Psicothema was founded in Asturias (northern Spain) in 1989, and is published jointly by the Psychology Faculty of the University of Oviedo and the Psychological Association of the Principality of Asturias (Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias).
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Psicothema, 1991. Vol. Vol. 3 (nº 2). 495-498
Carles RIBA
Barcelona: Anthropos, 1990, 463 paginas, 2.250 pts.
En el estudio de la comunicación el ámbito de trabajo es el intercambio simbólico. Pero el símbolo no es un concepto unívoco, la semiótica posee un carácter interdisciplinario. Por eso Carles Riba emprende la tarea de integrar teoría y método de la Etología en el estudio de la Psicología Animal pertrechado con una herramienta: la semiótica de Ch. S. Peirce como una lógica de la acción.
La teoría de Peirce sobre el signo es una pragmática. Está formada por unos conceptos con carácter formal, hasta cierto punto vacíos de contenido. Esta es una de sus ventajas pues así, según sea el científico -matemático, lógico, linguísta, etc- que use dichos conceptos los tomará en un sentido o en otro. Pero la Semiótica contemporánea es en muchos casos el resultado de perfilar y hacer más concretos esos elementos teóricos. A veces esto puede significar una traición a Peirce. El mismo afirmó que sus términos no podían permanecer vacíos, que era necesario psicologizar la pragmática. Esto es lo que hace Ch. W. Morris en su libro de 1938 Foundations of the theory of signs al darle a los conceptos un contenido conductual. Pero esto supuso un reduccionismo en el sentido de no contemplar los diferentes niveles que se dan en el análisis de la conducta. Morris, enmarcado en el proyecto de una ciencia unificada, reivindica un materialismo que más que solucionar los problemas los elimina. Adoptó una postura conductista acorde con las ideas de B. F. Skinner o J. B. Watson. Morris entendía la conducta como función de un evento ambiental. Si la conducta es un símbolo entonces su significado será las operaciones que el animal haga en función del ambiente en el que se desarrolle. El problema se presenta cuando dicho evento ambiental es pasado y el significado de la conducta es referencial, o es futuro y el significado es funcional. Entonces, si se quiere que nuestra teoría sobre la conducta sea explicativa es necesario apelar al concepto de representación, que es negado por Morris de acuerdo con su conductismo, pero no por Peirce, para quien la representación mental es el modo primordial de representación y fundamental para comprender el significado de un símbolo. Pero con esta defensa de las imágenes mentales Peirce no se instala en el dualismo ontológico cerebro-mente ya que considera que el pensamiento no es un fenómeno emergente del cerebro ni exclusivo de la cultura humana pues puede ser compartido por otros organismos. El pensamiento es inherente a los procesos naturales del mismo modo que la digestión es un proceso fisiológico del estómago. Más aún, como defiende Carles Riba en el capítulo 6 y ejemplifica en todo su libro, la términología mentalista es prescindible en Peirce de manera que se puede sustituir mente por "semiosis" o por "producción de significado" y "pensamiento" por "signo". Así no se cae en el reduccionismo conductual y se evita generar dualismo. La pregunta que surge para entender la comunicación como intercambio simbólico es cómo el animal con su actividad psicológica produce signos, cómo son recibidos por otro animal de la misma especie y cuál es la postura del observador.
Para Carles Riba al igual que para J. Von Vexküll no se puede negar la dimensión subjetiva al animal, desde ella y desde la posibilidad de comunicación entre investigador y animal se ha de construir su objetivación científica. El Umwelt animal es presentado como hipótesis válida en un intento de dar directrices metodológicas para la investigación en la cual proyectamos sobre los animales elementos constitutivos de nuestra estructura corporal y sensitiva del mismo modo que lo hacemos en el trato con los humanos. Es decir, suponemos en ellos la capacidad de elaborar imágenes mentales, de tener sensaciones o sentimientos, de producir significados. Nuestra capacidad para empatizar con ellos depende de la posibilidad de establecer homologías y analogías para lo cual estamos limitados por nuestra anatomía y fisiología. Nos es más fácil atribuir dolor a un animal si éste está próximo a nosotros en la escala evolutiva. Si golpeamos a un un mamífero sabemos que le dolerá pero si cortamos el rabo a una lagartija ya no estamos tan seguros. Aunque hoy en día esta facilidad para empatizar puede haber cambiado con la divulgación del mundo animal por los medios de comunicación. Los niños se han acostumbrado a ver a los canarios tan hábiles como a los cuervos y a hormigas con excelentes dotes comunicativas. La hipótesis del animal como sujeto de conocimiento supera la dicotomía de una visión del mundo que presenta a los animales como máquinas versus el hombre dueño de su libre albedrío.
El problema que se le plantea al científico es la necesidad de elaborar una segmentanción correcta de la secuencia de signos, a partir de la cual no se pierda el significado que le confiere el sujeto que la produce. La cuestión es "si los individuos de la especie son o no capaces de diseccionar su conducta como lo hace el investigador, y si lo hacen así en situación natural, sin coerciones sobre su actividad" (Pág. 93). El problema es no si el observador puede dar traducciones del lenguaje animal sino si estas traducciones son semánticamente válidas o en qué condiciones resultan correctas. Con todo, el carácter borroso del significado de una señal animal no sólo es fruto de la interpretación humana, de la imposibilidad de una total validación de hipótesis al no poder acceder totalmente al Unwelt del organismo. Un cierto grado de polisemia está garantizado. La nitidez del mensaje varía con independencia de quién sea el intérprete; si el mensaje transmite información sobre objetos posee un valor indexical que apunta hacia referencias nítidas, si la información es sobre emociones entonces será más difusa. Por otra parte el tipo de canal de información afecta a la limpieza del perfil de significación, no es lo mismo una señal óptica que una olfativa.
Nos encontramos de lleno metidos en problemas de descifrar códigos de comunicación animal; por tanto, en la dimensión zoosemántica de la semiosis. La semántica analiza cadenas de comportamiento social e interactivo y su interpretación está guíada por una lógica del cambio contextual. Es decir, a las señales se le asigna significados entendidos como contextos asociados a las mismas, como "representaciones" dentro de dichas cadenas. El flujo de señales que parte del animal puede entenderse como una secuencia de acontecimientos cuyo origen cabe situar en el ambiente y su fin en los efectos de la conducta sobre la misma parte del entorno que lo originó -o bien sobre otra distinta. El esquema de interpretación -Contexto antecedente, Señal, Contexto consecuente- es una proyección del triángulo semiótico de Peirce -Objeto, Signo, Interpretante sobre el eje del tiempo y sobre las cadenas lineales de comportamiento. La semántica tiene dos dimensiones: una funcional, anclada en los hechos futuros, busca averiguar cómo es recibido el efecto o en qué punto es aplicado dando lugar a una respuesta; la otra dimensión es referencial parte de la emisión como resultado de un ambiente previo captado por las estructuras perceptivas del animal. Con ambas dimensiones obtendremos un repertorio de significados y el etograma específico de la especie. Toda conducta incluida en él será significativa pues forma parte del patrón de adaptación de la especie.
En los capítulos 6 y 7 Carles Riba desarrolla ampliamente la dimensión semántica de la comunicación animal que es sin duda la que mayor peso relativo tiene en el conjunto de la obra. Una de las virtudes del libro es el uso de tablas y figuras que no son ad hoc, el lector se siente como un niño que anhela llegar a la figura siguiente, no porque el resto sea aburrido sino porque sabe que le proporcionará una imagen sinóptica relevante de lo que ha leído. La semántica podría confundirse con la pragmática puesto que infiere los significados del uso secuencial de los signos en un determinado contexto. En su favor cabe decir que es el resultado de un impedimento metodológico al no haber un código enteramente común entre el animal y nosotros por eso las descripciones de significado no pueden darse en el propio sistema estudiado con los propios signos animales.
La zoopragmática estudia la dimensión de la semiosis para la cual el significado depende del contexto. Su cometido es fijar los diferentes niveles de contexto en los que se desenvuelve la comunicación animal. Un mensaje proporciona información cuya relevancia depende de su posición. con respecto a las exigencias del entorno. Por ello, el observador interpreta de modo diferente una señal si el ámbito de análisis es sólo el de esa señal en relación al estado interno de emisores y receptores, o si el contexto es la condición general del desarrollo de la conducta y por lo tanto, la señal nos informa de los aspectos adaptativos de la especie. Para poder obtener una versión completa de una unidad conducta/significado, es necesario poseer un código completo de las señales animales, puesto que el código funciona como contexto global de las conductas. Por lo tanto hay que confeccionar el etograma código y aquí es donde entra en juego la dimensión zoosintáctica.
La zoosintaxis estudia la estructuración de señales, secuencias y códigos. La señal como conducta es un movimiento corporal. La sintaxis secciona las unidades morfológicas de la conducta, pero ésto se aleja de la tarea de una sintaxis estructural -que es la que habitualmente usan los lingüístas- y se encuentra con dificultades ante la variabilidad de la conducta que aumenta a medida que el animal está más corticalizado, siendo más difícil tipificar las unidades morfológicas.
Carles Riba concluye con un breve pero no superfluo epílogo después de un ingente esfuerzo reflejado en un trabajo metódico y global. El lector puede comprobarlo y él mismo tiene que esforzarse si quiere leer un libro que no es fácil. En el epílogo aboga por el uso del etograma como modelo de código que integre descripción, medida, interpretación y explicación. El etograma ha sido la herramienta clásica de la Etología pero no está de menos recordar a aquellos que se dediquen a la Etoecología, Sociobiología, Psicología Animal, Psicología Comparada, etc., que no pueden permitirse el lujo de seguir haciendo relatos de diario de cabecera sobre la conducta animal, contando aventurillas sobre lo que hacen los animales. Han de elaborar un catálogo paciente y exhaustivo de comportamientos de la especie sobre el que después hacer interpretaciones.
Desearía que este libro contribuya a destronar al hombre de su postura antropocentrista desde la que ofrece la imagen de una única escala evolutiva en cuya cima aparece él. Su lenguaje no es el único resultado en una progresión de lo simple a lo complejo, sino que más bien es fruto de la adaptación de una forma de vida a un nicho ecológico particular. La comunicación implica diferentes procesos de interacción entre los organismos o entre los organismos y el medio. Estos procesos quedan reflejados en los códigos. El lenguaje humano es un código entre otros y por lo tanto supone modos de interacción que pueden ser compartidos por otras formas de vida ya que éstas también se comunican; por tanto es posible la comparación entre procesos, pero estos han de ser vistos no en gradación sino como adaptaciones al medio. Hay que acabar con la idea de que se habla mal o bien según se use o no el lenguaje de los "césares" y reconocer que el hablante culto es aquel que es capaz de cambiar de registro lingüístico según el contexto.
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