Psicothema was founded in Asturias (northern Spain) in 1989, and is published jointly by the Psychology Faculty of the University of Oviedo and the Psychological Association of the Principality of Asturias (Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias).
We currently publish four issues per year, which accounts for some 100 articles annually. We admit work from both the basic and applied research fields, and from all areas of Psychology, all manuscripts being anonymously reviewed prior to publication.
Psicothema, 2001. Vol. Vol. 13 (nº 1). 118-126
Violeta Cardenal Hernáez y Alfredo Fierro Bardaji*
Universidad Complutense de Madrid y * Universidad de Málaga
En dimensiones de bienestar personal y adaptación social, así como en los estilos de personalidad del Inventario de Millon, han sido estudiadas las diferencias entre adultos en la segunda mitad de la vida (senior) y otros más jóvenes (junior) y también entre varones y mujeres. En bienestar personal y en adaptación social no aparecen diferencias significativas, pero sí en más de la mitad de los estilos de personalidad. Sin embargo, cuando se controla la variable de la ocupación académica o laboral de los grupos, se reducen drásticamente las diferencias entre varones y mujeres.
Sex and age in different personality styles, personal well-being and social adaptation. Differences between males and females, senior and junior subjects have been examined across dimensions of personal well-being, social adaptation and Millon Index of Personality Styles. No differences have been found on dimensions of personal well-being and of social adaptation. Males and females, as well as senior and junior subjects differ on many of Personality Styles. However differences by sex are drastically reduced when academic or professional activity of subjects is controlled.
Sexo y edad constituyen sin duda las características individuales objetivas más claramente asociadas a variables psicológicas. En general, está mejor documentada su asociación con diferencias en la capacidad y aptitudes que suelen englobarse bajo el rótulo de «inteligencia» (como cabe apreciar en manuales y tratados al uso: Andrés-Pueyo, 1997, capítulo 6; Colom, 1998, capítulo 15; Juan-Espinosa, 1997, capítulos 10 y 11). Ahora bien, la asociación se da asimismo con aquellas otras predisposiciones o simples dimensiones comportamentales habitualmente acogidas como «personalidad». Sobre ellas, sin embargo, no se sabe mucho, mejor dicho, se sabe con menos firmeza que en lo relativo a inteligencia.
Las relaciones de la edad con variables de inteligencia y de personalidad son un tópico frecuentado en los estudios evolutivos, aunque éstos, por lo general, no van más allá del comienzo de la adultez por presumir que a lo largo de ella, y hasta la vejez, no se dan cambios de relieve. Respecto a los años adultos, en contra de lo que suponía una psicología sólo atenta a las etapas de crecimiento y desarrollo, la edad adulta presenta cambios, transformaciones, crisis, estadios de maduración (Zacarés y Serra, 1998). Sin embargo, es objeto de controversia si la estructura misma de la personalidad permanece estable, o más bien no, en esos años. Existen discrepancias al respecto. Un extremo lo ocupa la posición, en boga durante la década de los 70, de que la personalidad es muy cambiante, apenas estable a lo largo de la vida adulta (Avia y Martín, 1985). El otro, por el contrario, sustenta que, al menos dentro de la estructura de los «cinco grandes factores», la personalidad adulta aparece básicamente estable. Estudios longitudinales y de comparación entre grupos de distinta edad han mostrado únicamente decremento con la edad en los factores de neuroticismo y de apertura a la experiencia y en el subfactor de actividad dentro del de extraversión (Costa y McCrae, 1988).
En cuanto al sexo, el balance actual sobre diferencias entre sexos sigue siendo en sustancia el de Maccoby y Jacklin al término de una obra en la que revisaron de más de un millar de estudios empíricos: «una de las conclusiones mayores es que muchas creencias populares sobre características psicológicas de los sexos se han mostrado de escasa o nula base en los hechos» (Maccoby y Jacklin, 1974, pág. 355). Una recensión de Block (1976) a esa obra se apartaba, sin embargo, del énfasis en la ausencia de esas características: «muchos de los ‘mitos’ y creencias populares sobre las diferencias entre sexos no son fácilmente explicables señalando a la fuerza persuasiva e invasora de los estereotipos».
Las diferencias en sexo, más que las de edad, se hallan especialmente vinculadas a los instrumentos con las que se miden. El proceso de validación y baremación de escalas, cuestionarios o inventarios de personalidad, coincide entonces ampliamente con los resultados descubiertos en las diferencias entre uno y otro sexo. Así, en las Escalas de Adjetivos Interpersonales, de Wiggins (1994), los varones tienden a obtener puntuaciones más altas en los vectores de: seguro-dominante, arrogante-calculador, reservado-introvertido y frío de ánimo. Las mujeres, por su parte, puntúan más elevado en los de: inseguro-dependiente, ingenuo-modesto, cálido-afectuoso y gregario-extravertido. De manera parecida, dentro del esquema de los «cinco grandes» factores de personalidad, los varones puntúan en promedio más alto que las mujeres en estabilidad emocional, y ellas, en cambio, en afabilidad, quedando, en fin, cercanos en otros dos factores, los de energía y tesón, e igualados del todo en apertura mental (Caprara, Barbaranelli y Borgogni, 1994).
Ahora bien, no parece ser el sexo biológico, sino el rol social adscrito a él, es decir, el género, lo que se asocia a disposiciones de personalidad e incluso acaso a aptitudes intelectuales. Las características del género o rol sexual, determinadas a su vez por factores educativos y de socialización, varían mucho de un contexto social a otro (cf. Barberá, 1998; Bonilla Campos y Martínez Benlloch, 1999). Así pues, los hallazgos relativos a diferencias individuales según sexo tienen un limitado ámbito sociocultural de vigencia. Aún entonces, sin embargo, a sabiendas de esa delimitación, tiene pleno sentido averiguar cuáles son y cómo se perfilan tales diferencias.
El presente estudio atiende a esas tres facetas de la estructura de las diferencias individuales: a un concreto modelo de personalidad, el de Millon; a un instrumento de evaluación a su servicio; al perfil de aquellas diferencias que mediante tal instrumento se obtienen en adultos de ambos sexos en dos tramos distintos de edad.
Inventario de estilos de personalidad
En la tradición de las construcciones diferenciales multirrasgo de la personalidad, y en expresa alternativa al de los «cinco grandes factores», hoy dominante, Millon (1990) ha preconizado un modelo de «estilos de personalidad» que trata de atender a dos principios: uno, de complejidad y multirreferencia en la estructura de la personalidad; otro, de obligada relevancia para el ámbito clínico. Al requisito de complejidad Millon responde con un despliegue de constructos en tres grandes áreas de diversidad individual - metas motivacionales, modos cognitivos, conductas interpersonales -, que a su vez se concretan en doce parejas de dimensiones, interpretadas como estilos de personalidad. En cuanto a su relevancia para el ámbito clínico, ésta le viene no ya «a posteriori», sino de la construcción misma del modelo, que en realidad procede de la psicopatología, a la que de manera formal ha estado consagrada la mayor parte de la obra de Millon (1971, 1996). El Cuadro 1 ordena dichos estilos en sus diferentes áreas con las siglas que para cada uno de ellos se utilizarán luego en las Tablas. Por otro lado, y en elaboración propia a partir de referencias ofrecidas por el propio Millon (1994 / 1997, cuadros 4.16, 4.17, 4.18), a cada uno de los estilos les añade, en su caso, el signo + ó - cuando el estilo se asocia positivamente o, por el contrario, se disocia de un funcionamiento sano de la personalidad.
El instrumento que se corresponde con esa construcción de estilos de la personalidad es el Millon Index of Personality Styles (Millon, 1994/1997: en adelante y en abreviatura, MIPS). Un grupo de investigadores del Departamento de Psicología Diferencial y del Trabajo, de la Universidad Complutense de Madrid, departamento al que pertenece la primera autora del este informe, ha realizado la adaptación española del MIPS y llevado a cabo estudios para su validación (Sánchez-López y Aparicio, 1998). El MIPS se compone de 180 ítems de respuesta dicotómica con estas particularidades: se supone que cada uno de ellos refleja a veces más de una dimensión; cada cual recibe además una ponderación variable de 1 a 3 para las diversas dimensiones que cubre; los dos polos opuestos de cada estilo de personalidad se miden de forma independiente y no con los mismos ítems, por lo que en realidad se trata no de 12 dimensiones bipolares, sino de 12 parejas con dirección contrapuesta en cada par (cf. Widiger, 1999).
Escalas de bienestar y adaptación
El modelo diferencial de Millon y el MIPS a él asociado mereció la atención de los autores de este trabajo por su explícita pertinencia para el ámbito de trastorno y salud mental. Esta pertinencia les permitía proseguir y ampliar una línea de estudio emprendida hace unos años y de la que ya se han publicado informes (Fierro y Cardenal, 1993, 1996). En ella se investiga el perfil de una persona psicológicamente «sana» o «madura» por contraste con la persona con algún tipo de trastorno psicológico. En ellos, las mujeres obtienen puntuaciones significativamente más altas que los hombres en neuroticismo y más bajas en psicoticismo, lugar de control, autoestima y pensamiento racional. La edad correlaciona con la satisfacción en la vida con un valor no alto, pero significativo y de signo negativo (Fierro y Cardenal, 1993, 1996).
En relación con los hallazgos obtenidos, se ha propuesto un modelo dimensional de la contraposición salud / trastorno psicológico con dos dimensiones: bienestar subjetivo personal y adaptación social. Al servicio de la evaluación de las dimensiones referidas se han elaborado sendos instrumentos: una Escala de Bienestar Personal (EBP) y una Escala de Adaptación Social (EAS), respectivamente de 33 y 34 ítems de respuesta dicotómica. La dimensión de bienestar personal (en adelante, BP) se refiere al elemento subjetivo de una experiencia grata y positiva de la vida; la de adaptación social (AS), a elementos observables de relación objetiva con el entorno de otras personas.
Con posterioridad a la propuesta inicial (Fierro y Cardenal, 1996), el modelo ha sido desarrollado y concretado. Las características psicométricas de EBP y EAS han sido expuestas en una comunicación anterior (Rivas, Fierro, Jiménez y Berrocal, 1998). Por otra parte, la investigación llevada a cabo ha deparado hallazgos relevantes. Bienestar personal y adaptación social, en su medición en EBP y EAS, manifiestan correlaciones negativas significativas y relativamente elevadas, con valores alrededor de -.50, con variables asociadas a trastorno psicológico (depresión, ansiedad, neuroticismo, psicoticismo), mientras las tienen no tan altas, de signo positivo, en torno a .30, con factores de personalidad del grupo de los «cinco grandes» (Fierro, Jiménez y Berrocal, 1998; Fierro, Jiménez y Ramírez, 1998).
El interés en estudiar salud mental o personalidad saludable dentro del citado esquema bidimensional encaja con toda naturalidad en el marco de un modelo, como el de Millon, nacido asimismo de la atención al ámbito de los trastornos psicopatológicos y, como es obvio, en su polo opuesto, el de la personalidad psicológicamente sana, sin tales trastornos. En ese marco se desenvuelve el presente trabajo.
Objetivos del estudio
El estudio a continuación forma parte del estudio en curso de la fiabilidad y validez del MIPS como sistema de índices apropiados para evaluar estilos de personalidad, y asimismo de EBP y EAS, como indicadores de «salud mental» o «personalidad saludable». Al propio tiempo, procede como indagación en la diversidad, como investigación en enfoque diferencial sobre las características por edad y sexo. Aunque la edad sea una variable continua, aquí se la ha tomado como variable discreta en dos tramos de la vida adulta: uno al comienzo de ella; otro en su segunda mitad cronológica, en la edad adulta intermedia y tardía. Así, pues, la edad es tomada como variable categórica con dos valores: «junior» entre los 19 y los 26 años, y «senior» entre los 40 y los 65.
En cuanto estudio diferencial, el trabajo se propone, ante todo, someter a prueba, para su replicación y eventualmente refutación, algunos hallazgos de la investigación anterior de los autores sobre salud mental con instrumentos distintos de los ahora utilizados (Fierro y Cardenal, 1993, 1996). Al propio tiempo, el trabajo trata de explorar diferencias por sexo y edad en los estilos de personalidad del MIPS. Los datos españoles publicados al respecto en el momento de la redacción del presente informe se limitan a estudiantes universitarios (Sánchez-López y Aparicio, 1998) y sin análisis de la significación de sus diferencias. Los autores han podido conocer - y aprovechan este momento para agradecerlo - hallazgos diferenciales significativos, por edad y sexo, de una investigación ya concluida y de inminente publicación por Sánchez-López y Casullo (2000). En todo ello, y hasta este punto, la finalidad es describir y no tanto, apenas, explicar, limitándose en principio, en un plano todavía descriptivo, a examinar si los resultados se corresponden con perfiles diferenciales que se desprenden de otros instrumentos de evaluación.
Se han dado, sin embargo, algunos pasos en la dirección de la explicación respecto a la diferencia entre sexos. Para ese fin, tras el contraste por sexos en el análisis de varianza, se ha procedido a un doble contraste entre mujeres y varones sólo en subgrupos concretos: 1º) de estudiantes universitarios; 2º) de sujetos por encima de 40 años, pero excluyendo del subgrupo femenino a aquellas que no tienen trabajo fuera del hogar. Con ese doble análisis se ha pretendido ver qué diferencias entre varones y mujeres se mantienen cuando se controla algo tan importante como la ocupación, en su caso, el estudio universitario, o bien el trabajo remunerado fuera de casa.
Método
Sujetos
Los sujetos han sido un total de 578 personas adultas que aceptaron de modo voluntario realizar las pruebas. Estas fueron aplicadas por alumnos de Psicología, como parte de un trabajo de iniciación a la investigación.
Los alumnos colaboradores estaban organizados en pequeños grupos (tres o cuatro por grupo), cada uno de los cuales había de pasar las pruebas de manera individual a un total de 20 personas. Los colaboradores fueron oportunamente entrenados y debieron atenerse a instrucciones concretas para la selección de los sujetos y para la administración de las pruebas.
Las instrucciones impartidas para reclutar a los sujetos del estudio prescribían dirigirse a adultos de ambos sexos, dentro de dos intervalos de edad, de los 19 a los 26 años (en adelante, junior) y de los 40 a los 65 (en adelante, senior), con la mayor variedad posible en cuanto a nivel cultural y profesión, y sin trastornos psicopatológicos conocidos. Esta última indicación venía dictada por el foco de pertinencia del estudio emprendido: orientado no a alteraciones o trastornos, sino a características de personas psicológicamente sanas o reputadas así en su entorno. Por otra parte, la acotación de dos grupos de edad, en intervalos amplios, tenía por finalidad contrastar la edad adulta joven (junior) con la adultez ya madura (senior).
El grupo de sujetos así evaluado no constituye una muestra aleatoria de la respectiva población, pero tampoco presenta otros sesgos que el de ser personas que se prestaron voluntariamente al estudio y que eran accesibles a los estudiantes colaboradores en la aplicación de las prueba.
El total de los 578 sujetos se distribuye de hecho en estos cuatro grupos: 195 mujeres junior, 119 mujeres senior, 146 varones junior, 116 varones senior.
Por otro lado, en orden a establecer contrastes donde la variable profesión no se confundiera con la variable sexo, se han tomado dos pares de subgrupos. Un primer par lo han constituido estudiantes de uno y otro sexo (197 mujeres, 98 varones); el otro, los sujetos con más de 40 años, pero exceptuando a las mujeres sin trabajo fuera del hogar (60 mujeres, 121 varones).
Instrumentos y análisis
Los sujetos fueron evaluados mediante: 1) las Escalas EBP y EAS, citadas en la introducción y asumidas como indicadores de personalidad sana o salud mental; 2) el Inventario Millon de estilos de personalidad (MIPS), también descrito ya en páginas anteriores, en versión experimental adaptada por Sánchez-López y Aparicio (1998). De los resultados se han hecho análisis de varianza con el SPSS.
Resultados
Las puntuaciones de los sujetos han sido analizadas por grupos de sexo e intervalo de edad mediante análisis de varianza, cuyos resultados constan en la Tabla 1 y Tabla 2.
Tanto en el contraste de sexo como en el de edad algo más de la mitad de los estilos del MIPS arrojan diferencias significativas. Por el contrario, en ninguno de los contrastes hay tales diferencias por lo que toca a BP y AS, cuyos valores medios son realmente muy semejantes en cada uno de los grupos. Las diferencias significativas en una dimensión de cada pareja de estilos contrapuestos del MIPS no siempre se corresponden con igual o parecido nivel de significación en la dimensión contrapuesta.
Atendiendo a los contrastes que aparecen significativos al menos con p < .05 resulta que las mujeres puntúan más alto que los varones y en grado significativo (entre paréntesis el valor de significación) en las escalas de: preservación (.009), acomodación (.03), protección (.000), extraversión (.010), afectividad (.000), sometimiento y concordancia (.000); y más bajo, por el contrario, en sí mismo (o individualismo) (.000), introversión (.004), reflexión (.000), retraimiento (.009), firmeza (.000), control (.000). Son en total trece diferencias significativas. De éstas, no obstante, el tamaño del efecto alcanza un valor medio considerable en sí mismo (d=0,47), protección (d=0, 51), afectividad (d=0,60) y concordancia (d=0,48), y un valor algo más amplio en reflexión (d=0,68). Además, en todos estos valores del tamaño del efecto (d) la potencia observada es de 1.
En la comparación entre edades, la senior frente a la junior alcanza puntuación media significativamente más alta en protección (o «los otros») (.004), introversión (.010), sensación (.000), reflexión (.000), sistematización (.000), retraimiento (.000), conformismo (.000) y control (.030); y más baja en extraversión (.000), intuición (.000); innovación (.000), comunicatividad (.000) y discrepancia (.030). Es un total, de nuevo, de trece diferencias significativas, de las que el tamaño del efecto roza un valor medio en extraversión (d=0,42), reflexión (d=0,57), sistematización (d=0,55), retraimiento (d=0,61), y siendo destacables los valores de intuición (d=0,76), conformismo (d=0,76), innovación (d=0,82) y sensación (d=0,87) llegando a ser amplios y potentes. De la misma manera que en las diferencias de sexo, también aquí, en estos valores del tamaño del efecto (d) la potencia observada es de 1.
De esta lectura inicial de las tablas 1 y 2 se desprende que la edad es una fuente mayor de diferencias grupales que el sexo, ya que los valores del tamaño del efecto (d) aparecen más amplios y para más variables, en los sujetos clasificados como junior y senior que en los grupos de hombres y mujeres.
Pero con el fin de contribuir a una posible interpretación de los resultados a partir de antecedentes en características de las personas se procedió también a análisis de varianza entre algunos subgrupos, dentro de los grupos totales. La comparación entre subgrupos se ha hecho, primero, por sexos, entre sólo estudiantes universitarios, y, segundo, entre los mayores de 40 años, pero excluyendo ahora a las mujeres que no tienen trabajo fuera del hogar. Las Tablas 3 y 4 presentan los contrastes para los nuevos subgrupos así creados.
Puede observarse que permanecen significativas algunas diferencias entre varones y mujeres. Pero se reduce a la mitad el número de las mismas. Descienden de 13 a 7 en la comparación de los senior y de 13 a 8 (coinciden con las 7 anteriores, excepto una) en la de los junior, al tomarse de ellos sólo a los estudiantes. Estos son los 6 estilos donde persisten las diferencias tanto en senior como en junior: las mujeres puntúan más alto en protección, afectividad y concordancia; los varones en individualismo, reflexión y control. Si se atiende, ahora, al tamaño del efecto (d) encontrado en esas variables se pueden reseñar, en el grupo de estudiantes, los valores medios en afectividad (d=0,42), reflexión (d=0,44), concordancia (d=0,45), sí mismo (d=0,46) y protección (d=0,52). Y en el grupo de sujetos que tienen un trabajo extradoméstico los valores del tamaño del efecto son todos bajos excepto en reflexión (d=0,62) que puede ser considerado medio-alto. Por tanto, de los resultados que se muestran en estas Tablas 3 y 4 se puede comentar que los chicos y chicas estudiantes difieren en más estilos de personalidad que los hombres y mujeres adultas, en los que sigue manteniéndose, únicamente, una diferencia, con un tamaño del efecto (d) medio, en reflexión en los hombres.
Discusión
Los resultados merecen comentario en dos órdenes distintos, en el de los instrumentos utilizados y en el de las diferencias que con ellos se han hallado entre los sujetos: mujeres y varones, junior y senior.
Los datos obtenidos en los estilos del Indice o Inventario MIPS constituyen una aportación a puntuaciones normativas para las correspondientes escalas por edad y sexo. Son datos que podrán ser agregados a otros de naturaleza semejante, actualmente a punto de publicarse (Sánchez-López y Casullo, 2000) o todavía en fase de procesamiento para validación y normalización de la versión española del MIPS.
Otro tanto cabe decir de las escalas EBP y EAS. Los datos resultantes también contribuyen al análisis de las mismas. No hay diferencias significativas en BP ni en AS entre mujeres y varones o entre los junior y los senior. Además los valores de F hallados en el análisis están muy lejos de aproximarse al más laxo criterio estadístico que pudiera manejarse al respecto.
Los resultados en EBP y EAS coinciden mucho con otros obtenidos en la investigación propia anterior (Fierro, Jiménez y Berrocal, 1998; Fierro, Jiménez y Ramírez, 1998). La Tabla 5 coloca juntos, por sexos, los valores descriptivos de medias y desviaciones típicas en dos estudios propios previos y en el presente estudio. Puede observarse que tales valores son muy semejantes a través de los tres estudios.
Cuando en la Tabla 1 y Tabla 2 se comparan los resultados de EBP y EAS con los correspondientes a los estilos del MIPS, donde más de la mitad de las diferencias, tanto de sexo como de edad, son significativas y muchas de ellas con p < .000, cabe concluir con razonable solidez que: 1º) EBP y EAS constituyen instrumentos no sesgados respecto a sexo y a edad, al menos dentro de la edad adulta, y para el tipo de población estudiada; 2º) en la medida en que tales instrumentos realmente evalúen bienestar personal y adaptación social, dentro del tipo de población estudiada, las mujeres no difieren de los varones, ni los adultos maduros de los adultos más jóvenes en esas dos variables tan relevantes en la vida.
En la medida en que las correspondientes escalas del MIPS realmente evalúen los estilos de personalidad -en todo caso, los evalúan en cuanto objeto de autoinforme-, de los resultados se desprende que las personas en la segunda mitad de la vida adulta se caracterizan por una mayor orientación a los otros, a su protección, mayor reflexión, introversión, retraimiento, conformismo, y con nivel más alto en los estilos de sensación, sistematización y control. Los jóvenes, por su parte, puntúan más alto en los estilos de extraversión, intuición, innovación, comunicatividad y discrepancia. Y es necesario destacar que de todas estas diferencias las más sólidamente establecidas, atendiendo a los valores del tamaño del efecto (d) anteriormente comentados, se reflejan en mayor sensación y conformismo para las personas adultas, y mayor intuición e innovación en los jóvenes.
La comparación de diferencias significativas entre sexos en la Tabla 1, del grupo total, y en las Tablas 3 y 4 de subgrupos, donde se ha homogeneizado en algo la situación social -ya de estudios, ya de actividad laboral- de los sujetos, pone de manifiesto que alrededor de la mitad de las diferencias se debe no al sexo, sino a la condición social, a la circunstancia de ocupar, o no, un lugar en el mundo del trabajo o de la preparación para él en la enseñanza superior. La casi completa coincidencia de las diferencias que decaen y de las que persisten en las Tablas 3 y 4, la de los jóvenes estudiantes y la de los senior, consolida esa conclusión y elimina además una conjetura que a falta de tal coincidencia hubiera sido inevitable: la de invocar efectos generacionales imputables a condiciones sociohistóricas de los nacidos en la década de los 70 (los junior) y los que nacieron antes de 1955 (los senior).
Algunas diferencias desaparecen al pasar de la Tabla 1 a las Tablas 3 y 4. Se cuentan ahí, entre otras, las de Preservación, Acomodación y Sometimiento, más elevados en las mujeres, y que forman parte del cliché estereotipado que de hecho se les suele asignar: más conservadoras, pacíficas, dóciles e incluso sumisas que los varones. Hay algunas otras, sin embargo, que no pertenecen al estereotipo: las mujeres aparecen más extravertidas; los varones, más introvertidos y retraídos.
En las Tablas 3 y 4 permanecen los contrastes significativos de más alta protección, afectividad y concordancia en las mujeres, y más individualismo, reflexión y control en los varones. A partir del estudio, por tanto, no se puede refutar el tópico de que en nuestra sociedad la mujer se caracteriza más por la afectividad, por volcarse en los demás y estar en paz con ellos, mientras el varón, más individualista, se distingue en cambio por la mayor reflexión y control racional. No obstante, es preciso matizar que estas diferencias aparecen más marcadas, teniendo en cuenta el tamaño del efecto (d), en el grupo de chicos y chicas estudiantes, manteniéndose para los adultos estas diferencias, principalmente, en una más acusada reflexión e introversión en los hombres.
El Cuadro 1, en la Introducción, trazaba un perfil de las asociaciones probables de algunos estilos del MIPS con la salud y, respectivamente, el trastorno psicológico. Son los trazos de la personalidad que según Millon (1994/1997) desarrolla o no una conducta funcional. Mejor dicho, el perfil se corresponde con la plantilla que, según la evidencia acumulada en la validación del MIPS, permite discernir un buen funcionamiento psicológico o comportamental de un patrón disfuncional de conducta. Cabe combinar ahora el perfil del Cuadro 1 con los resultados del contraste entre los junior y los senior. El Cuadro 2 efectúa esa combinación. En él se recogen nada más aquellos estilos de personalidad que reúnen la doble condición de: 1) hallarse marcados positiva o negativamente en el Cuadro 1 como asociados, o no, a un buen funcionamiento psicológico de la persona; 2) aparecer con valores significativamente distintos en los senior y en los junior del estudio. En el Cuadro 2 los estilos del MIPS que reúnen esas dos condiciones están colocados en la columna del grupo de edad que puntúa más alto y van acompañados del correspondiente signo: positivo (+), cuando según el modelo y evidencia empírica del MIPS se asocian a buen funcionamiento personal; negativo (-), cuando sucede al contrario y se asocian a probabilidad de trastornos psicológicos.
Conviene notar que las características en que destacan los más jóvenes y los más maduros no son precisamente positivas o favorables. Así que lo diferenciador, en la edad, o es neutro respecto al buen funcionamiento psicológico (y no está recogido en el Cuadro 2), o es más bien negativo. La excepción la constituye la extraversión, positiva y más alta en los jóvenes. Alrededor de extraversión/introversión y retraimiento (y su opuesto de comunicatividad, más alta en los jóvenes: (Cuadro 2) parece que se cifra la principal diferencia entre edades respecto a probabilidad de comportamiento funcional o disfuncional. A tenor de los resultados del estudio, si con los años hay estilos de personalidad que cambian y no precisamente para bien, sino para perjuicio de la persona, son los de una creciente introversión y retraimiento. Este último suele señalarse como rasgo de la adultez más tardía, de una tercera edad. Aquí aparece antes, ya en la segunda mitad de la vida. Sin embargo, en la balanza del Cuadro 2 no todos los elementos negativos pesan sobre la edad mayor. El estilo de discrepar y el de guiarse más bien por intuiciones no favorecen un buen funcionamiento personal en los años todavía jóvenes. Del Cuadro 2 se desprende una imagen semejante a la que en el contraste entre edades ofrecen BP y AS por sí solos: a lo largo de la vida adulta no aparecen cambios notables respecto a probabilidad de bienestar, de adaptación o de otros indicadores de conducta funcional o disfuncional.
El Cuadro 3 hace para los sexos lo mismo que el Cuadro 2 para las edades: combina resultados del estudio con la marca positiva o negativa que en el Cuadro 1 tenían ciertos estilos, sólo aquellos donde ha habido valores significativamente distintos en mujeres y varones. La comparación en el Cuadro 3 discierne entre los estilos con tal marca donde existen diferencias en el grupo completo y el único estilo que persiste cuando se comparan subgrupos según se hizo en las Tablas 3 y 4.
Se reproduce aquí un patrón ya observado en la comparación entre edades: también los estilos característicos por sexos y marcados respecto a probabilidad de buen o mal funcionamiento psicológico se inclinan del lado negativo. Se reitera el hallazgo de que los estilos asociados a un sexo, lo mismo que los asociados a edad, no son especialmente favorables o desfavorables a la salud mental por comparación con otro sexo (y otra edad). Es, bajo otra luz, el mismo resultado que emerge en bienestar personal y adaptación social: no hay diferencias entre sexos.
Persiste, con todo, un estilo desfavorable a la mujer incluso cuando se comparan los subgrupos equiparados en actividad extradoméstica: el estilo de afectividad, distintivo en ella, y que, según la investigación para la validación del MIPS, se asocia a menor estabilidad emocional y probabilidad mayor de ansiedad y depresión. Es asociación análoga a la que suele reconocerse en el neuroticismo. Sin embargo, el MIPS define la afectividad sin especial relación con ese factor: con estilo de afectividad alta caracteriza a las personas que tienden a procesar sus experiencias no, o no tanto, con el pensamiento, sino de manera afectiva, lo cual a su vez les capacita para la resonancia empática, para captar y sintonizar con el tono emocional de los demás. Todo ello suena muy «positivo», pero, según resulta de asociaciones con otras variables, no parece contribuir al buen funcionamiento personal. Es verdad que el MIPS perfila también la afectividad por un modo de reaccionar «visceral», por contraposición al modo reflexivo; y quizá cabe atribuir a tal faceta el signo negativo de ese estilo en la red de relaciones con otras variables de personalidad.
En suma, las diferencias observadas no señalan a una u otra edad, a un sexo u otro, como mejor relacionados con bienestar, adaptación o un conjunto de estilos a su vez asociados con probabilidad mayor de salud psicológica. Sí que señalan cuáles de estos estilos, algunos positivos en dicha asociación, otros no o no tanto, son más frecuentes en varones o en mujeres, en una edad todavía juvenil o en la adultez tardía. En eso indican a los adultos cuáles pueden ser, en función de edad y sexo, sus puntos vulnerables, débiles, sus probables propensiones en estilos de personalidad que podrían colocarles en peores condiciones de vida, de experiencia. En esa indicación una psicología de las diferencias individuales adquiere cariz práctico, aplicado, de utilidad para las personas y no sólo para los profesionales de la atención psicológica.
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Aceptado el 24 de julio de 2000