Psicothema was founded in Asturias (northern Spain) in 1989, and is published jointly by the Psychology Faculty of the University of Oviedo and the Psychological Association of the Principality of Asturias (Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias).
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Psicothema, 2003. Vol. Vol. 15 (nº 2). 190-196
Ernesto Quiroga Romero y Juan Bautista Fuentes Ortega
Universidad de Almería
Los trastornos de la personalidad (TT.PP.) han adquirido una gran importancia institucional desde que aparecieran en el Eje II del DSM-III. El principal artífice de ello es Theodore Millon, que ha propuesto dos modelos de los TT.PP., el Modelo del Aprendizaje Biosocial en 1969 y el Modelo Evolucionista en 1990. En ambos, un TP se define como un patrón de afrontamiento interpersonal inflexible, autoperpetuante e inestable. La importancia institucional de los TT.PP. se debería a las virtudes psicológicas de la definición mencionada, pero sorprendentemente quizá fuera posible establecer un paralelismo entre dicha definición de Millon y el concepto de Freud de la sustitución indefinida de síntomas o de mecanismos de defensa. El Modelo Evolucionista añade una metapsicología a los TT.PP. que también tendría posibles similitudes con la metapsicología freudiana: ambas podrían ser ideologías biologicistas que reconocerían la existencia de conflictos irresueltos a la vez que oscurecerían su carácter ético-moral.
The (possible) psychological and metapsychological meaning of Theodore Millon’s Biosocial and Evolutionary Models. Personality disorders (PDs) had obtained a great institutional importance from its inclusion in the Axis II of the DSM-III. The main author of this process is Theodore Millon, who proposed two personality disorders models, the Biosocial-Learning Model in 1969, and the Evolutionary Model in 1990. Both models define a PD like an inflexible, selfperpetuating and unstable interpersonal coping pattern. The PDs institutional importance would be due to the psychological virtues of the above mentioned definition, but perhaps it would be surprisingly possible to delineate a parallelism between such Millon’s definition and Freud’s concept of symptoms or defense mechanisms never-ending substitution. The Evolutionary Model adds a metapsychology to the PDs that would also have possible similitudes to Freudian metapsychology: both could be biology-based ideologies that would recognize the existence of unresolved conflicts as well as they would obscure their historical and political nature.
La importancia institucional de los trastornos de la personalidad
El campo de los trastornos de la personalidad (TT.PP. en adelante) ha cobrado un relieve institucional sin precedentes tanto en la Psicología Clínica como en la Psiquiatría. Un factor decisivo para la puesta en marcha de este proceso histórico ha sido el sistema multiaxial adoptado por el DSM-III en 1980, según el cual los TT.PP., que conforman el Eje II (junto con el retraso mental), son el contexto de sentido de los trastornos del Eje I (los trastornos clínicos tradicionales). Hasta entonces se consideraba que los TT.PP. eran sólo unos trastornos psicopatológicos más situados en paralelo a los demás trastornos, pero desde ese momento el DSM pide la elaboración de diagnósticos de comorbilidad entre ambos tipos de psicopatologías, ya que se entiende que los trastornos del Eje I tienen un sentido psicológico muy distinto según el contexto de la personalidad trastornada en la que se den. Esta transformación de la nosología psicopatológica «oficial» está relacionada a su vez con el cambio que ha tenido lugar en la demanda de asistencia psicoterapéutica: desde finales de la segunda guerra mundial se ha producido un aumento constante de casos caracterizados sobre todo por la existencia de problemas persistentes de relación interpersonal –y no por la presencia de síntomas agudos graves–, lo que habría hecho necesaria la inclusión del concepto de TP para diagnosticar a este creciente tipo de casos. Del mismo modo, la consideración de los trastornos clínicos del Eje I como complicaciones derivadas de los trastornos del Eje II habría sido útil para la mejor comprensión de dichos trastornos en la misma medida en que éstos se muestran muy frecuentemente relacionados con algún TP –por ejemplo, una anorexia nerviosa dada en una personalidad histriónica probablemente es una conducta de búsqueda de atención social, mientras que en una personalidad evitativa bien puede ser una conducta de evitación de los castigos sociales derivados de una estética corporal no ajustada a los cánones dominantes de belleza, así como en una personalidad pasivo-agresiva posiblemente se trate de una conducta de agresión encubierta hacia alguna persona del entorno a la que no se puede agredir abiertamente–. Un dato sumamente revelador del éxito institucional logrado por los TT.PP. desde aquel año de 1980, es que al día de hoy hay registrados más de 16.000 escritos especializados distintos (artículos, capítulos de libro y libros) en las bases de datos de la Psicología y de la Psiquiatría –con más de 8.000 publicaciones en la Psicología y más de otras 8.000 en la Psiquiatría.
Pues bien, el autor que más ha influido en esta transformación histórica de las instituciones encargadas del control de los fenómenos psicopatológicos es Theodore Millon, pues su trabajo sobre los TT.PP. fue la base del sistema multiaxial del DSM-III –que se ha mantenido en el DSM-III-R, 1987, en el DSM-IV, 1994, y en el DSM-IV-TR, 2000–. Este autor, a quien se considera el máximo experto internacional en los TT.PP., actuó como protagonista decisivo en el proceso de gestación del DSM-III (y siguientes), lo que habría sido un factor clave en el cambio estructural que se ha producido en la Psicopatología, en la Psicología Clínica y en la Psiquiatría –en una entrevista con dicho autor (Quiroga, 2000), el propio Millon relata su papel en la gestación del DSM-III; asimismo, un resumen de la biografía de Millon se encuentra en Fuentes y Quiroga (2002/en prensa). Acaso, pues, el éxito institucional obtenido por los TT.PP. esté relacionado con las virtudes de las propuestas de Millon. No obstante, aun suponiendo que ello fuera así, en el DSM los planteamientos de Millon habrían quedado «refractados», en el sentido de haber sido adaptados a un esquema sindrómico-categorial (neokraepeliniano), descriptivo-operacional y ateórico, que en realidad es ajeno a los modelos teóricos de Millon –cuyos TT.PP. se obtienen mediante el cruce de tres dimensiones o polaridades–. Si a pesar de ello los TT.PP. han llegado a alcanzar tal grado de relieve institucional podría ser porque las virtudes de los planteamientos de Millon se hubieran mantenido suficientemente «visibles» (o «activas», o «potentes») incluso a pesar de la «refracción» (o «disolución», o «rebaja») sufrida en el DSM. Ahora bien, a lo largo de su carrera Millon ha propuesto dos modelos de los TT.PP.: el Modelo del Aprendizaje Biosocial en 1969 y el Modelo Evolucionista en 1990, cada uno de ellos con sus peculiaridades. El primero influyó en la elaboración del DSM-III en 1980 y del DSM-III-R en 1987, mientras que el segundo fue propuesto justo unos pocos años antes de la elaboración del DSM-IV en 1994. A continuación analizaremos el (posible) significado que estos dos modelos de Millon pudieran tener a fin de entender mejor su papel en el ascenso institucional que ha caracterizado a los TT.PP. Desde nuestros criterios de análisis, cabría ver en ambos modelos de Millon un mismo sentido o significado psicológico muy determinado, así como para el Modelo Evolucionista en particular cabría ver un sentido o significado metapsicológico igualmente muy determinado.
Exposición abreviada del contenido (canónico) de los Modelos del Aprendizaje Biosocial y Evolucionista de Millon
El Modelo del Aprendizaje Biosocial de Millon puede consultarse en la obra fundacional de dicho modelo, Modern Psychopathology: A Biosocial Approach to Maladaptive Learning and Functioning, publicada en 1969 (y traducida al español en 1976) –así como, por ejemplo, en Millon, 1981; y Millon y Everly, 1985–, aunque a los efectos que aquí interesan haremos los siguientes recordatorios: según nuestro autor (Millon, 1969, pp. 221-223; 1976, pp. 250-252), la personalidad son las formas de actividad o estrategias que caracterizan las percepciones y la manera de hacer frente al entorno de forma consistente y distintiva para cada persona. Los patrones de personalidad son útiles para caracterizar a las psicopatologías, ya que éstas no son enfermedades mentales, sino que se consideran en términos de la capacidad total del paciente para hacer frente (to cope with) a las sobretensiones (stress) con las que se enfrenta. Los patrones de personalidad normal y trastornada tienen su núcleo fundamental en el tipo de comportamiento interpersonal, es decir, en la manera específica con que un paciente se interrelaciona con los demás. Los individuos con patrones de personalidad trastornada no suelen tener necesidad de internamiento psiquiátrico, pero en su actividad cotidiana intervienen en diversas relaciones interpersonales insatisfactorias. Su psicopatología es una disfunción en la personalidad o capacidad para afrontar eficazmente las tensiones con el entorno social. Aunque la normalidad y la anormalidad psicológicas son conceptos situados de una dimensión continua –sin diferencias cualitativas, por tanto–, Millon establece en 1969 una gradación entre «trastornos leves», «moderados» y «graves» de la personalidad, siendo en 1981 cuando cambia la expresión «trastornos leves» por «personalidades normales», manteniendo las otras dos expresiones iguales. Este autor propone tres criterios fundamentales para hacer viable la distinción entre la personalidad normal y la personalidad psicopatológica: el grado de flexibilidad adaptativa, la mayor o menor tendencia a producir círculos viciosos y la mejor o peor capacidad para mantenerse estabilizado ante las dificultades. Respecto del grado de flexibilidad adaptativa, un patrón de personalidad es patológico cuando se reacciona ante el entorno de forma poco flexible o defectuosa, lo que se traduce en que los comportamientos o percepciones característicos del individuo fomentan el aumento del malestar personal o reducen su posibilidad de aprender y desarrollarse. En las personalidades psicopatológicas las estrategias alternativas que la persona emplea en su relación con los demás a fin de lograr sus objetivos y hacer frente a los conflictos y las sobretensiones son escasas, se despliegan de manera rígida y se aplican a situaciones donde no son adaptativas. Con todo, el criterio más importante entre normalidad y anormalidad es la tendencia a crear círculos viciosos autofrustrantes, o tendencia a la autoperpetuación: las personalidades patológicas se caracterizan por experiencias ellas mismas patogénicas por cuanto que conducen a percepciones, necesidades y comportamientos que perpetúan e intensifican las dificultades del individuo. Mediante determinados mecanismos de autoperpetuación –como las constricciones protectoras, las distorsiones perceptivas y cognoscitivas, la generalización del comportamiento y la compulsión repetitiva–, el individuo restringe su capacidad de adquirir nuevas experiencias saludables, crea situaciones de estrés o sobretensiones interpersonales donde objetivamente no las hay y provoca en los demás unas «contrarreacciones» que reactivan anteriores problemas. Las «contrarreacciones» de las otras personas a las estrategias (o reacciones) que despliega el individuo para lograr sus objetivos y resolver sus conflictos con los demás son decisivas para que los problemas empeoren al provocar éstas sobretensiones y descompensaciones más graves. La personalidad patológica se caracteriza, pues, por ser patogénica por sí sola: el propio individuo es el que perpetúa sus dificultades y provoca otras nuevas al poner en movimiento círculos viciosos autodestructivos que hacen que su malestar persista y se intensifique. En definitiva (Millon y Everly, 1994, p. 26), las conductas patogénicas que tienden a autoperpetuarse siguen procesos de refuerzo positivo, de refuerzo negativo o una mezcla de ambos, así como también estas conductas autoperpetuadas producen subaprendizajes de nuevas respuestas adaptativas o eficaces. Valga el siguiente ejemplo como muestra del significado del criterio de la tendencia a la autoperpetuación: las conductas paranoicas se caracterizan por la suspicacia o desconfianza hacia los demás, en el sentido de ver en ellos enemigos, traidores o maltratadores potenciales. Esas conductas paranoicas tienen a autoperpetuarse por cuanto que la propia suspicacia hacia los demás lleva a mostrarse excesiva o inapropiadamente duro y agresivo con ellos por anticipado, lo que a su vez conduce a que «contrarreaccionen» defensivamente agrediendo en algún sentido y grado al sujeto con recelos paranoicos. Esta agresión real «confirma» o refuerza la (exagerada) desconfianza paranoica de partida, lo que supone el refuerzo o autoperpetuación de la misma. Según el tercer criterio, la personalidad patológica se caracteriza por su escasa estabilidad ante las dificultades, es decir, por su fragilidad o falta de resistencia ante condiciones estresantes o conflictivas. La facilidad para que se reactiven pasadas sensibilizaciones y la parquedad de las estrategias de enfrentamiento o afrontamiento llevan a la propensión a desarrollar anomalías en los patrones de comportamiento ya establecidos, o lo que es lo mismo, la personalidad patológica empeora o se agrava ante la adversidad. Frente a la realidad de los fracasos inmediatos, vuelven a emerger viejos conflictos no resueltos y deficiencias que impiden hacer acopio de nuevas maniobras de adaptación, por lo que estos individuos necesitan mecanismos de negación y distorsión más patológicos.
El cuadro clínico de un patrón de afrontamiento interpersonal psicopatológico se describe integrando cuatro niveles o criterios de datos clínicos, los cuales son tomados por Millon (Millon, 1969, pp. 78-94; 1976, pp. 86-105) de las principales teorías de la personalidad y de la psicopatología existentes en los años 60: teorías conductuales, fenomenológicas, psicodinámicas y biológicas. Estos tipos de datos clínicos –con sus correspondientes «conceptos deducidos», todos ellos subordinados al comportamiento interpersonal– son los siguientes: (i) conducta observable –expresión afectiva y conductas interpersonales–, (ii) informes fenomenológicos –autoimagen y actitud interpersonal–, (iii) procesos intrapsíquicos –mecanismos de defensa– y (iv) factores biofísicos –actividad/temperamento–. Junto a dichos criterios descriptivos y conceptos deducidos del cuadro clínico, nuestro autor propone (Millon, 1969, p. 195; 1976, p. 219) ordenar o clasificar a los patrones aprendidos de afrontamiento interpersonal como conductas instrumentales que se estructuran o configuran según tres polaridades relativas al proceso de refuerzo –de forma que esas polaridades permiten una clasificación teórica de los tipos de TT.PP. que va más allá de su mera descripción clínica–. En primer lugar, las estrategias aprendidas de afrontamiento reflejan la naturaleza de los reforzadores que los individuos han aprendido a buscar o evitar principalmente: refuerzo positivo-refuerzo negativo, o placer-dolor; la segunda polaridad se refiere a la estrategia instrumental dominante con la que los individuos buscan los reforzadores: actividad-pasividad; y la tercera polaridad trata sobre la fuente fundamental de la que proceden los reforzadores de la persona: uno mismo-otros. Mediante el cruce de estas polaridades se obtienen los conocidos patrones trastornados de afrontamiento interpersonal (esquizoide, evitativo, dependiente, etc.). Estas tres polaridades estarían equilibradas en las personalidades normales y desequilibradas en las trastornadas. Además, Millon propuso también (Millon, 1969, pp. 378-382; 1976, pp. 427-432) una relación de continuidad entre la personalidad (normal o trastornada) y los trastornos clínicos: la personalidad es un contexto de vulnerabilidad del que pueden derivarse complicaciones en situaciones en estrés, de forma que los trastornos clínicos se precipitan cuando un determinado tipo de personalidad (más o menos trastornada) se ve sometida a dificultades o conflictos extra que desbordan sus (más o menos) limitadas estrategias de afrontamiento. Ese desbordamiento da lugar a las conductas inusuales propias de algún determinado trastorno clínico, las cuales conductas, a pesar de ser inusuales, sin embargo se corresponden con el estilo de personalidad del paciente. Esta propuesta de Millon fue asumida por el DSM-III precisamente mediante la elaboración de diagnósticos basados en los Ejes I, II y IV del sistema multiaxial –pues el Eje IV se refiere a los «problemas psicosociales y ambientales» a los que está expuesto el sujeto clínico.
Pues bien, a pesar del éxito del primer modelo, la cuestión es que Millon propuso una segunda teoría de los TT.PP., el Modelo Evolucionista –expuesto, entre otras obras, en Millon, 1990; Millon y Davis, 1996, traducido en 1998; Millon y Escovar, 1999; y Millon y Davis, 2000, traducido en 2001–. En este segundo modelo no se eliminó ninguno de los conceptos propuestos en 1969, destacando ante todo el completo mantenimiento de todos los tipos de TT.PP. (entendidos como patrones interpersonales) y su sistema de clasificación (basado en las tres polaridades). No obstante, en este segundo modelo se reestructuran los criterios descriptivos y los conceptos deducidos de los cuadros clínicos propuestos anteriormente (Millon y Davis, 1996, pp. 137-146; 1998, pp. 145-155), pasándose ahora a ocho tipos de «atributos o ámbitos funcionales y estructurales» del «sistema de la personalidad» –que siguen considerándose subordinados al comportamiento interpersonal–: los ámbitos funcionales son: (i) el comportamiento expresivo (de los afectos), (ii) el comportamiento interpersonal (ambos del nivel de datos conductual), (iii) el estilo cognitivo (nivel fenomenológico) y (iv) los mecanismos de defensa (nivel intrapsíquico); mientras que los ámbitos estructurales son: (v) las representaciones objetales, (vi) la autoimagen (ambas del nivel fenomenológico), (vii) la organización morfológica (nivel intrapsíquico), y (viii) el estado de ánimo/temperamento (nivel biofísico). Como puede observarse, las principales novedades respecto del anterior Modelo del Aprendizaje Biosocial son el «estilo cognitivo», que se toma de la Psicología Cognitiva, y las «representaciones objetales» y la «organización morfológica», conceptos ambos provenientes de la corriente neopsicoanalítica.
Ahora bien, el Modelo Evolucionista conlleva la propuesta de Millon de una nueva metapsicología, es decir, una teoría ella misma no psicológica, o no ceñida al estudio de los comportamientos o de los TT.PP. en sí mismos, que presuntamente daría un sentido más amplio a la Psicología de la Personalidad y a la Psicopatología ya construidas previamente en el Modelo del Aprendizaje Biosocial –y que no cambian en nada sustancial con el nuevo modelo–. A continuación haremos un sucinto extracto de esta nueva metapsicología evolucionista (Millon y Davis, 1996, pp. 69-75; 1998, pp. 73-80): es preciso construir una teoría en la que se coordine a la Psicología con otras ciencias, fundamentalmente la Dinámica de Sistemas, la Física, la Biología Evolucionista, la Sociobiología y la Ciencia Cognitiva (del Procesamiento de la Información), de forma que nuestra disciplina se integre coherentemente en todas esas ciencias, tan avanzadas a finales del siglo XX. El núcleo o punto de partida fundamental de esta metapsicología consiste en que los seres vivos son sistemas capaces de mantener estable su energía interna a pesar de la tendencia entrópica que caracteriza a todo sistema físico. Por ello, el comportamiento de los seres vivos animales sería una característica evolutiva suya altamente especializada en sus funciones adaptativas, o funciones antientrópicas de conservación de la energía en la relación con el medio entorno ecológico. Dentro de esta cosmovisión (físico-química y evolucionista), el comportamiento humano es una evolución, dada según los principios de la Teoría Sintética de la Evolución, del comportamiento animal, con lo que la relación entre ambos es estrictamente cuantitativa, siendo así que la personalidad humana es un sistema con atributos estructurales y funcionales –los arriba referidos– que se manifiestan conjuntamente en un estilo definido de adaptación al medio ecológico (o estilo antientrópico) más complejo que el que se da en los animales. Según esta formulación, los TT.PP., en cuanto que estilos desadaptativos respecto del medio entorno ecológico, no serían exclusivos del ser humano, sino que cualquier especie animal puede tener dificultades adaptativas o TT.PP. Las polaridades psicológicas del Modelo del Aprendizaje Biosocial se conservan en el nuevo Modelo Evolucionista, pero pasan ahora a tener un nuevo sentido metapsicológico de tipo evolucionista-sociobiológico: refuerzo positivo-refuerzo negativo (o placer-dolor) son ahora potenciación-preservación en cuanto que propósitos de la existencia –las conductas de refuerzo positivo y negativo tienen como funciones vitales objetivas el potenciar la vida y el preservarla, respectivamente–, actividad-pasividad pasan a ser modos de adaptación denominados acomodación-asimilación –que son las estrategias biológicas adaptativas básicas para lograr la supervivencia: respectivamente, cambiar al organismo para adaptarse al medio o cambiar al medio para adaptarlo al organismo–, y sí mismo-otros se ponen en relación con las estrategias de replicación –algunas especies se caracterizan por una prolífica reproducción en la que los progenitores sólo se cuidan a sí mismos y no se ocupan de la prole, mientras que en otras especies se tienen muy pocas crías y los adultos se dedican a cuidar de ellas; además, en estas especies los machos suelen dedicarse a cuidar de sí mismos, mientras que las hembras usualmente cuidan de las crías, de los otros. Es muy de destacar que esta segunda gran fase de su obra tiene lugar después de que Millon se reconociera a sí mismo como involuntario heredero de un aspecto de la obra de Freud. Esto ocurrió tras descubrir, por casualidad, a principios de los años 70 que las tres coordenadas de su Modelo del Aprendizaje Biosocial ya habían sido propuestas por Freud en 1915 (publicado en español en 1973) como las tres polaridades que «gobiernan toda la vida mental» –dicho descubrimiento casual se recoge en Quiroga, 2000–. Pues bien, más allá de esa herencia parcial, en esta segunda etapa de su obra, Millon va a considerar –en su libro titulado justamente Personality and psychopathology: Building a clinical science, 1996– que él mismo sí que habría realizado el proyecto que el propio Freud se propuso elaborar pero que nunca pudo concluir: una «ciencia clínica completa». A partir de este momento, Millon considera a su obra como la materizalización de dicho proyecto freudiano, es decir, una construcción general con coherencia interna entre sus piezas constitutivas, a saber: (i) la teoría metapsicológica que conecta a la teoría psicológica con otras ciencias más básicas –culminada en el Modelo Evolucionista–, (ii) la teoría psicológica unificada de la personalidad y de la psicopatología –culminada asimismo en el propio Modelo Evolucionista–, (iii) la clasificación psicopatológica –culminada también en el Modelo Evolucionista e institucionalmente en el sistema multiaxial del DSM–, (iv) la evaluación de la personalidad y de la psicopatología –culminada con el Millon Clinical Multiaxial Inventory (MCMI) y sus otras pruebas psicológicas, todas con un gran éxito de mercado– y (v) la psicoterapia –culminada con la propuesta de su Psicoterapia-Guiada-por-la-Personalidad (Millon, 1999; Millon y Davis, 1996; Millon y Davis, 2000; y Millon, Everly y Davis, 1995).
Exposición del (posible) significado psicológico de los Modelos del Aprendizaje Biosocial y Evolucionista de Millon
Alguna virtud habrá de tener el planteamiento de Millon sobre los TT.PP. como para que dichos trastornos hayan adquirido semejante relieve institucional. Desde nuestros criterios de análisis, la primera virtud estaría en que ambos Modelos de Millon habrían puesto a la psicopatología en relación directa con la personalidad, entendiendo el núcleo de ésta a su vez como un estilo o patrón de afrontamiento interpersonal, pues las relaciones interpersonales conflictivas y sus afrontamientos ineficaces nos parece que serían el terreno específico mismo de la psicopatología humana. La segunda virtud residiría en los criterios psicopatológicos ya mencionados, de acuerdo con los cuales un TP es un patrón de afrontamiento interpersonal inflexible, con tendencia a autoperpetuarse y con tendencia a empeorar ante las dificultades, ya que pensamos que un TP sería un estilo o tipo de conducta que tendría que ver precisamente con el afrontamiento renovadamente ineficaz de los conflictos interpersonales. La tercera virtud de los Modelos de Millon consistiría en su sistema de clasificación de los TT.PP., pues se trataría de una verdadera clasificación sistemática de los mismos que tendría mucha relevancia psicológica, aunque ello no quiere decir que afirmemos que sería una clasificación sistemática verdadera de ellos. La clasificación de Millon se podría y aun se debería someter a crítica, lo cual no debería obstar, sin embargo, para considerar que estemos en presencia de una verdadera clasificación sistemática de los TT.PP. por cuanto que se obtendría mediante unos criterios teóricos definidos –las polaridades o dimensiones en las que se estructuraría el proceso de afrontamiento interpersonal– que irían más allá de la mera descripción clínica de síndromes inconexos. Además, dichos criterios teóricos, a pesar de la crítica que quizá quepa hacerles, habrían sido sin embargo suficientemente virtuosos o relevantes como para haber permitido entender mejor a esa nueva y creciente demanda de asistencia clínica en la que predominan cada vez más los casos de problemas persistentes en las relaciones interpersonales –así como a los trastornos clínicos a ellos asociados.
Pues bien, queremos analizar los criterios millonianos que definen el carácter psicopatológico de un TP, pues creemos percibir en ellos un (posible) sentido o significado psicológico que tendría una considerable relación con el psicoanálisis freudiano. En efecto, quizá se pudiera establecer un paralelismo entre la definición de Millon de un TP como un patrón de afrontamiento interpersonal inflexible, con tendencia a producir círculos viciosos y con tendencia a empeorar, y el concepto nuclear freudiano de la indefinida sustitución de síntomas o mecanismos de defensa.
Como es bien sabido, según el Modelo Estructural de Freud la conducta es la expresión de un conflicto entre las partes que componen la personalidad: el ello, el yo y el superyó. Estas incompatibilidades ansiógenas dan lugar, primero, a la represión de las demandas del ello, y, segundo, a la reaparición conductual desplazada de dichas demandas en la misma medida en que reaparecen distorsionadas o disfrazadas mediante algún mecanismo de defensa de dicha ansiedad. Estas conductas defensivas logran evitar temporalmente los castigos prácticos y/o morales y por ello permiten la satisfacción desplazada de los deseos reprimidos, aunque por esa vía el deseo sólo se satisface parcial, compensatoria o sustitutivamente. La posterior percepción de la frustración generada por ese desplazamiento sustitutivo, y/o la reaparición de los castigos prácticos o morales, se traduce en la necesidad de un nuevo mecanismo de defensa que posibilite otro desplazamiento conductual más efectivo. Así pues, según el formato freudiano, cada conducta es un mecanismo de defensa de un conflicto previamente no resuelto y que ella misma tampoco resuelve, razón por la cual el sujeto necesita una continua o indefinida sustitución de mecanismos de defensa. En este formato, las conductas sintomáticas son también mecanismos de defensa pero producen cuantitativamente más complicaciones o nuevos conflictos que los demás mecanismos de defensa. Por último, señalaremos que según la metapsicología elaborada por Freud, el conflicto que expresa cada conducta es irresoluble en última instancia por cuanto que también es irresoluble la incompatibilidad entre el ello, entendido como inagotable fuente de deseo de naturaleza biológica que sólo desaparece con la muerte, y la sociedad, que resulta necesaria para la supervivencia de cada cuerpo pero que sólo se mantiene a costa de castigar y reprimir los deseos biológicos. O dicho de otro modo, para Freud todos somos estructural o constitucionalmente «neuróticos». Y ello supone, además, que estamos potencialmente sometidos a una dinámica espiral en la que, si fallan los mecanismos de defensa ensayados, estamos estructural o constitutivamente obligados a generar nuevos mecanismos de defensa por muy problemáticos o sintomáticos que éstos sean, dado que siempre necesitaremos satisfacer nuestros deseos a la vez que evitar los castigos.
Analicemos ahora los criterios propuestos por Millon para distinguir la personalidad trastornada: la escasa flexibilidad de adaptación es la escasa capacidad para solucionar apropiadamente las demandas problemáticas o conflictos del entorno interpersonal a los que se enfrenta la persona. Es decir, la personalidad sería inflexiblemente problemática en la misma medida en que en lugar de resolver los problemas o conflictos interpersonales sólo ofreciera respuestas inadecuadas o ineficaces a esos problemas o conflictos que ha de solucionar. O lo que es lo mismo, en la misma medida en que sólo ofreciera falsas soluciones a los conflictos a pesar de la persistencia de éstos. Serían precisamente estas conductas que (persistente o inflexiblemente) no resolvieran los problemas o conflictos interpersonales aquéllas que podrían cumplir también el segundo criterio: el llevar en sí mismas la tendencia a crear círculos viciosos, o tendencia a autoperpetuarse. Quiere esto decir que la razón de la inflexibilidad adaptativa sería precisamente que las conductas que (de forma inflexible o persistente o continuamente renovada) sólo pseudosolucionan (o solucionan falsamente) los conflictos interpersonales, se caracterizarían por su facilidad (o «autonomía») para quedar reforzadas (positiva y/o negativamente), y por lo tanto, para (autónomamente) perpetuarse o reproducirse y renovarse una y otra vez (inflexiblemente), sobre todo mediante la recepción de contrarreacciones interpersonales perjudiciales que se derivarían justamente de la falta de solución adecuada a las dificultades. En suma, si no nos equivocamos en nuestra hipótesis, de los dos primeros criterios propuestos por Millon sería posible deducir, acaso sorprendentemente, que habría un TP allí donde hubiera un estilo o patrón de afrontamiento interpersonal que pseudorresolviera los problemas o conflictos interpersonales mediante conductas que tendieran a autoperpetuarse o renovarse una y otra vez, o sea, allí donde hubiera un patrón de indefinida sustitución de pseudosoluciones de problemas o conflictos interpersonales. Por tanto, un estilo o patrón de personalidad (más o menos) trastornado sería una sucesión de conductas en el que a pesar de las variaciones «dinámicas» (externas, superficiales o aparentes) se mantuviera sin embargo una coherencia «estructural» (interna, de fondo o esencial). Sería precisamente esta «dinámica estructural» donde residiría el carácter de conjunto de actividades ordenado o con sentido global que está presente en el concepto de personalidad. Por su parte, la escasa estabilidad ante situaciones problemáticas o estresantes, o tendencia a empeorar, podría ser entendida como la tendencia a tener problemas más graves en el futuro como resultado de la falta de solución de los conflictos pasados y presentes. El fracaso en la pseudorresolución de los conflictos interpersonales dejaría al sujeto sin conductas defensivas frente a las tensiones, con las consiguientes frustraciones y aversiones, lo que conllevaría una mayor necesidad de producir otras nuevas conductas defensivas pseudorresolutorias aunque éstas fueran cada vez más desadaptadas, anómalas o problemáticas al generar otras complicaciones añadidas –y que además podrían asimismo tender a autoperpetuarse–. Así pues, un TP sería un patrón o estilo de indefinida sustitución de pseudorresoluciones de problemas o conflictos interpersonales que tendería a una espiral de sustituciones cada vez más anómalas, problemáticas o sintomáticas. En conclusión, nos parece que sería posible ver un sorprendente significado psicológico en los modelos de los TT.PP. de Millon que resultaría ser muy similar a la fórmula freudiana de que la conducta es una indefinida espiral de sustitución de síntomas o de mecanismos de defensa (en cuanto que ésta es la expresión precaria de un conflicto irresuelto que ella misma tampoco resuelve). Asimismo, también nos parece apreciar un paralelismo en la consideración de ambos autores de que entre la personalidad normal y la personalidad trastornada sólo hay una diferencia cuantitativa. En este sentido, resulta muy llamativo que si para Freud todos somos «neuróticos», para Millon las mismas personalidades que en 1969 eran «levemente trastornadas» posteriormente fueran «personalidades normales».
Ahora bien, si todo esto fuera así, frente a la concepción freudiana que pone el origen de los conflictos en la fractura irreductible entre el cuerpo individual y la sociedad, la propuesta de Millon tendría la virtud de situar a los conflictos irresueltos (cuyas pseudorresoluciones se sustituyen indefinidamente) en el seno mismo de las relaciones interpersonales. En efecto, tal y como hemos propuesto en otras ocasiones (véase, por ejemplo, Fuentes, 2002, o Quiroga, 1999), la conducta psicológica humana consistiría fundamentalmente en una continua sustitución de pseudo o cuasi resoluciones de conflictos. Pero si bien en Freud el origen de los conflictos está en la fractura cuerpo-sociedad, para nosotros el origen de dichos conflictos irresolubles estaría dado en el propio plano de las relaciones interpersonales, ético-morales o sociales entre las personas. Para entender la naturaleza específicamente humana de los TT.PP. sería preciso entender a la personalidad en su propia naturaleza ética (histórica) y moral (política), de forma que la personalidad fuera vista como el formato que adopta la conducta de los sujetos humanos en las sociedades civilizadas debido al carácter precisamente histórico y político de sus relaciones mutuas. En ese contexto, la actividad de los sujetos estaría sometida a una dinámica estructural de incesante enfrentamiento –con trasfondo económico y cultural– entre las diversas partes sociales que componen esas sociedades. Como resultado, en la personalidad normal predominaría la actividad de resolución ética (histórica) de los problemas morales (políticos) de los conflictos de la convivencia, mientras que en los TT.PP. predominaría precisamente lo contrario, la continua sustitución de las actividades de pseudorresolución de los conflictos sociales irresueltos socialmente.
Exposición del (posible) significado metapsicológico del Modelo Evolucionista de Millon
Cabría preguntarse por qué Millon cambia al Modelo Evolucionista cuando este modelo conserva íntegramente la anterior clasificación de los TT.PP. y apenas si introduce alguna variación de relevancia en el plano psicológico –de la persona individual–. En este sentido, habría que precisar que los «atributos o ámbitos estructurales y funcionales» de la personalidad serían una novedad de importancia conceptual menor en cuanto que sólo añadirían algunos complementos a la formulación anterior, por lo que podrían ser interpretados más bien desde el punto de vista del marketing. La introducción de los «estilos cognitivos», de las «relaciones objetales» y de la «organización morfológica» podría ser entendida más bien como una búsqueda de la atención de las corrientes psicodinámica y cognitiva, toda vez que el anterior modelo estaba formulado fundamentalmente en la terminología de la Psicología Conductual (o del Aprendizaje). Así pues, ¿qué cambio sustancial aporta el nuevo modelo respecto del primero? Pues bien, si el Modelo del Aprendizaje Biosocial era un simple modelo psicológico, el Modelo Evolucionista va más allá al envolver a ese primer modelo –que conserva íntegramente– con una nueva metapsicología en la que supuestamente se explicaría la relación de la conducta humana con el resto del universo, muy en particular con la conducta animal a través de la Teoría Sintética de la Evolución y de la Sociobiología. Ahora bien, desde nuestro punto de vista, y en contraste con la potencia que le atribuimos a la propuesta sólo psicológica de Millon, la nueva metapsicología del Modelo Evolucionista sería metafísica, ideológica o falsa justamente por ser «evolucionista». En efecto, en este modelo «ecológico», la conducta o personalidad humana se derivaría directamente de la conducta o personalidad animal, soslayándose por completo la cuestión fundamental de la distinción entre el animal y el hombre. Del mismo modo, se obviaría enteramente que las ideas de personalidad y de TP tendrían que ver específicamente con aquellas sociedades humanas (las civilizadas o políticas) caracterizadas por la existencia de conflictos internos no resueltos, como antes señalábamos. En este sentido, resulta ciertamente chocante la casi total ausencia de referencias en dicho modelo a los conocimientos provenientes de las Ciencias Humanas y Sociales, tales como la Arqueología, la Etnología, la Historia, la Sociología, la Economía, el Derecho o las Ciencias Políticas. Pero si esto fuera así, entonces aparecería de inmediato la pregunta de cuál sería el sentido de emplear una metapsicología biologicista (y por ello ideológica) para envolver una clasificación de los TT.PP. que apenas se modificaría y que sí tendría una gran relevancia psicológica.
A nuestro juicio, el posible sentido de semejante maniobra sería justamente el mismo que tendría la metapsicología psicoanalítica de Freud. Según analizamos en su momento (véase Fuentes y Quiroga, 1999), la idea metapsicológica freudiana de que toda conducta humana es una sustitución de síntomas (o de mecanismos de defensa) que se debe en última instancia a la irresoluble fractura entre el cuerpo biológico y la sociedad, sería una explicación metapsicológica falsa de semejantes conductas de pseudorresolución de los conflictos. Los conflictos irresueltos que sólo se pueden pseudorresolver serían en realidad conflictos dados entre distintas partes sociales o normas enfrentadas entre sí –es decir, entre distintos cuerpos completamente socializados o normativizados– en el seno de aquellas sociedades en las que el juego económico-político estuviera colapsado y no admitiera resoluciones ético-morales (histórico-políticas) de esos conflictos. En definitiva, la teoría metapsicológica freudiana sería una teoría de tipo biologicista con una función ideológica objetiva consistente en encubrir la propia realidad social que sin embargo a la vez reconoce. Acaso, entonces, el Modelo Evolucionista de Millon también pudiera ser entendido como una nueva ideología metapsicológica con funciones semejantes a la freudiana, pues tras haber propuesto justamente a los TT.PP. como estilos de pseudorresolución de conflictos interpersonales en su primer modelo, inmediatamente después los habría oscurecido con una lógica biológico-evolucionista –y física, y de la dinámica de sistemas, y del procesamiento de la información, etc.–. En conclusión, pues, una vez ampliamente desacreditada la metapsicología del Psicoanálisis a la altura del final del siglo XX, bien pudiera ser que, al ajustarse mejor al actual «espíritu de los tiempos», la metapsicología evolucionista de Millon estuviera cumpliendo en la postmodernidad la función objetiva que el propio Psicoanálisis habría tenido en la modernidad.
Mas quizá la tan psicológicamente relevante e institucionalmente exitosa teoría psicológica del primer modelo de Millon –y conservada en el segundo– haya dado lugar precisamente a la necesidad de la ideológica teoría metapsicológica del Modelo Evolucionista. En efecto, acaso ambas –con sus fuertes paralelismos freudianos– hayan sido los resultados respectivos de la dialéctica entre (i) la necesidad de aclarar las características de los TT.PP. algunos grados más –respecto del psicoanálisis freudiano– como para poder comprender los problemas clínicos en la práctica psiquiátrica y psicoterapéutica a la altura de la segunda mitad del siglo XX –con muchas más personas con problemas de relación interpersonal que la primera mitad–, y (ii) la consecuente necesidad de encubrir ideológicamente el «misterio» del irresoluble enfrentamiento social propio de nuestras sociedades que a punto habría estado de desvelarse con el primer modelo psicológico de los TT.PP., y que habría supuesto reconocer la dificultad existente para solucionar psicológicamente los problemas psicológicos. Y acaso por no reconocer abiertamente esta cuestión, la «ciencia clínica completa» de Millon no estaría tan «completa», al adolecer de graves problemas en su abigarrada psicoterapia en la que supuestamente se integrarían todas las psicoterapias existentes. En este sentido, sugeriríamos que la solución de los TT.PP. no pasaría por la problemática combinación de las psicoterapias, sino por la despsicologización de la persona, es decir, por la mejora en la actividad resolutoria de los conflictos interpersonales, o actividad ético-moral.
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