitudinal y la realidad siempre cambiante. Con el tiempo y frente a requerimientos nuevos, lo que sirvió en un primer momento de mecanismo de ajuste se convierte en corsé distorsionante.
Si las actitudes no se modifican con cierta regularidad, adecuándose a los cambios de los contextos sociales, pueden devenir contrafuncionales. Por ello, la apertura al cambio de actitud es un elemento indisociable de la propia funcionalidad de las actitudes, lo mismo que ocurre con los cambios en los grupos.
LOS GRUPOS COMO MEDIADORES ACTITUDINALES
La importancia de los grupos ha sido enfatizada desde los orígenes de la Psicología Social como agentes primarios de socialización. El término de grupo se aplica a las formaciones sociales de un tamaño y estructura determinados y surge a comienzos de siglo con el desarrollo del concepto de "grupo primario" (Cooley, 1909).
McDougall considera el grupo como una entidad psíquica supraindividual, social y psicológicamente previa al individuo.
G.H. Mead (1934) sitúa en los procesos grupales la unidad básica de análisis como enfoque adecuado para comprender la acción humana.
Aplicando su teoría del campo a la dinámica de los grupos pequeños, Lewin puso en evidencia que era más eficiente el cambio de actitudes en un grupo interactivo que en sujetos aislados. El campo comprende influencias afectiva e intelectuales que afectan un comportamiento concreto. Está compuesto por el espacio vital (variables psicológicas) junto a las variables físicas y sociales. El grupo se concibe como un sistema de interdependencias y una totalidad dinámica. Concibe el proceso de cambio de actitudes en tres fases (Lewin, 1951):
- descongelamiento del nivel presente: descomposición de las realidades (fuerzas del aquí y ahora grupal).
- desplazamiento hacia un nuevo nivel: configurado por el nuevo equilibrio de fuerzas resultantes de la interacción y
- congelación de éste por el compromiso de los miembros del grupo.
Su concepto de la investigación-acción y los cambios efectivos que se realizaban en los grupos provocó grandes expectativas de intervención para el cambio en situaciones de grupo, utilizando éste como un eficaz instrumento de cambio y de aprendizaje y dando lugar al desarrollo de los llamados "grupos de laboratorio". Sus continuadores llevaron la investigación experimental de grupos al laboratorio siguiendo la corriente más individualista y psicologizante de la época.
El grupo como fenómeno psicosocial vuelve a ser redescubierto a través del llamado sociocognitivismo europeo, introduciendo el paradigma experimental del "grupo mínimo'' y los enfoques intergrupales en el análisis de la categorización social (Billig y Tajfel, 1973) y utilizando la inserción grupal como categoría fundamental en los procesos de favoritismo endogrupal. Así se han puesto de relieve los múltiples efectos de la categorización social sobre los mecanismos de percepción (asimilación-diferenciación), comparación social y su importancia en la construcción de la identidad personal y de la identidad social.
El que una etiqueta grupal arbitraria (A, B) sea suficiente para activar procesos complejos de afiliación, de asimilación y de diferenciación no deja de sorprender. Tal vez la efectividad de tales etiquetas categoriales resida en el hecho de que el sujeto actualiza en toda nueva y posible inserción grupal los esquemas de su identidad personal-grupal-social adquiridos e interiorizados en los distintos grupos de pertenencia. Aporta a la situación experimental mínima la construcción del significado de su pertenencia grupal como fenómeno indisociable de su identidad. Esto podría explicar que baste una simple etiqueta para activar las actitudes de cooperación-competición y los múltiples mecanismos cognitivo-emocionales y conativos que pueden dar cuenta de los distintos procesos grupales por los que los miembros de un grupo llegan a gestionar su actividad.
Si los trabajos de Sherif (1936) sobre la creación de normas sociales, en ausencia de un marco de referencia, los sujetos tienden a adoptar las respuestas del grupo, no hay que olvidar que en los experimentos de Asch (1956) sobre la conformidad basta simplemente que el sujeto experimental sea reforzado por otro miembro para que se desvincule de la norma grupal inducida y adquiera consistencia su propio criterio.
El espacio-tiempo grupal forma parte de un imaginario social y constituye un marco de referencia favorable a la expresión de una identidad individual y colectiva, pero no es menos cierto que el espacio-tiempo físico en la vida de un grupo es una necesidad la actividad del grupo.
Por las actitudes que le identifican, el individuo es mediador del grupo, de todos los grupos que le son significativos; pero a la vez los grupos son núcleos mediadores entre lo psicológico y lo social. En el grupo como espacio-tiempo de una actividad compartida se dan los procesos psicosociales de interacción, identidad e influencia que están en la base de la formación, el mantenimiento y la posibilidad del cambio de actitudes.
No se pueden entender las actitudes como variables dinámicas y procesuales en su génesis y en sus efectos sin apelar a un contexto grupal durable. Porque el grupo al mismo tiempo que configura las actitudes del individuo, acote y transmite la posibilidad de nuevas valoraciones. El cambio, lento en lo biológico, puede ser acelerado en la valoración cognitivo-emocional a través de la actividad grupal, que en sus niveles de análisis propuestos por Munné (1985) tienen un alto paralelismo con los componentes tradicionales de la actitud. El grupo requiere funcionalmente el cambio porque en su campo de fuerzas se estructuran los cambios individuales por la interacción interpersonal e intragrupal, posibilitando su proyección intergrupal.
Por lo tanto interviniendo con técnicas específicas actuando sobre cada uno de estos niveles es posible facilitar un cambio de actitudes.
A los fenómenos grupales corresponde el aprendizaje social, las influencias de las comunicaciones, la conformidad, la agresión, la reciprocidad, el liderazgo, los estereotipos. Los estudios sobre los determinantes sociales de las actitudes han obviado la dimensión institucional, aún cuando es evidente que el sistema actitudinal presupone la incorporación en los sistemas institucionales. Los agrupamientos sociales, sean cualesquiera, están enmarcadas dentro de un contexto cultural más amplio vehiculado por la institucionalización. De ello se deduce que no solo es posible sino que es muy conveniente complementar las investigaciones sobre los procesos grupales basicos con la investigación en contextos reales de interacción, lo que viene a ser una exigencia de espacialidad y temporalidad compartida. En este sentido los llamados "grupos de laboratorio" no tienen por qué ser menos naturales que otros.
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