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La revista Psicothema fue fundada en Asturias en 1989 y está editada conjuntamente por la Facultad y el Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias. Publica cuatro números al año.
Se admiten trabajos tanto de investigación básica como aplicada, pertenecientes a cualquier ámbito de la Psicología, que previamente a su publicación son evaluados anónimamente por revisores externos.

PSICOTHEMA
  • Director: Laura E. Gómez Sánchez
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Psicothema, 2003. Vol. Vol. 15 (nº 2). 335-336




EL ESLABÓN PERDIDO, ENCONTRADO . SENDEROS DE LA EVOLUCIÓN HUMANA

Camilo J. Cela Conde y Francisco J. Ayala

Alianza Editorial, 631 pp., Madrid, 2001

REVISION DE LIBROS/BOOK REVIEW

Pocos temas seducen la imaginación humana como el de nuestros orígenes como especie: cuándo apareció el primer humano, cómo fueron los inicios de nuestros antepasados, qué tipo de presiones selectivas favorecieron la estrategia adaptativa de nuestra especie, por qué razón no subsiste ninguna otra especie de la familia homínida, etc. En años recientes, debido a los descubrimientos de Atapuerca, el protagonismo hispano en este ámbito ha alcanzado la primera línea internacional a nivel científico, y ha supuesto un interés público añadido sobre el tema, que ha generado múltiples publicaciones divulgativas. En éstas, sin embargo, han predominado las grandes visiones especulativas y prejuiciadas sobre nuestra naturaleza y orígenes, así como una tendencia a la extrapolación fácil hacia el futuro de la humanidad. Aunque los autores del libro que comentamos no se confrontan explícitamente a esta tendencia dominante, su trabajo constituye un ejemplo cabal de la opción opuesta: una presentación exhaustiva de los datos, una discusión ecuánime de las diversas hipótesis planteadas, la evitación explícita de reconstrucciones especulativas de las formas «primitivas» de vida humana, y una conciencia aguda de la dificultad y la precariedad de las conclusiones alcanzadas.

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En efecto, si hay una dificultad característica de la Sistemática Humana, es decir, del esfuerzo por reconstruir el linaje humano y clasificar los fósiles encontrados, es la escasez de datos, de evidencias empíricas de las que partir. Aunque es indudable que los avances metodológicos en este campo son considerables, debe reconocerse que tienen que ver con la mejora de la ubicación espacio-temporal de los restos fósiles –bien sea mediante métodos de datación mediante isótopos, o métodos correlacionales–, pero no afectan la cuestión de fondo: la dificultad intrínseca de establecer las categorías clasificatorias al tiempo que se adscribe a alguna de ellas los especímenes encontrados, cuando el número de tales especímenes es escaso. Esto hace que, en algunos casos, los grupos clasificatorios, denominados taxones, bien sean del nivel de la especie, de la familia o el género, dependan de unos pocos ejemplares, y explica, por tanto, la razón de que un nuevo hallazgo pueda poner en cuestión la clasificación establecida hasta el momento. Como reconocen explícitamente Cela-Conde y Ayala: «se reclaman más fósiles que sirvan para resolver las dudas. Pero los que continúan apareciendo, si es que aclaran algún dilema, lo hacen por lo general al precio de llevarlos hacia varios más.» (p. 284).

En este sentido, este libro se constituye en un tratado, es decir, en un documento exhaustivo del conocimiento disponible, puesto que presenta de manera minuciosa los restos fósiles más significativos encontrados hasta el momento, describiéndolos con detalle, y ofrece tanto la reconstrucción histórica de las diversas hipótesis clasificatorias referidas a cada especimen, como la opinión, o con frecuencia opiniones, contemporáneas. Las referencias bibliográficas, más abundantes cuanto más recientes, constituyen un indicador fiable de los progresos experimentados por esta disciplina, como de la actualidad de la información suministrada. Como, por otra parte, cada decisión clasificatoria de un hallazgo no se resuelve independientemente de las demás, sino que cómo se clasifica un resto, o si se distingue un taxón en particular, depende de cómo se clasifiquen muchos otros, el hilo discursivo del libro no puede ser en absoluto lineal, sino que constituye un trenzado de consideraciones interrelacionadas. Esto hace que en ocasiones, tras haber recorrido las múltiples consideraciones relevantes para establecer un taxón o una asignación, y las diversas hipótesis planteadas y abiertas, el lector tenga la sensación de que hay pocas conclusiones firmes en este campo. No obstante, al final de cada capítulo dedicado a la Sistemática, los autores ofrecen la taxonomía más verosímil para cada período. Hay un capítulo referente a los hominoideos del mioceno, los primeros homínidos y los homínidos del plioceno; dos capítulos para la aparición del género homo y su radiación en el pleistoceno; y otro para los neandertales y los sapiens modernos.

En un resumen apretado, la secuencia evolutiva propuesta por Cela-Conde y Ayala sería la siguiente. En primer lugar, dentro de la superfamilia hominoidea se habrían generado las familias de los orangutanes, gorilas y chimpancés, así como la de los homínidos, a lo largo del mioceno, hace entre 15 y 6 millones de años, cuando aparecen los ejemplares del primer género, los orrorin. Dentro de la familia homínida se distinguen otros cuatro géneros: Australopithecus, entre hace 4 millones de años y dos y medio, cuya especie más notoria es el Australopithecus afarensis, con una antigüedad de 3,5 millones de años; Paranthropus, en el que se agrupan el Australopithecus africanus junto a las formas robustas (P. robustus, P. boisei), cuya existencia se extiende entre los 3,5 millones de años hasta los 1,7; Kenyanthropus, entre 3,5 y 2,5 millones de años; y el género Homo, que arranca con los Homo habilis, hace 2,5 millones de años, sigue con H. ergaster (1,8 m. a.), Homo erectus (1,5 m.a.), Homo antecessor, referenciado en base al yacimiento de Atapuerca, con 0,8 m.a., Homo neanderthalensis (0,3 m.a.) y finalmente el H. sapiens (0,2 m.a.). Lo que sigue siendo objeto de debate es la determinación de las relaciones filogenéticas, aunque hay mayor consenso respecto a los momentos de especiación clave. Así, el último antepasado común de chimpancés y homínidos habría vivida hace unos 5 m.a.; hace 3,5 m.a. se habría producido la separación entre los linajes grácil y robusto dentro de los homínidos, y hace 2,5 m.a. se habría producido la separación entre unos homínidos gráciles pero de pequeño cerebro y otros, los habilis, con un aumento del cerebro y el comienzo de la fabricación de herramientas de piedra. Otro millón de años después aparece el H. erectus, y finalmente el sapiens.

El libro incluye además dos capítulos introductorios sobre la teoría de la evolución y los mecanismos genéticos que la sostienen, dejando para un apéndice algunos tecnicismos al respecto. Y tres capítulos finales dedicados a los tres aspectos funcionales característicos de los Homo Sapiens: la cultura, el lenguaje y la moral. Aunque en principio la audiencia de esta revista puede tener un interés general por la evolución humana en conjunto, son estos tres temas los que tienen una relevancia obvia para la Psicología. Quizá sea oportuno, en este contexto, lamentar que el proceso de renovación de los planes de estudio universitarios condujo a una formación mucho más especializada de nuestros universitarios, una de cuyas víctimas, el ámbito de la Psicología, fue precisamente la Antropología (aunque en algunas Facultades subsista como optativa o al abrigo de la Etología).

La cuestión a este respecto es la siguiente: en base a criterios puramente anatómicos resulta imposible diferenciar al Homo Sapiens, el grado humano se caracteriza por las nuevas y más complejas capacidades que muestra, no por una estructura diferencial. Pero estas nuevas capacidades presuponen, no serían posibles sin, ciertas capacidades cognitivas o emotivas. Ello sugiere que la clave del origen humano está en una reorganización funcional. Para dar cuenta, por tanto, de la aparición del ser humano, reconocida en base a la manifestación de simbolismo y arte, a nivel cultural, de lenguaje desarrollado, o de normatividad social, es preciso plantearse por el origen de las capacidades mentales que permiten y sostienen tales tipos de conducta.

La cuestión, obviamente, no es fácil, pero este campo está atrayendo actualmente el interés de múltiples investigadores. En el campo del simbolismo y el arte, la dificultad de partida consiste en poder establecer que nos encontramos ante una conducta simbólica. La cosa está clara desde hace unos 40 mil años, momento en el que aparecen las pinturas rupestres del sur de Francia y norte de España, pero la espectacularidad de tales pinturas ha llevado a pensar en un corte brusco, en un cambio cualitativo. Lo cual genera una especie de misterio: si el hombre moderno, el sapiens, aparece al menos hace 150 mil años, y dispone de nuestras mismas capacidades cognitivas en relación a la apreciación estética y al simbolismo, ¿cómo es que no las manifiesta hasta la explosión artística del Paleolítico Superior? La respuesta es que la razón de la explosión se debería a la discontinuidad del registro arqueológico, debido a los rigores de las glaciaciones, y al hecho de focalizar la atención en los restos europeos, precisamente los más sometidos a tales discontinuidades. La consideración del registro arqueológico africano, en cambio, sugeriría una mayor continuidad y un desarrollo progresivo de tales capacidades, a partir de su presencia incipiente en los primeros yacimientos de H. sapiens en Africa.

En cuanto al capítulo sobre el origen del lenguaje, los autores defienden el planteamiento chomskiano que centra su especificidad en el plano sintáctico le atribuye un conocimiento innato de sus propiedades generales. Revisan los estudios sobre lenguajes animales, las evidencias sobre la evolución del tracto vocal supralaríngeo, del que depende la capacidad de articular sonidos, y los estudios sobre los endocráneos –es decir, la parte del cráneo fosilizado que habría estado en contacto con el cerebro–, y presentan someramente algunas de las hipótesis más notables sobre el origen del lenguaje, también polarizadas entre quienes defienden un origen remoto, ya con los H. habilis, y quienes defienden un origen tardío, ligado a los H. sapiens. El problema es que el lenguaje no fosiliza, ni deja restos arqueológicos (la escritura es un invento de unos diez mil años), y que las evidencias endocraneales sólo pueden ofrecer evidencia indirecta de la organización neuronal efectiva.

Con respecto al origen de la moral, o más en general, la normatividad social, el capítulo se centra en la cuestión del altruismo. Aunque se distingue correctamente entre la noción genética y la moral del altruismo –mientras que la primera tiene en cuenta los costes y beneficios de la conducta para quien la lleva a efecto, la segunda implica una dimensión motivacional, psicológica–, la discusión se limita al primer concepto, desde el paradigma de teoría de juegos; es decir, en cómo es posible que fueran seleccionadas conductas aparentemente contraproducentes para la aptitud del individuo, y en tal sentido se revisan las teorías del altruismo inclusivo, recíproco y grupal. Sin embargo, al hacerlo así, la discusión se queda a las puertas de lo moral, puesto que es posible la conducta altruista al margen de la dimensión moral, y así se da efectivamente en todas las demás especies sociales: un altruisme en sentido genético sin altruismo moral. La cuestión clave, en el caso humano, es que el cemento de la sociedad no es genético, sino normativo. Se basa en la vigencia de normas que dependen tanto de su interiorización individual como de mecanismos sociales de control, y que impiden que en la práctica no sea posible la opción, siempre contemplada por la teoría de juegos, de salirse de la sociedad, de quedarse al margen. Desde esta otra perspectiva, la de la evolución de la ultrasocialidad humana, se plantean cuestiones diferentes, como la de la conexión entre religión y moral, el origen de la estratificación y las jerarquías sociales, el sentido de las emociones morales (culpa, resentimiento, vergüenza), o los mecanismos de identificación grupal. Y encaja mejor con la hipótesis de la inteligencia maquiavélica, la idea de que la presión selectiva más importante para dar cuenta de la estrategia adaptativa humana es la social, hipótesis que recibe atención al considerarse los factores que pudieron influir en el proceso de especiación.

En cualquier caso, este libro constituye en conjunto una referencia clave para quien quiera orientarse en la jungla de la evolución humana, y un lectura imprescindible para quien desee profundizar en las complejidades de la Paleoantropología y la Sistemática humana.

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